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don de gentes
Columna
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¿Qué hay que escribir?

En España siempre se vuelve a lo mismo: hay que demostrar que se es cristiano viejo

Elvira Lindo
Maribel Verdú, con el Goya a la mejor actriz en la última edición de los premios.
Maribel Verdú, con el Goya a la mejor actriz en la última edición de los premios.U. Martín

No me gusta repetirme. No me refiero solo a repetir ideas de mis anteriores artículos, sino a repetir el asunto que han tratado los columnistas que publican días antes que yo. Considero un periódico como una especie de ecosistema en el que uno ha de saber el lugar que ocupa en relación con el que ocupan otros. Los actores lo explican bien: los hay que solo saben brillar defendiendo su propio texto; otros, en cambio, creen que el resultado final es más brillante si trabajan en equipo. Hace cosa de un mes leí un artículo publicado por el defensor del lector de The New York Times que abordaba esto que a mí me preocupa. Al parecer, los lectores escribían preguntando si el periódico de alguna manera dirigía la opinión de los columnistas. El editor respondía que aunque los columnistas gozaban de libertad para opinar lo que quisieran había momentos, como en los días posteriores a la matanza de niños en Newtown, en los que se aconsejaba a las firmas del periódico que no escribieran todos sobre el suceso. Al fin y al cabo, el lector estaba recibiendo información continua sobre enfermedad mental y control de armas.

No repetirse. A mí nunca me han aconsejado que no me repita, pero confieso que estoy alerta para no hacerlo. En ocasiones, algún lector me ha dicho, “todavía no sé lo que piensas sobre este asunto”. Suelo responder que si me viene leyendo desde años puede sacar sus propias conclusiones. No veo la necesidad por la que cada columnista deba expresar su rechazo o apoyo a los escraches, pongamos por caso, pero ha habido días que escurrías un periódico en la pila de la cocina como si fuera un trapo y te salía la palabra “escrache”. Hay algo de vanidad en pensar que tu opinión sobre lo inmediato es imprescindible, cuando lo favorable a nuestro ecosistema sería considerar que si tres compañeros tuyos ya han abordado un asunto y han opinado lo mismo que tú piensas, tu escrito no va a aportar nada nuevo. Te quedas sin tema para tu columna. Se siente, búscate otro.

Existe algo de vanidad en pensar que tu opinión sobre lo inmediato es imprescindible

Sin embargo, hay que reconocer que el público fuerza. Y más en estos momentos. Como no abordes uno los temas por los que la gente, y con razón, está enfurecida, sientes que esa semana te han puesto falta. Se andan repartiendo carnets de compromiso. No solo por lo que uno escribe ahora sino por lo que escribía hace diez años. En España siempre se vuelve a lo mismo: hay que demostrar que se es cristiano viejo. Y para practicar ese puritanismo tanto da la derecha como la izquierda: basta con que uno muestre en algún momento su afición a los placeres de la vida para que quede inhabilitado a la hora de hacer cualquier crítica social. Es lo mismo que sea una Maribel Verdú, que al parecer no tiene derecho a dedicar un premio a los desahuciados por vestir un modelo de Valentino, que alguien que muestre ahora una pizca de hedonismo. Lo cual lleva a una continua impostura: porque igual que un lector tiene sus momentos de pena, pero también de gloria, al que escribe le ocurre igual. Nunca he terminado de creerme a esos santones que aparentan una incombustible preocupación por la humanidad, desde que se levantan hasta que se acuestan. En los casos en los que he tenido la oportunidad de observar a estos personajes más de cerca he comprobado que no solo les quitaba el sueño la humanidad, también los royalties, los premios y la calidad del vino que les servían, pero se cuidaban mucho de que estas debilidades jamás llegaran a oídos de sus creyentes. Todo esto responde, aunque no queramos admitirlo, a una tradición religiosa: hay que esconder la alegría y el dinero y hay que airear el sacrificio, el dolor y la modestia.

¿Qué hacía usted hace diez años? ¿Qué escribía yo? ¿Pasaba usted 24 horas del día presagiando la deriva del país? ¿Dejó de pedir una tentadora hipoteca para comprarse un piso cuando consideraba que esa adquisición le aseguraba el futuro? ¿Escribía yo sobre eso que tantas veces comentaba mi padre (auditor) de que los bancos estaban prestando dinero que no tenían y que eso nos iba a llevar a la bancarrota? ¿Dejó usted de ir a la playa reservando el dinero de las vacaciones por si se daba la circunstancia de que la burbuja inmobiliaria pinchara y le echaran de la empresa? ¿Dedicaba yo todas mis columnas a la destrucción del litoral, a la decadencia del sistema educativo, a la entrega paulatina en la Comunidad de Madrid de los hospitales públicos a manos privadas? ¿Cuántas veces dejó usted de tapear pensando en que la vida da vuelcos y lo que hoy nos parece una actividad necesaria de sociabilidad mañana se convertirá en un lujo? ¿Consideraba yo que dedicarle una columna a una rana que saltó a nuestra piscina era una falta de respeto a los desheredados del mundo? No, por Dios, y sería insoportable defender medios de información en los que solo pudieran leerse columnas y libros sobre política, economía o conciencia social. Es incluso ahora y a veces siento que la repetición machacona de los mismos temas hace que nos falte aire. Si hasta Almodóvar, que puede hacer ya lo que le venga en gana, ha dado una explicación social a su comedia. Reconozco que no puedo tener ese carnet de concienciada social número 1. Hace 10 años estaba en otra cosa. Y no me arrepiento.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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