No quieras entenderlo
Los nuevos experimentos son un prodigio de la Física pero no sirven para entender la paradoja de la naturaleza dual de la luz
Si has creído entender la mecánica cuántica, dijo una vez el gran físico Richard Feynman, es que no la has entendido en absoluto. Es con ese espíritu de abandonar toda resistencia, dejar en suspenso la incredulidad y zambullirse de lleno en las mareas paradójicas de la disciplina como se pueden interpretar los últimos experimentos sobre la elusiva naturaleza de la luz. ¿Es la luz una onda? ¿O es una partícula? No intentes entenderlo, porque la luz es ambas cosas: no es que a veces parezca una y otras veces la otra, sino que realmente es las dos cosas a la vez.
La discusión es muy vieja, pero su versión contemporánea arranca de James Clerk Maxwell, el físico teórico escocés que, en la segunda mitad del siglo XIX, escribió las ecuaciones que unificaron la electricidad y el magnetismo, dos fuerzas percibidas antes como independientes, en el electromagnetismo, desde entonces una de las fuerzas fundamentales de la naturaleza. De las ecuaciones de Maxwell se desprendía que esa fuerza se propagaba como una onda que viajaba a 300.000 kilómetros por segundo, justo la velocidad de la luz, que ya se había medido muchas veces.
Fue esta extraordinaria coincidencia la que demostró a la comunidad científica que la luz era en verdad una onda electromagnética.Pero ni siquiera había acabado el siglo XIX cuando el llamado efecto fotoeléctrico vino a embarrar esa arcadia ondulatoria. Cuando la luz incide en un metal, arranca electrones de su superficie. Pero la energía de esos electrones no depende de la intensidad de la luz —como cabría esperar si la luz fuera una onda—, sino de su color. Y fue Einstein, en uno de los artículos de su annus mirabilis de 1905, quien logró explicar el efecto fotoeléctrico, pero solo a costa de proponer que la luz, además de ser una onda, o a pesar de ello, consistía también, de algún modo, en un chorro de fotones.
Los nuevos experimentos del CNRS francés y la universidad de Bristol son un prodigio de la física experimental. No sirven para entender la paradoja de la naturaleza dual de la luz, pero —precisamente por ello— habrían hecho las delicias del gran Feynman.
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