La alegoría del buen gobierno
Hay que preguntarse qué se hace bien en Noruega, 496 veces más rico que Burundi
Cuando los hermanos Lorenzetti pintaron los grandes frescos La allegoria del Buon Governo e del Mal Governo,sobre tres paredes de la gran sala del Palazzo Pubblico de Siena, entre 1338 y 1340, es probable que no fueran conscientes de realizar la obra más grande del Renacimiento italiano; pero sabían sin duda que su planteamiento era revolucionario, en ruptura conceptual y temática con el arte religioso gótico del siglo XIV. Su pintura detallada de la vida civil toscana, como resultado socio político del modo de gobernar, estalla como un acto de acusación. El Buen Gobierno es la buena administración tanto de la ciudad como del campo, un bienestar evidente de todas las clases sociales, de ciudadanos pacíficos, una agricultura próspera, la paz exterior. Del Mal Gobierno nace el crimen, la rapacidad, la enfermedad, el desorden, la traición, la división, ciudadanos mal alojados y el campo abandonado. Los dos artistas del siglo XIV aportaron su respuesta ilustrada y suntuosa a un problema que hasta hoy se sigue debatiendo.
El problema surge con evidencia cuando una división abstracta, una frontera política, corta en dos una misma tierra y un mismo pueblo. ¿Por qué la provincia de Nogales, en Arizona (Estados Unidos) ha de ser infinitamente más rica que la provincia de Nogales en Sonora (México), si solo una delgadísima frontera las separa? ¿Por qué la hambruna cunde en Corea del Norte mientras que Corea del Sur está por adelantar en su tecnología a Estados Unidos y Japón? Si una se desarrolla y la otra no, es a causa de sus instituciones, no por su riqueza natural. Es la respuesta que dan Daron Acemoglu y James A. Robinson en el libro What makes countries rich or poor? (¿Qué hace a los países ricos o pobres?). Pregunta tal vez más pertinente que nunca hoy, cuando el país más rico del mundo, Noruega, es 496 veces más rico que el más pobre, Burundi.
Así, uno podría pensar que los países ricos en recursos naturales del subsuelo (petróleo, diamantes), o del suelo (café, maderas preciosas) son más ricos, por consiguiente más desarrollados, que los países pobres en recursos naturales; pero lo que sucede es lo contrario. Diamantes y petróleo, por ejemplo, no han engendrado sino corrupción, guerras civiles, inflación, carencia educacional y miseria en países como el Congo o Nigeria, e incluso el empobrecimiento de países como Sierra Leona. El Congo es un caso extremo: país riquísimo en materias naturales, todas ellas explotadas por compañías extranjeras, cuarto país productor de diamantes y con el 80% de las reservas de coltán (mineral óxido indispensable en la electrónica puntera), es hoy el país más pobre de África, inmerso en guerras civiles y una esperanza de vida de 48 años. Por otra parte, estos u otros países con Gobiernos inestables, ávidos o incompetentes, agotan sus reservas naturales, como Haití, Ruanda, Burundi o Madagascar, y viven en una pobreza endémica. En cambio Trinidad y Tobago, mejor dotados en líderes e instituciones, han evitado el pillaje y el despilfarro y han alcanzado un nivel comparable al de su excolonizador, Gran Bretaña. Varios países colonizados por potencias occidentales y que han perdido sus instituciones ancestrales, más eficaces, se encuentran más empobrecidos que antes, al acabar la colonización.
Con buenas instituciones, la corrupción está sofocada, la inflación controlada y la parte retenida por el Estado, utilizada con justicia
¿Qué es un “buen gobierno”? Sería un Gobierno con “buenas instituciones”. Con buenas instituciones, las personas están motivadas, el pago de su trabajo está protegido, la corrupción sofocada, la inflación controlada, las inversiones más o menos garantizadas y la parte retenida por el Estado utilizada con justicia para el bien común. “Las investigaciones académicas demuestran que una vez controlado correctamente el efecto de las instituciones, nada indica que los factores geográficos tengan hoy un impacto significativo en la prosperidad”, escriben los autores. Nadie nos prohíbe comparar la crisis económica de los países de la Unión Europea y, en particular, la de España, con una crisis de sus instituciones y de sus valores. Es un hecho que las desigualdades no paran de aumentar en todas las sociedades desde principios del siglo XX. Y que no hay explicación económica que valga. Lo mismo dígase de los menguantes derechos fundamentales, como los servicios sanitarios, la vivienda —caricaturizado hoy por la infamia de los desahucios—, por una corrupción histórica, por la libertad desenfrenada concedida a bancos incompetentes, por la crisis institucional y moral de la justicia, la de la Iglesia y la de los grandes partidos mayoritarios. Gracias a la crisis política de las instituciones y, por consiguiente, de su deslegitimación, el capital ha podido dominar e imponer sus reglas fundamentalmente no igualitarias en el mundo del trabajo. Lo dijo crudamente el Financial Times del 4 de febrero pasado: “Sus instituciones (de España), desde la Monarquía hasta el Poder Judicial, muestran signos de putrefacción”.
En España, escribe Vicenç Navarro en Nueva Tribuna, “el 20% de la población de mayor renta posee más renta que la mayoría de la población (el 60%). Y puesto que ese 20% domina la vida política y mediática, España continúa y continuará siendo el país con mayores desigualdades de la UE”.
Buen Gobierno, buenos resultados; mal gobierno, malos resultados —pintaban los hermanos Lorenzetti en el siglo XIV—.
Nicole Muchnik es periodista y pintora.
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