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Columna
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Lo impronunciable

Los minutos de aplausos con que obsequiaron sus diputados al triunfal Rajoy poco tenían que ver, en realidad, con el debate

Manuel Rivas

¿Por qué Mariano Rajoy no pronuncia el nombre de Luis Bárcenas? Ese silencio no obedece a una estrategia política, sino que es por pura superstición. El presidente y los dirigentes de su partido actúan así por resorte tribal y de una manera muy documentada por la antropología. Los sulka de Nueva Bretaña, por ejemplo, nunca citarán por su nombre a quien consideran un gran peligro y para identificarlo utilizan apodos como Tronco de Árbol Podrido o Palo de Revolver Tripas e incluso Trending Topic. No sé cómo harán en la calle Génova y en Moncloa para referirse al Ínclito, pero se sabe que circula ya un directorio con alias y eufemismos. Esta medida preventiva se adoptó después de que al menos seis empleados y dirigentes de partido tuviesen que ser atendidos en el botiquín de la sede tras la imprudencia de pronunciar el verdadero nombre del Coloso Alpino o El Guarismo Helvético. Uno de los afectados por sarpullidos fue, al parecer, el señor Montoro, que se alivió de milagro con una estampilla de Maribel Verdú. Sobre los poderes mágicos del Bala de Baqueira y Yeti de Vancouver ya debían estar muy advertidos los colegas emprendedores de la red filantrópica Gürtel que, según parece, se referían al notable tesorero y esquiador con el carismático sobrenombre de El Cabrón. En lugar de incomodar al aludido, este calificativo goza de un cierto prestigio heráldico en nuestro país, por lo que no sería descabellado que una vez superados estos pequeños contratiempos judiciales la Casa Real tenga a bien concederle un marquesado con ese título de Fenómeno o el alternativo de Grande de la Peineta de España. Los minutos de aplausos con que obsequiaron sus diputados al triunfal Rajoy poco tenían que ver, en realidad, con el debate. Fue el último acto de un exconjuro supersticioso. Lo que hacía la tribu al aplaudir con tanta fuerza era macerar el nombre impronunciable.

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