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Columna
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Confianza

Me pregunto si he perdido la memoria, pero resulta que no: lo que he perdido, hemos perdido, es la confianza

Dos trágicos hitos en la historia de la autodestrucción de Europa coinciden en los informativos. El exgeneral serbobosnio Ratko Mladic, acusado de asesinar a 8.000 varones musulmanes en Srebrenica, en julio de 1995, se sienta por fin en el banquillo del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, en La Haya, ese Eurodisney en que se ha convertido el viejo sueño de la justicia internacional. En otro tribunal se alza, hecha juez, fiscal y verdugo, la prima de riesgo. A Mladic han tardado más de 16 años en juzgarle, y veremos si pueden. Los juicios que se emiten en forma de prima, sin embargo, son de sentencia rápida y requieren el sacrificio inmediato de sus víctimas señaladas.

Escucho por radio el irreality show parlamentario que incluye la breve reaparición de nuestro misterioso gobernante, cuyo nombre prácticamente he olvidado, así como la actuación del jefe de la oposición, a quien recuerdo nebulosamente de otras ocasiones. Me pregunto si he perdido la memoria, pero resulta que no: lo que he perdido, hemos perdido, es la confianza.

Como no soy pesimista antropológica y sí una buena dispensadora de recetas inmediatas, me insto a mí misma —y me atrevo a compartirlo con ustedes— a tomar papel y pluma de tinta indeleble —esto último es muy importante— para redactar una lista de personas que me merecen, que nos inspiran confianza. Buenas personas que nos rodean, que nos ayudan, que nos piden apoyo, y que nos devuelven el suyo.

Confeccionemos ese elenco de aquellos con quienes queremos estar en el bote salvavidas —o al menos, salva dignidades, salva conciencias— en el que atravesamos la tormenta. Y luego tomemos el papel, doblémoslo con cariño, con cuidado, y situémoslo cerca del corazón.

Pasémonos los nombres hasta formar una cadena, una muralla. No somos pocos, y otra Europa, la nuestra, también es posible.

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