Cambia, todo cambia
Mariano Rajoy ha incurrido en la más inútil de las melancolías. ¿Por qué ha de permanecer todo como estuvo?
En su audaz versión de El gran teatro del mundo, de Calderón, Carlos Saura introduce, al principio y al final de la obra que montó para El Matadero, Todo cambia, la canción de Mercedes Sosa. Cambia, todo cambia. Era lógico que esa melodía apareciera en la cabeza cuando el presidente Rajoy explicó a los parlamentarios que no está dispuesto a introducir cambios en la política que sigue, con la que, según él, está cosechando muchos éxitos. En su lenguaje, pudo haber dicho muchos éxitos excepto algunos.
Negar que todo cambia es negar la esencia misma de la realidad, pues lo cierto es que nada permanece del mismo modo jamás; ni un segundo después de la quietud, la quietud es la misma. Antoni Tàpies, que le arrancó al románico la esencia de su discurso sobre la realidad, quería que sus pinturas vivieran a la intemperie, para que la naturaleza las dotara de tiempo. Para que fueran el tiempo. Todo es tiempo, y el tiempo afecta a todas las cosas; nada se queda quieto, cambia, todo cambia.
La negación del cambio es la más inútil de las melancolías, y en ella ha incurrido el presidente. Lo que quiere decir, imagino, es que lo que los otros le proponen para hacer un cambio no le satisface, pues está seguro, lo dijo, de que las fórmulas que le llegan le suenan a ocurrencias. Pero ¿y por qué no cambiar? ¿Por qué ha de permanecer todo como estuvo si como está parece que está verdaderamente mal, dígalo Agamenón o su porquero?
Es injusto el presidente consigo mismo, pues en el periodo anterior a su presidencia de lo que se quejaba era de la inmovilidad de los que mandaban entonces. Ahora el inmóvil es él, dicho sea con todos los respetos para sus facultades locomotrices.
En esto de pararse en un tiempo determinado para que ni el polvo te perjudique hay que anotar a Artur Mas y a los que piensan, como él, que el mundo se paró en 1714 y que el continuará ha de escribirse ahora como si en todos estos siglos que han pasado todo hubiera estado quieto. El ritornello en virtud del cual el resto del país ha vivido a costa del país que ellos quieren independiente del yugo de los otros no se sostiene ni en términos económicos ni culturales ni políticos, ni siquiera históricos, pero como es mejor dar por sentado que la verdad es de uno y no del otro, o que existe una sola verdad y esta es arrojadiza, se escribe 1714 y ya está dicho todo; es decir, ya se borran las décadas y los siglos y partimos de cero.
Dice Mercedes Sosa en su canción: “Cambia lo superficial / cambia también lo profundo / cambia el modo de pensar / cambia todo en este mundo”. Ahora la evidencia del cambio se parece a algunas obras de Tàpies, violentas tachaduras morales en la superficie de una tierra cansada, una pell de brau expectante y dolorida, que espera de la clase política un golpe de timón, como se decía antes, un acuerdo para el cambio, un aire que limpie el polvo que hay sobre las cosas, la vida y las fechas. Dice el profesor Lledó algo que traigo aquí de vez en cuando: “Dentro de todo sí hay un pequeño no, y dentro de todo no hay un pequeño sí”. Ahora estamos dentro de un enorme “no” y es muy difícil introducir un pequeño “sí”. No es grave cambiar. Lo grave es negar que se puede cambiar.
jcruz@elpais.es
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