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EL PAÍS SEMANAL
Tribuna
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Elogiemos a los hombres y las mujeres ilustres

Fin de año: el momento idóneo para elogiar a quienes no tienen más agenda que el servicio a los demás

Javier Moreno

Elogiemos a los hombres ilustres […]. Algunos ejercieron la autoridad real y se hicieron famosos por sus proezas; otros fueron consejeros por su inteligencia […]. Guiaron al pueblo con sus consejos, con su inteligencia para instruirlo y con las sabias palabras de su enseñanza. Otros compusieron cantos melodiosos y escribieron relatos poéticos […]. Pero hay otros que cayeron en el olvido y desaparecieron como si no hubieran existido […]; no sucede así con aquellos, los hombres de bien, cuyas obras de justicia no han sido olvidadas. Eclesiástico, 44

En 1941, el escritor estadounidense James Agee publicó Let us now praise famous men, un libro con textos suyos y fotografías de Walker Evans, cuyo título probablemente rescató para el siglo XX la cita que encabeza este artículo. Proviene esta del Libro del Eclesiástico, conocido también como Libro de la Sabiduría de Jesús, hijo de Sirac, o Libro del Sirácida. Se trata de uno de los tratados sapienciales del Antiguo Testamento, enterrado, para el común de los lectores, entre los libros de Malaquías y el de Job. El impacto del libro de Agee y Evans –y el de su título– le aseguraron a este pasaje bíblico la clase de posteridad y de resonancia en el espíritu humano que no había alcanzado desde que fue escrito, hacia el año 130 antes de Cristo. Tengo un ejemplar de Let us now praise famous men encima de la mesa mientras escribo estas líneas. Y basta una ojeada para comprender la razón por la que, casi de la noche a la mañana, este ocupó un lugar en el panteón estadounidense de obras maestras, junto a Melville, Thoreau o Walt Whitman.

El libro tuvo su origen en un reportaje para una revista, encargado en el verano de 1936, sobre la miseria diaria y la desesperación vital de los agricultores del sur de Estados Unidos. Los autores compartieron varias semanas con tres familias en Alabama, cuyas sórdidas condiciones de vida sirvieron para levantar testimonio con precisión de la catástrofe económica y moral de millones de estadounidenses durante los años treinta. La fuerza narrativa de Agee y las duras imágenes en blanco y negro de Evans convirtieron el libro también en una meditación sobre la dignidad humana en los tiempos de la Gran Depresión y, más en general, en una exploración del alma americana, así como de su espíritu de resistencia y superación.

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De lo que se trata es de resaltar el valor de la dignidad humana y de reflexionar y  hacer reflexionar sobre los impulsos del alma que llevan a tantos a comprometerse con sus sociedades y pelear por sus ideales

Existe una conexión, aunque no resulte evidente –al menos no resulta evidente de forma inmediata– entre Let us now praise famous men y las páginas de pruebas de El País Semanal que la redacción de la revista se apresta a convertir en el ejemplar que usted, lector, tiene ahora entre las manos. Y quizá ese vínculo, que a mí me llevó enseguida a recordar el libro de Agee y Evans, no resulte evidente por una razón muy sencilla: tiene que ver con un nervio que conecta por debajo de la superficie la voluntad de ambos proyectos; la voluntad de resaltar el valor de la dignidad humana; la voluntad de reflexionar y de hacer reflexionar sobre los impulsos del alma que llevan, en nuestro caso, a investigadores, artistas, médicos, periodistas, a ciertos políticos, jueces o líderes sociales a comprometerse con sus sociedades y pelear por sus ideales.

Este ejemplar de El País Semanal debería consistir –aunque no consiste en su totalidad– en un listado de cien hombres y mujeres cuyos méritos, a juicio de la redacción del periódico, hayan contribuido de forma destacada al bienestar, la educación y el progreso de los ciudadanos en Iberoamérica. Esa ha sido la voluntad primera, aunque en algunos casos –pocos– resulte evidente que, como periodistas, no hemos podido resistir la tentación de incluir también en la lista a algunos que “han sido noticia” en este año que ahora concluye, independientemente de sus méritos para figurar en ella. El lector juzgará en cada caso.

Ello no empaña el impulso original de celebración del espíritu humano, del alma iberoamericana, si así se quiere, del género humano, cuando tantas cosas tantas veces nos hacen perder la fe en el género humano. Todo ello ocupa ya abundante espacio en las páginas del periódico. Dejemos, pues, por un momento el ruido diario para elogiar a aquellos hombres y mujeres que no tienen más agenda que el servicio a los demás; a aquellos que no construyen sus proyectos sobre sus propios prejuicios. Demasiadas veces celebramos a aquellos que ya no están. Celebremos ahora a aquellos que sí están y que luchan cada día; a aquellos que proporcionan consuelo en la tragedia. Celebremos con ellos sus triunfos.

Esa ha sido nuestra motivación al compilar esta lista. Quiero creer que nosotros, al elaborarla, y ustedes al escrutarla con atención –y descubrir aquí y allá quince líneas escasas sobre ese hombre o mujer, desconocido para la generalidad de los ciudadanos, cuya tarea, sin embargo, responde a todo lo que aquí se ha descrito–, cerraremos el día de hoy siendo quizá un poco mejores personas de lo que lo empezamos.

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