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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Taxi-crónicas de América Latina

Esta entrada ha sido escrita por Asier Hernando(@asierhm)

Una de las muchas formas de conocer algunas realidades de los países a los que viajamos es conversar con los taxistas. Yo reconozco especial predilección por esta práctica. Muchas veces uno termina con ricas conversaciones que quisiera que nunca acabaran mientras en otras le dan ganas de abrir la puerta del taxi y saltar. Este fue el caso en mi último viaje a México cuando el taxista me dijo con orgullo que era racista pero añadió que pese a ello, Rihanna, que sonaba en la radio del coche, le maravillaba. Yo me quedé sin habla durante todo el trayecto mientras me hacía un alegato de la artista.

Otra de las veces que me quedé sin habla fue el primer día que llegue a Honduras, cuando el taxista me preguntó que si creía en Dios. Yo le dije que no, y me respondió “ ¡ah! entonces es que usted no ha nacido”. Este fue uno de los tantos taxistas cristianos que me encontré en el país donde las diferentes iglesias tienen un enorme poder. Sus edificios son más grandes que los de los bancos o la Casa de Gobierno, manejan más presupuesto que los ministerios y sus vínculos con las élites del país y con EEUU han sido extensamente estudiados.

El caso de Bolivia es diferente, la cultura política de su gente es de las mayores que he visto en Latinoamérica. Uno puede entablar conversaciones con los taxistas sobre cuestiones políticas o económicas que no he tenido la posibilidad de tener en otros lugares. En más de una ocasión terminé debatiendo sobre cuál debe de ser el modelo de desarrollo para el país, los vacíos de la nueva Constitución o lo retos de la multiculturalidad y plurinacionaliad. En estas ocasiones, más que debatir, aprendí...una cátedra en 30 minutos de trayecto.

Y por último el caso del Perú, donde los alimentos y la comida están sirviendo para generar una conciencia social entre su población urbana. Actualmente es uno de los países de América Latina donde mejor se come y gracias a la enorme labor de sus chefs y de su asociación APEGA se están danto dos pequeñas revoluciones. La primera es que se comienza a reconocer la enorme importancia de los campesinos para el país y la segunda es que la comida es ahora un punto de unión entre diferentes clases sociales, lo que rompe barreras hasta entones inquebrantables. Hace dos meses, el taxista que me llevó del aeropuerto al hotel me dijo que quería que su hijo fuera chef, para que produzca buenos alimentos para el Perú y apoye a los campesinos. La verdad es que me emocioné.

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