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Tribuna
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Una legislatura para el pacto del agua

El mundo del agua urbana es una burbuja que puede explotar en un futuro más o menos próximo

Un pacto del agua es el objetivo que nos anuncia el ministro Arias Cañete y que, vistos los despropósitos habidos en anteriores legislaturas, es más que oportuno. Presididas por políticas de oferta, se apostó por aumentar la disponibilidad de agua en las zonas presuntamente deficitarias del sureste de España. Coincidían en el fondo aunque no en la forma. Y en un movimiento pendular de libro, se pasó de proponer un trasvase de 1.000 kilómetros de longitud, el del Ebro, a inundar el litoral mediterráneo de desaladoras. Comentándolo con una de las personas que más se opuso al trasvase, acérrimo defensor de las desaladoras después, me espetó: “A un drogadicto no se le puede suprimir bruscamente la metadona”. Y al insistirle en que convenía más fomentar políticas de eficiencia, parodiando el famoso soneto de Lope —mañana le abriremos—, me respondió que eso quedaba "para más adelante".

La legislatura que derogó el trasvase la presidió la demagogia y la crispación. Y hubo suerte porque cuando más arreciaba el temporal y los primeros barcos de agua llegaban, ridículo internacional incluido, al puerto de Barcelona, comenzó a llover abundantemente. Fue el inicio de la actual tregua hídrica. Y se comprende. Con la que está cayendo no quedan ganas de meterse en más berenjenales.

Pero claro, la política del agua es como el Guadiana. Aparece y desaparece al compás de la climatología. Y como ahora un nuevo ciclo seco nos amenaza, el asunto gana actualidad. Y la que ganará si sigue sin llover en abundancia. Unos volverán a reivindicar la propiedad de los ríos que discurren por su comunidad, mientras otros invocarán el valor esencial de la solidaridad entre territorios. Pero todos, en un proceder que me recuerda el mote de un antiguo profesor (por enseñarlo todo menos lo fundamental le apodaron el bikini), ignorarán lo que de verdad importa, gestionar eficientemente el recurso. Del mismo modo, una política que ignora lo esencial puede merecer ese mote.

Sin subvenciones, la tarifa actual no da para renovar tuberías y depuradoras

Al fin y a la postre son políticas bikini las que han propiciado la crisis actual. Han sobrado fastos y ha faltado ver la gravedad de la situación que, de haberse atajado a tiempo, no tendría estas dimensiones. Tan graves son que España y el resto de PIGS europeos han perdido su independencia. Bailan al compás que marcan mercados y agencias de calificación de riesgo. Por el enorme déficit tarifario, si no se actúa, algo parecido le ocurrirá al ciclo urbano del agua. Y con idénticos compañeros de viaje.

De acuerdo con la International Water Association (IWA), el agua más cara del mundo es la de Copenhague, aunque allí llueva mucho y se riegue poco. Por 200 m3 de agua, el gasto anual, una familia paga 765 dólares norteamericanos. En Milán, la ciudad más barata, la misma cantidad sólo cuesta el 4%, 33 dólares norteamericanos. Y como no podía ser de otro modo, España está más cerca del sur que del norte. Algo más de 200 dólares norteamericanos es lo que, en media, se paga por el mismo volumen en las cinco ciudades españolas que incluye la muestra de la IWA. Sin embargo, qué curioso, la energía eléctrica es más cara en España (0,142 €/kwh) que en Dinamarca (0,116 €/kwh).

Tamaña contradicción es fácil de justificar. Mientras la energía eléctrica recupera todos los costes (está al caer una nueva subida para compensar el déficit tarifario), los países del sur de Europa siempre han subsidiado las grandes infraestructuras hídricas. Desde Bruselas, Madrid o la capital autonómica correspondiente. Y claro, el recibo no incluye los costes de amortización. Y mucho menos los ambientales, que en Copenhague ascienden a 0,84 €/m3, casi el precio total del agua en España. Tampoco existe inquietud alguna por dar al agua de grifo la máxima calidad. No es, pues, casualidad que el consumo de agua embotellada en Copenhague esté entre los más bajos del mundo (11 litros por persona y año) mientras Italia registra el más elevado (200 litros por persona y año). Con España —que también ignora las ventajas ambientales y económicas del agua de grifo frente a la embotellada— pisándole los talones.

El mundo del agua urbana es, pues, una burbuja hídrica que puede explotar en un futuro más o menos próximo. Dependerá de la evolución temporal de la próxima sequía o del aumento de la contaminación que traerá la falta de renovación de las depuradoras. Como los recibos que pagan los abonados impiden reponerlas, como las ayudas europeas que las financian agonizan y como, en fin, las arcas de las Administraciones están exhaustas, en cualquier momento puede llegar el colapso. Porque muerto el subsidio, con las actuales tarifas es imposible renovar un patrimonio formidable que supera los 100.000 millones de euros sólo en tuberías enterradas en las ciudades. Por ello el déficit tarifario eléctrico, comparado con el hídrico, es una menudencia. Y aún hay más. Porque, en un ejercicio entre desesperado e irresponsable, algunos Ayuntamientos alivian sus penurias descapitalizando, aún más, estos servicios. No son pocos los que desvían el dinero del agua a otros fines en una clara violación de la Directiva Marco del Agua que, desde 2010, exige recuperar todos los costes y reinvertirlos en mejorar el servicio. ¡Cuánta falta hace un regulador que ordene tanto desorden!

El déficit de la tarifa eléctrica es una menudencia, comparado con el déficit hídrico

Asistimos a profundas reformas, todas dolorosas. Del mercado laboral, del financiero, del sanitario o del Estado de las autonomías. Todo se revisa porque todo es insostenible. Y, ante la presión de Bruselas y de los mercados, con prisas. Con demasiadas prisas. No somos dueños de nuestras decisiones porque se ha actuado a la fuerza, cuando no se podía esperar más. Y sin embargo, todos los sectores en revisión son, comparados con el ancestral mundo del agua, muy jóvenes. ¡Cómo, pues, no va a necesitar una adecuación a los tiempos que corren un mundo anclado en el pasado! Pero claro, si una vez más se olvida que prevenir es mejor que curar, de nuevo nos sonrojarán y de nuevo estaremos a merced de las circunstancias. Y no nos conviene olvidar que el agua es mucho más importante que la electricidad. La humanidad ha vivido muchos siglos sin lo segundo. Jamás sin lo primero.

Felicitémonos, pues, de la intención del ministro y deseémosle la mejor fortuna en el empeño. Es evidente que reformar un mundo tan complejo solo es posible con un pacto que aleje el agua de la arena política y de la demagogia territorial. Un pacto que, olvidando intereses creados y disputas pasadas, parta de cero, incorpore los últimos avances científicos y, desde el sentido común, priorice la sostenibilidad y la eficiencia. Un pacto que apueste por un modelo frugal, que erradique excesos que, pronto o tarde, hay que pagar. Y que se ocupe de lo fundamental. De lo que de verdad interesa a los ciudadanos. A los actuales y, sobre todo, a los venideros. Un pacto que hoy, Día Mundial del Agua, debiera comenzar a cobrar cuerpo. El lema de este año, Agua y seguridad alimentaria, subraya lo que el más preciado recurso natural significa para el hombre. No tentemos más la suerte y, con Einstein, recordemos lo positivo del momento: "La crisis, porque solo ella es capaz de traer el verdadero progreso, es la mayor bendición que les puede suceder a personas y países". Lo negativo, sin embargo, no es menester recordarlo. Por desgracia todos, en cada momento y lugar, lo sufrimos. No lo empeoremos más.

Enrique Cabrera es catedrático de Mecánica de Fluidos en la Universidad Politécnica de Valencia.

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