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MOVIMIENTOS SECESIONISTAS

Bélgica: el superviviente europeo

El ascenso de los separatistas flamencos hace peligrar la unidad del país Las desigualdades económicas entre Flandes y Valonia alientan a los independentistas

Manifestación de separatistas flamencos en julio de 2008.
Manifestación de separatistas flamencos en julio de 2008.AFP

Imaginen un país europeo en el que una de las regiones más prósperas tiene como líder político a un partido independentista. Imaginen ahora que ese partido critica los gastos excesivos de las demás provincias, reclama la autonomía fiscal y repite que el Gobierno central no les deja otra opción que la de separarse. Añádanle, por último, un conflicto lingüístico secular. No hablamos de España y de Cataluña, sino de Bélgica, donde la Nueva Alianza Flamenca (NVA), partido independentista flamenco, ha conseguido un gran éxito en las elecciones locales de octubre que ha sembrado la duda sobre el futuro del país.

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La NVA ha vencido en Flandes —región de 6,5 millones de habitantes, al norte de un país de 11 millones— con un 28,5% de los votos, por delante de los democristianos flamencos del CD&V (21,4%); y ha conseguido la alcaldía en 38 Ayuntamientos, incluido el de Amberes, primera ciudad del territorio, que llevaba 80 años en manos de los socialistas flamencos. También forma parte de las coaliciones de Gobierno en casi 100 localidades, esto es, una de cada tres. El partido ya había triunfado en las elecciones estatales de 2010, cuando se convirtió en el más votado.

Su líder, Bart de Wever, ha aprovechado la victoria para recordar cuál es su objetivo: “Lanzo un llamamiento a Elio di Rupo [el primer ministro socialista valón] y a los francófonos para construir el confederalismo [modelo político en el que Estados independientes gestionan algunos de sus intereses en común, como las áreas de Defensa e Interior]. Su Gobierno no tiene apoyo en Flandes. Demos a los flamencos el sistema de Gobierno al que tienen derecho.”

Los belgas, incluidos los valones, son conscientes de que cada vez tienen menos en común. Vicent de Coorebyter, politólogo

Parte del respaldo conseguido por De Wever se explica por la situación económica de Bélgica, una federación de tres regiones: Flandes, al norte; la francófona Valonia —4,5 millones de habitantes—, al sur; y la región bilingüe de Bruselas —1,1 millones de habitantes—, enclavada en territorio flamenco. Valonia, antiguo motor del país, vive una lenta agonía desde los años cincuenta con el declive de su industria basada en el carbón, mientras que Flandes se ha convertido en una de las regiones más ricas de Europa, con una renta per cápita de 27.500 euros que supera, por ejemplo, a la de Francia (25.400 euros).

El Gobierno federal —una coalición de seis partidos (socialistas, liberales y democristianos) formada tras la crisis institucional que dejó al país 541 días sin Ejecutivo— trata de mitigar las desigualdades entre el norte y el sur. “Cuando la NVA dice que Flandes paga la Seguridad Social de los valones con sus impuestos, en parte tiene razón”, asegura el politólogo Vincent de Coorebyter en su despacho de Bruselas. “Los flamencos aportan más dinero al Estado federal, su solidaridad hace que la situación del sur no empeore.”

Los separatistas flamencos, que abogan por recetas ultraliberales de austeridad, también se alimentan de las diferencias lingüísticas y culturales entre comunidades. Bélgica, que nació en 1830 como un Estado unitario con el francés como lengua oficial, trazó en 1962 una frontera lingüística entre el norte neerlandófono y el sur francófono; una reivindicación histórica de los flamencos. Desde entonces los trámites administrativos se hacen solo en el idioma oficial de cada territorio.

Ni los flamencos ni los valones quieren renunciar a Bruselas

“Las relaciones en Bélgica no son como las de España y Cataluña, que comparten un idioma y una cultura. Aquí hay dos culturas, dos idiomas que apenas se mezclan. Los belgas, incluidos los valones, son conscientes de que cada vez tienen menos en común”, explica De Coorebyter.

Las tensiones lingüísticas rara vez desembocan en episodios violentos, pero son una constante en las relaciones entre belgas. “Aunque muchos flamencos son bilingües, no les gusta que los valones se dirijan a ellos en francés”, cuenta por teléfono Edgar Fonck, presidente de la Asociación para la Promoción de la Francofonía en Flandes, que lleva 20 años viviendo en Ostende, al noroeste del país.

Pese a las diferencias económicas y culturales, hay un elemento que ha evitado la separación: Bruselas. “Ni la monarquía ni la Iglesia católica bastan ya para mantenernos unidos, solo la capital ha evitado la escisión”, sostiene De Coorebyter. “Cuando los políticos avanzan hacia una mayor autonomía de las regiones y parece que estamos a un paso de dividirnos, surge una pregunta: ¿quién se quedará con Bruselas?” Ni los flamencos ni los valones quieren renunciar a la ciudad que alberga las instituciones europeas y es la capital financiera del país.

Pocos flamencos, entre el 10% y el 15%, desean la independencia del norte

Tampoco está claro que los separatistas se atrevan a dar el paso definitivo. "Pocos flamencos, entre el 10% y el 15%, desean realmente la división de Bélgica", explica el periodista Bernard Demonty, del diario Le Soir. "Prefieren conseguir mayores competencias para las regiones, y conservar una parte del Estado federal que gestione asuntos como la política internacional. Temen que su situación económica empeore tras la escisión.”

Demonty no cree que la NVA logre convencer a más flamencos de abrazar sus ideas, pero asegura que el futuro de su país es incierto. “Los valones confían en una Bélgica unida, pero están muy preocupados. Muchos temen que las elecciones federales de 2014 sean el último paso hacia la separación.”

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