‘Gourmets’ en el corredor de la muerte
"Un estudio revela lo que piden los condenados en su última cena: comidas hipercalóricas –2.750 calorías de media– y 'fast-food'. Nadie quiere tofu antes de la inyección letal"
Mi estado de salud les debe de importar a ustedes lo mismo que los problemas de reproducción del abejaruco o las fluctuaciones del precio del iridio, pero esta columna está escrita desde el lecho del dolor. Una de mis muelas se ha levantado en armas para exigir la endodoncia. De ahí que haya elegido un tema oscuro, poco dado al chiste fácil habitual en mis escritos: la pena de muerte.
Leo en el blog Strambotic que la Universidad de Cornell, en el Estado de Nueva York, ha hecho un estudio sobre lo que piden en su última cena los condenados a la pena capital. Tras analizar los menús de casi 250 reclusos entre 2002 y 2006, llegaron a las siguientes conclusiones: las comidas eran hipercalóricas –2.750 calorías de media–; incluían muchos productos de marcas de comida rápida, como McDonald’s o Burger King; rebosaban carne (el 84% de los analizados la pidieron), especialmente pollo (64%), y por lo general ignoraban las verduras. El informe subraya que nadie quiso tofu antes de la inyección letal: supongo que no tiene mucho sentido tomar la nada hecha alimento cuando estás a punto de desaparecer.
Hay casos concretos que han despertado mi admiración. Sé que no está bien descuartizar a un hombre y violar a su novia como hizo el carnicero de Misisipi Gary Carl Simmons, ¿pero no demostró cierta grandeza al zamparse pizzas, doritos, jalapeños, patatas fritas y baldes de helado por valor de 15.000 calorías antes de que le ejecutaran? ¿No se fue con elegancia Alton Coleman, de Ohio, tras solicitar un filet mignon con setas salteadas, brécol y ensalada verde con aliño francés? ¿No dio un corte de mangas al sistema el tejano Lawrence Russell cuando pidió una pantagruélica cena de pollo frito y helado y la dejó sin tocar?
En mis delirios causados por el abuso de Nolotil, me he visto en el corredor de la muerte frente a una cazuela llena de angulas, otra de pochas a la riojana y tres o cuatro bandejas de torrijas de mi madre. Después he vuelto al informe de la universidad para preguntarme su sentido. Los investigadores se justifican diciendo que el análisis de la alimentación humana en situaciones de tensión puede arrojar luz sobre las causas de la obesidad. ¿Pero qué esperaban? ¿Que los presos evitaran las grasas y se cuidaran el colesterol por si les daba un infarto en su camino hacia la sala de ejecuciones? Presiento que en Cornell van a ganar un premio con esto, pero será el IG Nobel al estudio científico más absurdo del año.
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