Estamos irritados


Foto:CLAUDIO ÁLVAREZ.
Sin entrar a considerar el fondo del asunto, las maneras con las que se está manejando el penúltimo escándalo de la corrupción española resultan irritantes. Irrita, por ejemplo, que el Presidente del Gobierno decida dar su versión de los hechos a golpe de retransmisión televisiva, sin admitir ni una sola pregunta de periodistas que deberían haberle plantado allí mismo, en ese instante. Irrita la inutilidad práctica del Congreso, cuya capacidad de control queda aplastada entre el rodillo de la mayoría y los tortuosos procedimientos parlamentarios. Irrita que las airadas denuncias de PSOE, CiU y otros partidos de oposición no vayan acompañadas de una relación completa de las donaciones que ellos mismos han recibido.
Irrita, y da muchas risas, que Esperanza Aguirre pontifique cada mañana sobre ética política, después de habernos dejado en la Comunidad de Madrid un reguero de imputados Gürtel, un puñado de altos cargos que se enriquecen rotando entre la sanidad pública y privada, y una televisión cuyos estándares de independencia abochornarían a Teodoro Obiang.
Todo eso es muy irritante, pero no es lo más grave. Lo verdaderamente alarmante es lo que se está dejando de hacer mientras sumamos las comisiones del último listado filtrado a la prensa. Mientras nos distraemos, los niveles de pobreza infantil en nuestro país se parecen más a los de América Latina que a los de Escandinavia. Uno de cada cuatro menores vive en España por debajo del umbral de la pobreza, 300.000 más que en 2008. La malnutrición, el abandono y el fracaso escolar, los desahucios, la exclusión sanitaria o la violencia constituyen la realidad diaria de demasiados niños y niñas en demasiados hogares españoles. Su vida adulta estará lastrada por la carga económica, social y moral que nuestra crisis les dejará en herencia. Es 'la deuda de los niños'.
Este blog ha repetido a quien le quiera escuchar que la solución a este reto fundamental de nuestra sociedad va mucho más allá del cambio de ciclo económico. Como demuestra la experiencia de países que han recorrido antes este camino, el crecimiento magro y la creación de empleo precario no serán suficientes para rescatar a los principales perdedores de la crisis. Necesitamos políticas y recursos dirigidos de manera específica a reducir la desigualdad, garantizar oportunidades de formación a los grupos excluidos y consolidar redes de protección que amortigüen la vulnerabilidad extrema de las familias con menos ingresos. No podremos hacer todo lo que hacíamos hace unos años, pero seguro que podemos hacer algo.
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