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tormentas perfectas
Columna
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También cambió a España

Irak ha transformado a Estados Unidos y a todos los aliados que participaron en la aventura

Lluís Bassets

No hay disparo sin retroceso. La violencia puede terminar con la vida de quien la sufre, pero siempre modifica a quien la ejerce. También queda herida la mano que golpea. La guerra de Irak, como todas las guerras, ha cambiado a Estados Unidos. Y a cada uno de los aliados que participaron en aquella aventura, incluidos los más pequeños. Todo eso es parte de una muy vieja sabiduría, no siempre atendida, que aconseja mucha prudencia antes de tomar las armas, sobre todo si se trata de iniciar las hostilidades, de disparar primero, aun cuando sea con la excusa de evitar que dispare el otro.

Hace una década, cuando empezó la guerra, quien quiso saberlo ya lo sabía. Las armas de destrucción masiva eran una leyenda fabricada por quienes habían decidido de antemano terminar con Sadam Husein, ocupar Irak, transformar de arriba abajo Oriente Próximo y, ante todo, dar una soberbia lección a quienes habían osado atacar a Estados Unidos el 11-S o simpatizaron con el terrorismo. Los bombardeos sobre Afganistán en 2011 y 2012 fueron solo un aperitivo: en la noche de la conmoción y del pavor sobre Bagdad (shock and awe) anunciada por Bush se sintetiza la respuesta jupiterina de la superpotencia ofendida y airada.

Una vez ya estuvo en marcha, apenas importaron los motivos de la guerra preventiva y pudieron salir a la luz las enormes ventajas materiales que iban a obtenerse: el petróleo, el alivio para Israel, los negocios que iban a hacer los amigos (España entre ellos, según Jeb Bush). A diez años vista, podemos echar las cuentas de aquel cuento de la lechera: en pocas ocasiones una superpotencia se ha infligido a sí misma una derrota tan severa, en costes económicos y humanos, pero sobre todo en retroceso geopolítico en toda la región y en el mundo en el preciso momento del ascenso de los países emergentes, con China a la cabeza.

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Con la guerra de Irak, José María Aznar rompió definitivamente el consenso en política exterior, identificado con un locoide ensueño de grandeza. Recordemos algunas de sus frases de justificación posterior: “España está por fin donde tiene que estar, con las dos democracias más importantes, y se reconcilia con su naturaleza atlántica”; “España estuvo en las Azores porque no pudo participar en el desembarco de Normandía, que es donde debíamos haber estado”; “España asume sus responsabilidades, defiende unos valores universales como son la libertad, la democracia y el respeto a la ley, y cumple la que debe ser la ambición de todos los españoles: estar entre los grandes países del mundo”. Es evidente que la crisis actual, política y moral además de económica, es hija también del efecto de retroceso que produjo aquel disparo de Aznar tan desafortunado y del que debe todavía una explicación en forma a los españoles.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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