Calidad empresarial
La capacidad de innovación y de primar la calidad del trabajo han permitido a muchos emprendedores hacerse un hueco en el mercado a pesar de la crisis
Por buena que una empresa sea, el entorno económico en el que opera ejerce muchas veces una influencia determinante. Esa sería una de las razones que ayuda a explicar la desaparición de muchas de ellas y el importante descenso de los beneficios en la totalidad de los sectores, como consecuencia de la larga crisis económica. Desde luego de aquéllas empresas poco diversificadas geográficamente, orientadas exclusivamente al mercado español. Con más de una cuarta parte de la población activa desempleada y los indicadores de confianza muy debilitados es difícil garantizar la supervivencia de empresas con la mayoría de sus ingresos en el mercado nacional. Aún así, es posible identificar a empresas españolas que han dispuesto de una capacidad de adaptación a ese entorno adverso: aquellas que se empeñaron en ser diferentes.
La más genérica y prioritaria vía de adaptación de cualquier empresa, la diferenciación de su oferta, cobra aún más importancia en entornos con la demanda deprimida. Lo que exige un conocimiento riguroso de las preferencias de sus demandantes potenciales y de la oferta de sus competidores. Aunque no muchas, en la economía española han emergido en las dos o tres últimas décadas empresas, incluso en sectores maduros y con muchos oferentes, que han sabido hacerse un hueco. La generación de ganancias de productividad, de eficiencia, es la otra virtud que acompaña los casos de éxito, incluso en momentos recesivos.
Y lograr esa mayor eficiencia no solo depende de mantener bajos costes, sino de hacer mejor las cosas: de mantener la innovación de producto y de procesos, como prioridad, así como de primar la disposición de un capital humano de calidad, identificado con los objetivos de la empresa y con el grado de motivación suficiente. Ello exige, desde luego, una calidad suficiente de la función empresarial: buenos empresarios, seriamente comprometidos y con la formación y disposición de habilidades necesarias. Exige disponer de incentivos suficientes en el seno de la sociedad para que a esa función empresarial se asignen talentos: personas con capacidad para asumir riesgos y gestionar de forma responsable. Personas con más y mejor disposición para emprender que para moverse en los pasillos. Empresarios que puedan exhibirse como ejemplos de honestidad y cumplimiento de las obligaciones fiscales en lugar de paradigmas de la piratería y el juego sucio.
La existencia de buenos emprendedores exige eliminar los obstáculos que en España siguen existiendo al nacimiento de nuevas empresas. El exceso en el número de trámites necesarios o el plazo exigido para crear una empresa siguen situando a España en posiciones internacionales impropias de una economía moderna. También las no menos vinculantes restricciones financieras: la ausencia de vías de financiación no estrictamente bancarias que permitan oxigenar las etapas iniciales de proyectos de mayor riesgo.
Exhibir los casos de empresas que, a pesar de las malas condiciones macroeconómicas, están asentando su liderazgo es tan conveniente como denunciar aquellos otros que no facilitan precisamente la necesaria ejemplaridad. Los casos de éxito que se han basado en la calidad de la función empresarial y en la asunción de la competencia como principal estímulo son la mejor forma de reproducir una especie de la que España sigue escasa.
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