La guerrilla
Una sensación de estafa general pende como una cucaña sobre las cabezas de la población.
Pese a todo, debe de quedar alguien en este mundo de quien fiarse, algún asa de acero a la que agarrarse o algún pasadizo secreto del sistema para huir a caballo como si fuera un antiguo castillo. Según las encuestas, la inmensa mayoría de los ciudadanos ha perdido la fe en los políticos, en los banqueros, en los clérigos, en los empresarios, en los intelectuales, en los periodistas. Una sensación de estafa general pende como una cucaña sobre las cabezas de la población. Los ciudadanos han comenzado a dar el futuro por perdido. Si en unas hamburguesas escandinavas de diseño han aparecido residuos fecales, ¿qué garantías tenemos de ir al cielo? Si la ternera que uno cree comer es, en realidad, carne de penco, ¿qué nos impide imaginar que un día nos servirán carne de perro antes de ir al infierno? Hablo de alimentos por ser una materia visible que uno manosea y compra en el mercado, cocina en casa y se la mete confiadamente en el estómago, pero hay otra materia invisible frente a la cual el público está más desguarnecido: se trata de esos autoproclamados líderes de opinión que, mientras unos dudan, los otros rebuznan y meten sus teorías en el cerebro de la gente sin que se pueda hacer nada por evitarlo. Si la política se ha convertido en una bolsa de basura y los banqueros representan la moderna versión de los antiguos forajidos, si no existe ningún profeta evangélico que nos explique por qué permite Dios tanto dolor de los inocentes en este mundo, si en el fondo los intelectuales tienden a confundir el propio ombligo con un agujero negro del universo, no es extraño que el grueso de la sociedad busque su propio camino para sobrevivir. Como reacción dialéctica a la estafa general en la que vivimos atrapados, la solidaridad privada está creando un nuevo tejido social de autodefensa en los barrios, en las comunidades de vecinos, en las aulas, en los gimnasios. La política queda a la espalda, cada día más lejos. El futuro está en que alguien te eche una mano. Puede que sean los parientes, los amigos, cualquier secta, ONG o el panadero de la esquina. Está empezando a germinar una nueva guerrilla urbana de gente solidaria que de momento no busca destruir nada, sino conseguir la salvación fuera del sistema, por si misma.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.