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Tribuna
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Macondo, el regreso

Por momentos, la política latinoamericana evoca a ese mundo no tan inventado por Gabriel García Márquez. Macondo, inspirado en el poblado colombiano de Aracataca, fue el escenario imaginado por el autor para retratar a una delirante América Latina en “Cien años de soledad”. La región ahora es vista como ejemplo de desarrollo y racionalidad económica que otros países debieran imitar. Perú, Chile, Brasil, Colombia y México han hecho las tareas con sangre y buena letra. Y los resultados debieran ser la envidia de buena parte de Europa, pero, ¿habrá desaparecido la Latinoamérica de Macondo?

Pareciera que la coronación de un papa argentino y la partida de Hugo Chávez, otorgasen un gran telón de fondo para una Latinoamérica mal comportada. Chávez sigue gobernando Venezuela desde su lecho de muerte, habiendo rogado a su pueblo que vote por su hijo y sucesor, Nicolás Maduro. Este último, tras prometer solemnemente que se embalsaría a Chávez para exhibirlo en una cripta de cristal, debió incumplir su promesa por inconvenientes bioquímicos propios de los cuerpos sin vida. Había que decidir entre embalsamamiento o una larga semana de tránsito del féretro desde allá para acá. Se optó por lo segundo para mantener a Chávez en la retina del pueblo el mayor tiempo posible. Hasta aquí, todo extraño. Pero el ingreso de lleno al universo de García Márquez se produjo con las declaraciones que se despachó Maduro con motivo de la asunción del nuevo Pontífice: “Sabemos que nuestro Comandante ascendió a las alturas y tuvo un cara-a-cara con Cristo. Algo influenció la elección de un papa sudamericano. Alguien nuevo llegó al lado de Cristo y le dijo: bueno, nos parece que la hora sudamericana ha llegado”.

El nuevo papa siguió en la noticia. Le pidió a sus compatriotas que no viajaran a su inauguración como una medida de austeridad. Mientras tanto, los billetes falsos inundan la economía argentina. Es sabido que los vínculos entre el papa y la dinastía Kirchner no fueron fluidos. De esto no se podría culpar al otrora arzobispo de Buenos Aires. No sorprendió demasiado cuando en un rapto impulsivo de Cristina Fernández, dio la bienvenida al nuevo papa con un tuit en que manifestaba su perplejidad y decepción. Horas después, sin embargo, viajó a Roma y, en una audiencia con Francisco, le solicitó que hiciera una mediación en el diferendo por las islas Malvinas con Gran Bretaña. Admito que, en este caso, el realismo mágico se fundió con las nuevas tecnologías. Sin embargo, el ingreso sobre alfombra roja a Macondo se desencadenó cuando Cristina sentenció que la diabetes era “una enfermedad de gente de alto poder adquisitivo, sedentaria y que come mucho”. La buena noticia es que, según ella, la enfermedad tendría una nueva cura descubierta por un laboratorio argentino. El antídoto: el yacón, un tubérculo andino.

No todo es Venezuela y Argentina. Macondo expande sus tentáculos. En Bolivia, 14 jóvenes soldados bolivianos cruzaron ilegalmente la frontera con Chile. Tras ser detenidos por porte ilegal de armas de guerra, Evo Morales explicó que habían ingresado al país persiguiendo a narcotraficantes. Luego llamó a Chile a definirse si estaba en contra o a favor del tráfico de drogas, y de paso anunció que los militares bolivianos serían condecorados. Chile, ¿a favor del tráfico de drogas?

En una vertiente de humor negro garciamarqueano, en Ecuador, Pedro Delgado, primo del presidente Rafael Correa, escapó del país a perderse, tras dejar la Presidencia del Banco Central y admitir que falsificó su título de economista. Considérese como atenuante que Delgado forma parte de un club regional, ni tan exclusivo, de políticos auto-titulados en las más diversas profesiones.

Mientras, en Chile los dos grandes bloques políticos se han mantenido 3 años en vigilia y estado de agitación histérica a la espera del regreso de Michelle Bachelet quien, a 8 meses de las presidenciales, se anticipa como la próxima mandataria, a no ser que ocurriese un terremoto político. En el intertanto, la centroderecha toda le ha disparado a la expresidenta desde todos los ángulos posibles por más de 900 días. Su popularidad, en el intertanto, ha continuado subiendo como la espuma. Al mismo tiempo, los dirigentes de los partidos de la centro-izquierda, coalición a la que Bachelet pertenece, han iniciado una cruenta disputa por espacios de poder en su comando de campaña: la antesala de la batalla previa a llenar los puestos de un eventual gobierno. Hasta ahí, todo más o menos normal. Pero Macondo emerge cuando, en reacción al extenso y obligado silencio de la ex Presidenta (su alto cargo en la ONU Mujer no le permitió hablar de política), los dirigentes de los partidos de su coalición, los de centroizquierda, transitan como figuras fantasmagóricas por los medios de comunicación, atrapadas en el purgatorio a la espera de mejor vida. Por meses, estos auto-designados voceros se han atropellado para entregar cualquier fragmento de información que induzca a pensar que forman parte del entorno más íntimo de Bachelet. En suma, las dos grandes coaliciones han transformado la política chilena en algo así como El día de la marmota, aquella película en que el protagonista, interpretado por Bill Murray, despierta todos los días constatando que se encuentra atrapado en el mismo día.

Más allá de su nivel de desarrollo, pareciera que Latinoamérica estará anclada por siempre a ese mundo no tan imaginario que describió García Márquez. Quizás esto no sea ni bueno ni malo. Quizás simplemente es.

Pablo Halpern es experto en comunicación estratégica.

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