No violencia y resistencia armada en Siria
Hay que apoyar todas las acciones políticas, económicas y diplomáticas para aislar al régimen sirio, pero al mismo tiempo ayudando a la población civil que resiste
Las protestas y grandes manifestaciones en algunas ciudades sirias, particularmente en Homs, empezaron siguiendo el más clásico sistema de acción no violenta. Decenas de miles de personas se manifestaban pacíficamente reclamando libertad y la caída del dictador Al Assad. Seguían el mismo esquema de Túnez y Egipto, aunque con la importante diferencia, no menor en términos estratégicos, de que en estos dos países las manifestaciones se producían en la capital, con independencia de que en otras ciudades hubieran revueltas. En Siria, al principio, no. Damasco estaba tomada por fieles a Al Assad, que se encarga de organizar periódicas manifestaciones de adhesión, provocando la percepción de que sólo existe contestación en la periferia. Ahora ya hay manifestaciones.
En Túnez y Egipto, los organizadores de la revuelta habían estudiado la estrategia de acción no violenta y se habían leído el libro de Gene Sharp, De la dictadura a la democracia, publicado en el 2003, que ha sido traducido a multitud de idiomas y ha inspirado revueltas en varios países. Gene Sharp no ha hecho más que divulgar en un pequeño libro su obra maestra de 1973, The Politics of Nonviolent Action, tres volúmenes sobre la dinámica y la estrategia de la acción no violenta, con un listado de 198 maneras de reducir el poder de los tiranos a base de la desobediencia civil y la no cooperación. Sus enseñanzas han tenido éxito en muchos países, y me consta que en Siria había personas que lo habían visitado en su oficina de Boston, para emular los buenos resultados de algunos países de la “primavera árabe”. La decisión de Al Bachar de atacar día tras día a los manifestantes sirios, usando francotiradores, artillería pesada e incluso aviación, ha impedido no obstante el objetivo inicial de los manifestantes, que se sienten impotentes ante esta desproporcionada agresión.
Este dilema ya se planteó en la guerra del Vietnam. ¿Había que poyar al Vietcong?
En los últimos meses, no obstante, numerosos soldados y oficiales del ejército sirio han desertado y han organizado un movimiento armado de resistencia, de momento defensivo debido a lo limitado de sus armas ligeras, pero que podría convertirse en algo más serio si recibe apoyo del exterior y sabe actuar inteligentemente. Este hecho pone sobre el tapete la cuestión de si se debe reforzar a esta oposición armada, con el riesgo de que el resultado sea una guerra civil clásica, con todo lo que ello comporta. No apoyarlos, no obstante, podría suponer dar carta blanca a la feroz represión del régimen, que como vemos, está dispuesto a masacrar a miles de personas.
En los años sesenta y primeros de los setenta, este dilema ya se planteó en la guerra del Vietnam. ¿Había que poyar al Vietcong? Recuerdo que entonces el planteamiento que nos hacíamos era el siguiente: hay que actuar no violentamente en Estados Unidos, y también en Europa, dejando que sean los vietnamitas los que decidan sus métodos de resistencia, respetando todas las opciones. Así, en los Estados Unidos se logró cambiar a la opinión pública a base de grandes manifestaciones, movilizaciones estudiantiles, objeción fiscal, compromiso de artistas e intelectuales, protestas contra la compañía Dow Chemical que producía el napalm, devolución de medallas por parte de veteranos de guerra, marchas sobre el Pentágono y un sinfín de acciones que, finalmente, lograron la retirada de los Estados Unidos del Vietnam en 1973. En el Vietnam, también se desarrollaron acciones no violentas, como las promovidas por el monje budista Thich Nhat Hanh, que en 1967 fue nominado por Martin Luther King para el Premio Nobel de la Paz. En todo caso, en Vietnam fue la acción armada del Vietcong la que logró la victoria sobre el ejército estadounidense, que sufrió 58.000 víctimas mortales, algo insoportable, pero incomparable con el precio que pagaron los vietnamitas, con más de tres millones de muertos.
En Siria puede que haya que hacer el mismo planteamiento: apoyar todas las acciones políticas, económicas y diplomáticas para aislar al régimen sirio, boicoteando sus productos, retirando a los embajadores, expulsándolo de los organismos regionales e internacionales, pero al mismo tiempo ayudando a la población civil que resiste, prestando atención a la que ha podido refugiarse en Turquía, y alentando a la oposición política a coordinarse y tener una única voz, imprescindible por si llega un momento en que sea posible negociar una transición. Y a la par que se hace eso, entiendo, como en Vietnam, que hay que respetar a los sirios que optan por la resistencia armada como forma de frenar los ataques sobre la población civil. Lo único que no es admisible es la pasividad. La esperanza viene de la lucha no violenta que empieza a despertar en la capital. Si se consolida, el régimen tendrá los días contados.
Vicenç Fisas es director de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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