Diseño y verano 2: Miguel Milá arregla un grifo
Confort. He ahí una de las palabras favoritas de Miguel Milá, un diseñador que ha sabido hacer de la forma un contenido.
“Empecé de interiorista y por necesidad pasé al diseño. Creo que lo que nos rodea desde la infancia contribuye a nuestra formación cultural”, explica este pionero del diseño industrial en España. Los recuerdos de infancia de Milá (Primer Premio Nacional de diseño –junto a André Ricard en 1987- y último Premio Nacional de Cataluña –a la mejor trayectoria cultural- este verano, son los “trabajos molestos”: ir a comprar sellos, sacar punta a los lápices o arreglar una bici que dieron nombre a su primera empresa de diseño, Tra-mo.
Los recuerdos de infancia de su hijo Juan, hoy editor, también describen al diseñador. Además de a un padre. En muchos de ellos aparece Miguel Milá arrodillado junto a sus herramientas, una caja de madera bruñida por el uso que los hijos no podían tocar y que codiciaban como el cofre de un tesoro. “Lo estoy viendo pensar en silencio. Haciendo cálculos, tomando medidas a ojo. Llega el momento de lucirse con el tornavís y, en un gesto inconfundible de máxima concentración, frunce la nariz y entorna los ojos como si fuera a enhebrar una aguja”, escribió Juan Milá en el catálogo de la muestra sobre el trabajo de su padre M.M: la sabiduría de vivir.
A Miguel Milá le interesa todo. Pero la suya es la realidad palpable. Las teorías no le incumben. Es un hombre de observación y mano. Un verano, su hijo Juan aprovechó para arreglar el baño de la casa que comparte con su mujer y sus hijos. Su padre fue a ayudarle. “Desmontamos juntos un grifo. Sustituimos la parte estropeada y, antes de recomponerlo, me señala la oportunidad de limpiar bien las piezas. Mientras bebemos café las dejamos un rato en vinagre. Después montamos finalmente el grifo y lo probamos. Juntos escuchamos el zumbido del agua y nos imaginamos el mecanismo interior, impecable en la oscuridad, sin rastro de cal”.
En una de las entrevistas que le he hecho, llegué a su estudio con un bolso de cuero gastado. -Qué bonito el cuero –me dijo-. Qué bien le sientan los rasguños. Qué maravilla que por las cosas pase físicamente el tiempo.
La vida de las cosas está presente en las preocupaciones de este diseñador dedicado a crear objetos “con poco diseño” que acompañan sin molestar.
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