¿Toquecitos o martillazos para romper el techo de cristal?
Viviane Reding debe estar que trina. La comisaria europea de Justicia no para de chocar con obstáculos para su plan de imponer cuotas de mujeres en los consejos de administración empresariales. El desequilibrio es abismal en las cúpulas empresariales, donde apenas hay un 13,7% de mujeres, y la luxemburguesa, que también ocupa la cartera de Derechos Fundamentales, se ha propuesto reducir esa brecha. Pero no le han funcionado ni los paños calientes, que trató de aplicar en forma de buenas palabras y concienciación hacia las compañías, ni la mano dura. La primera fórmula, a pesar de las intensas campañas y reuniones con el sector privado, fracasó estrepitosamente. La segunda, la apuesta por la regulación, se va diluyendo y perdiendo fuerza conforme se alzan poderosas voces críticas. La última, la de una mujer tan tozuda como la propia Reding, Angela Merkel.
El miércoles pasado, la canciller alemana aguó la fiesta a la comisaria europea. Reding había logrado sacar adelante una propuesta de directiva europea que obliga a imponer una cuota femenina del 40% en los consejos de administración de las grandes empresas de aquí a 2020. La iniciativa, que fue aprobada por unanimidad, es una versión bastante suavizada de su plan inicial –rechazado a finales de octubre por las reticencias de algunos comisarios--: solo afectaría a grandes empresas que coticen en bolsa y deja a cada Estado la decisión de qué castigo imponer a las incumplidoras. Pero ni aún así. Solo unas horas más tarde de que la luxemburguesa aplaudiese ese “día histórico para el equilibrio entre géneros y para la igualdad”, como dijo, el portavoz del Gobierno alemán, Steffen Sibert, apareció para mostrar su disconformidad con la regulación europea. “Esto es algo que debe solucionarse a nivel nacional”, declaró. Y para Berlín, esa solución pasa más que por una norma, por la autorregulación de las propias empresas. En un intento de vencer las resistencias, Bruselas hace campaña con vídeos como este:
Pero tras este último choque, es cada vez más complicado que progrese la iniciativa europea.
El proyecto de directiva fue aprobado por la Comisión, es cierto, pero aunque obtuviese el visto bueno del Parlamento Europeo –donde probablemente salga adelante porque la Eurocámara ha instado en varias ocasiones a poner en marcha regulaciones en este sentido--, necesita también el beneplácito de los 27 Estados miembros. Y eso no es tan fácil. En septiembre, nueve países, liderados por Reino Unido y Holanda, enviaron una carta a la comisaria de Justicia y al presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, en la que manifestaban su disconformidad hacia la imposición desde la UE. A estos países se podría sumar también ahora Alemania.
El debate de las cuotas siempre ha sido controvertido. Los datos que muestran la enorme brecha entre hombres y mujeres en los órganos de toma de decisión de las empresas están sobre la mesa; también las cifras que muestran que las mujeres están igual de cualificadas que los hombres para ocupar esos sillones: un 60% de los licenciados de Europa son féminas. Pero no es fácil luchar contra quienes sostienen que una regulación para romper ese techo de cristal interfiere contra la libertad empresarial; un sector, por otra parte, bastante poderoso. ¿Qué papel han jugado en esta batalla los importantes grupos de presión del sector privado?
Todos tienen que mover sus cartas. Pero una de ellas está clara. Esa autorregulación por la que tanto apuestan el sector privado y algunos países –otros, como Francia, Bélgica o Italia ya han legislado-- no ha funcionado. Y no hay que mirar muy lejos. Tomemos como ejemplo España. La ley de Igualdad daba en 2007 un plazo de ocho años para que las empresas incluyeran en sus consejos de administración un número de mujeres suficientes para alcanzar el equilibrio. La norma decía, no obstante, que las empresas “procurarán” tener esa presencia equilibrada. No obliga a nada. No establece sanciones. Tampoco beneficios para aquellas que hayan logrado reducir la brecha. Así, lo que han hecho las compañías ha sido trazar planes de igualdad, conciliación, manuales de buenas prácticas. Autorregulación, en una palabra. ¿El resultado? Solo uno de cada diez consejeros de las empresas del IBEX 35 son mujeres.
Ciertamente las cifras han mejorado. La presencia femenina en las cúpulas empresariales va en aumento. Pero a un ritmo tan lento que para alcanzar la paridad harían falta 30 o 40 años más. Los golpecitos, los toques de atención no están astillando el techo de cristal. De ahí que Viviane Reding considere que lo mejor es acabar con esa barrera a martillazos. No es la única. Otras voces, como la de Ana María Llopis, presidenta de la cadena de supermerados Día, también se han mostrado a favor de una regulación para instalar la paridad en los sillones de los órganos de toma de decisión empresarial.
En Noruega ha funcionado. Ese país legisló hace unos años para imponer una cuota mínima del 40% en los consejos de administración del sector privado. Las empresas se removieron. No les gustó lo que consideraron intervencionismo. Ahora se han adaptado y cumplen con creces la norma.
* Fuente imágenes y vídeo: Comisión Europea.
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