Arquitectura reparadora
FOTOS: José Hevia
Reparar, por encima de crear o incluso de transformar, se está convirtiendo en el nuevo reto para muchos arquitectos. El ejercicio obliga a bajar los humos y a ponerse en la piel de otro. Exige, además, conocer el lugar, el terreno, la memoria del edificio y la de su relación con las personas que lo han usado o que lo utilizarán. En Alcañiz (Teruel), dos jóvenes proyectistas han “ocupado” un viejo mercado para darle una nueva vida “reversible” como espacio cívico en el centro del pueblo.
Los antiguos mercados realizaban el mismo papel que la plaza mayor de los pueblos, pero a cubierto y rodeados de frutas, carnes y pescados. Hoy la vida ha alejado o transformado las verduras, pero no la identidad de las lonjas como zonas públicas de encuentro. Así, buena parte de estos inmuebles se han convertido en restaurantes con diversas opciones gastronómicas –a la manera de los food courts que popularizara Quincy Market (Faneuil Hall) en Boston- en ultramarinos de sofisticadas mercancías o en centros cívicos.
El viejo mercado de Alcañíz no ha esquivado esa suerte. Pero sus arquitectos apuntan que “seguirá siendo una prolongación de la plaza mayor, un lugar para el ocio y para la educación de los niños”. Miquel Mariné (Barcelona, 1975) y César Rueda Boné (Alcañiz, 1979) son dos proyectistas de su tiempo. Además de asumir la reparación desde la que van a tener que actuar, tocan todas las escalas del diseño: del grafismo al urbanismo. No en vano, en Alcañiz han firmado el grafismo troquelado del nuevo centro además de una intervención que ocupa, de manera reversible, el antiguo mercado. Su proyecto es una construcción independiente de la estructura existente ideada para hacer posible la convivencia de nuevos usos, como los talleres infantiles o el juego de adultos. Así, los proyectistas han introducido una nueva construcción, -de estructura metálica y cerramientos de maderas de pino blanco, pino de melis o abeto blanco-, que no oculta las características cerchas del mercado pero sí encuentra espacios para programas que precisan salas cerradas en las naves laterales del mercado.
Levantado en seco con estructura metálica, cerramientos de madera laminada –tratados con mano de ebanista- y placas de cartón-yeso, la fachada interior de la intervención varía de acuerdo con la acústica y los usos de la estancia que encierra. También de acuerdo con el orden de huecos en esa fachada interior que organizan las lamas de forma paralela y las aberturas de manera perpendicular. Es una lástima que ese cuidado innovador no se anuncie –sutilmente, por supuesto- en la fachada del edificio.
Mariné y Rueda, que comparten estudio en la Plaza Real de Barcelona, ven su ejercicio “de ocupación, de aprovechamiento e integración” como un ejemplo del nuevo reto que intuyen “para la profesión”. Ese ejercicio obliga a pensar en el pasado y en el futuro además de en la memoria y en el nuevo uso del propio edificio. Por eso, la flexibilidad, e incluso la reversibilidad, -“ya que el edificio original no ha sufrido ninguna alteración”- se convierten para ellos en claves de futuro. También en las directrices de este proyecto, tan independiente de la antigua edificación que lo contiene que puede ser desmontado sin dejar rastro alguno.
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