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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pobreza crónica

Los necesitados que acuden a Cáritas se han multiplicado por tres y son cada vez más pobres

El séptimo informe del Observatorio de la Realidad Social elaborado por Cáritas muestra la cara más cruda de la crisis, la de quienes no tienen suficiente ni para subsistir. Desde 2007 se ha multiplicado por tres el número de personas que acuden a la organización humanitaria para pedir ayuda. Este año el número de personas atendidas ha sobrepasado ya la barrera del millón, que han recibido ayudas de Cáritas por valor de 33 millones de euros. Lo peor de esta radiografía es que no solo aumenta la pobreza —desde 2007 la población afectada ha pasado del 19% al 21,8%—, sino que se hace cada vez más cruda. Los pobres son ahora mucho más pobres.

Muchos de los que acuden a Cáritas han agotado los ahorros de que disponían, ya no tienen colchón familiar al que recurrir y tampoco reciben prestaciones sociales suficientes. La mayoría de ellos son parados de larga duración que ya no encuentran modo de sustento ni en la economía sumergida. Las parejas jóvenes con niños pequeños y las familias monoparentales son las más vulnerables. Este es el rostro más amargo de la crisis. El problema es que mientras la pobreza crece y se cronifica, el sistema de asistencia social que debería hacerle frente no para de encogerse. El “repliegue progresivo”, según Cáritas, de la red pública de servicios sociales está dejando a la intemperie a cada vez más gente. Y además, con los recortes, se está volviendo menos eficiente. Para tener una primera cita con los servicios de valoración se ha de esperar una media de 24 días y para recibir la primera ayuda, dos meses más. Estos retrasos tienen consecuencias graves. Hay que tener en cuenta que una parte creciente de las demandas son de ayuda médica para inmigrantes en situación irregular.

Además de tener un raquítico presupuesto para la inserción social, las subvenciones que se conceden llegan cada vez con mayor retraso. Si antes de la crisis tardaban un promedio de tres meses, ahora tardan seis. En una situación como esta, los poderes públicos deberían preocuparse de que su falta de diligencia no agrave más la situación de quienes han caído en el pozo de la miseria. Cuando más necesidad hay de un buen sistema de ayuda social, más precario, lento y farragoso se vuelve.

Cuando la exclusión social se cronifica como ahora está ocurriendo, se convierte en un camino sin retorno, incluso cuando mejora la situación económica general. Los poderes públicos deberían hacer lo posible para evitar que eso ocurra.

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