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“En la universidad se sorprenden cuando saben que soy gitana. Siempre he tenido que justificar quién soy y de dónde vengo”

Los estudiantes de este colectivo aumentan en las etapas postobligatorias, salvando dificultades económicas e incomprensión de parte de su comunidad y del resto de la sociedad

Andrea Fernández, estudiante de tercero de Psicología de la Universidad de Barcelona, en el campus de Mundet.
Andrea Fernández, estudiante de tercero de Psicología de la Universidad de Barcelona, en el campus de Mundet.Massimiliano Minocri

“Cuando estudiaba en primaria ya quería ser maestro. Quería enseñar en mi escuela, me gustaba mucho. Pero en la ESO se impuso la realidad: yo quería seguir, pero pensaba que un gitano no podría o no valía para ser maestro”. Por suerte, ni los estigmas ni los prejuicios se interpusieron en el camino de Isaac Heredia. Con el apoyo de su familia y la ayuda de su tutora, acabó cursando un ciclo de grado medio (los que se estudian después de la escuela obligatoria), pero no llegó al superior (en el escalón siguiente al bachillerato). “Por problemas económicos, pero también de motivación y faltas de referentes. Me sentía solo y me fui a trabajar con la familia. Pero me quedó la espinita”. Cuando supo del acceso a la universidad para mayores de 25 años no se lo pensó dos veces. Actualmente cursa segundo de Magisterio en la Universidad de Barcelona.

Hace casi cuatro décadas que el colectivo gitano empezó a incorporarse al sistema educativo y todavía son una minoría los que llegan a los estudios postobligatorios: un 4% de los jóvenes entre 17 y 24 años matriculados llega a la universidad, mientras que la presencia en la FP es del 13%, según datos del Secretariado Gitano. El gran lastre continúa siendo el abandono escolar: un 64% en este colectivo, también según esta entidad, mientras que en el conjunto de la población bajó al 13% durante la pandemia, acercándose más que nunca a la media europea.

Pero a pesar de las dificultades y prejuicios, hay quien decide continuar con su sueño. Isaac creó Rromane Siklovne, la asociación de estudiantes gitanos del Bon Pastor, el barrio de Barcelona donde vive, para concienciar a los jóvenes sobre la importancia de los estudios. Y hace siete años se convirtió en promotor con la Fundación Pere Closa, que trabaja en unas 150 escuelas e institutos catalanes, para asesorar a los estudiantes, motivarlos y evitar que abandonen los libros. “Muchos de estos chicos piensan que no pueden ser lo que quieran y cuando conocen un referente que lo ha logrado ven que sí es posible”, explica.

Isaac Heredia (en el centro, con barba),  con un grupo de estudiantes en el Institut Escola El Til·ler, en el barrio barcelonés de  Sant Andreu.
Isaac Heredia (en el centro, con barba), con un grupo de estudiantes en el Institut Escola El Til·ler, en el barrio barcelonés de Sant Andreu. Carles Ribas (EL PAÍS)

La intervención de las entidades dedicadas a la formación del pueblo gitano es clave en el éxito de estos jóvenes por el apoyo que ofrecen, también, en el ámbito emocional y económico, en forma de becas. “Es muy difícil ser el primero de la familia que va a la universidad y que tu entorno lo entienda. A veces, hay un proceso de aislamiento de la comunidad porque el estudiante tiene que seguir estudiando y esto le puede generar un sentimiento de: ‘No estoy con los míos’. Es muy difícil conseguir el equilibrio familiar, educativo y de la comunidad”, tercia Miguel Ángel Franconetti, de la Fundación Pere Closa. El Secretariado Gitano, a través del programa Promociona +, ofrece orientación educativa y ayuda económica a unos 500 jóvenes que cursan estudios posobligatorios en diferentes comunidades y cuentan con un programa de becas de posgrado para mujeres en Castilla y León.

Andrea Fernández, de 21 años, sabe bien que el camino hasta la universidad no es fácil para una mujer gitana, sobre todo si eres la primera de la familia. Siempre se le había dado bien la escuela y sacaba buenas notas; su familia le aconsejó la FP, pero ella quería hacer Bachillerato. “En cuarto de la ESO vi un reportaje de una chica gitana que había hecho Magisterio y me dije: ‘Si ella puede, ¿por qué no yo?”. Finalmente, cursó el Bachillerato científico porque quería entrar en el grado de Matemáticas, pero abandonó la carrera en el primer semestre. “Se me hizo un mundo, me sentía una hormiga porque no conocía a nadie. Además, tenía que coger el tren cada día y yo no había cogido nunca un tren. Y la carrera era muy difícil”, relata. La familia no quería que abandonara y, al final, entró en Psicología el curso siguiente.

Una de las responsables que evitó que Fernández abandonara fue la red gitana universitaria Campus Rom, nacida en Cataluña en 2016 —y ya presente en Aragón y Valencia— cuando unos graduados gitanos se reunieron para ayudar a otros miembros de la comunidad a preparar el examen de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Actualmente, son una red en la que los estudiantes con más experiencia ayudan a los más nuevos, tanto a en el ámbito académico como para hacer trámites. “Al principio en la universidad no sabía dónde ir y, a la hora de preparar una asignatura o un examen, mi familia no me puede ayudar porque tienen estudios básicos”, recuerda Andrea, convertida ahora en mentora de alumnos más jóvenes.

La lista de dificultades que deben sortear estos jóvenes es larga: la económica —las becas públicas no cubren todos los gastos— o las carencias de formación de base. “Vienen de escuelas segregadas y deben invertir más horas para ponerse al nivel de sus compañeros”, explica Manuel García, copresidente de Campus Rom. A veces, también es necesario sortear las reticencias de su propia comunidad. “Uno de los problemas es la falta de expectativa del entorno. Cuando eres la única de la familia que ha finalizado la ESO ya se ve como un éxito y no se espera que vayas más allá”, apunta Mónica Chamorro, directora del Departamento de Educación del Secretariado Gitano.

Muchos de ellos, además, soportan cargas familiares porque son padres muy jóvenes o han de compaginar los estudios con obligaciones laborales. “Trabajo, tengo familia, voy a la universidad y soy gitano. Es un equilibrio supercomplejo y agotador”, admite Isaac. Trabaja por las mañanas, estudia por la tarde y el poco tiempo que le queda libre lo dedica a su mujer y sus dos niñas, de tres y seis años.

Pero la gran lacra contra la que deben lidiar es la discriminación y los prejuicios. “Nunca me he sentido el bicho raro de la familia por seguir estudiando, me he sentido peor fuera. En el instituto, el resto de los compañeros no querían hacer grupo conmigo, tuve que demostrar el doble para que vieran que era buena estudiante y me aceptaran. Y en la universidad siempre se sorprenden cuando saben que soy gitana. Y siempre oyes muchos comentarios negativos sobre los gitanos. Desde que tengo uso de razón he tenido que justificar quién soy, de dónde vengo y lo que hago”, lamenta Andrea.

Sobre las espaldas de Isaac y Andrea también pesa la responsabilidad de saber que se convertirán en referentes para la comunidad y que de su éxito depende el de muchos otros. “Quiero romper estigmas, tanto internos y externos, hacer posible la formación de la población gitana y que vean algún día un profesor gitano en la escuela del barrio. Cada vez más se ve que estudiar no te hace menos gitano y convertirte en referente es lo que verdaderamente rompe estigmas”, incide Isaac.

Andrea ya lo está viviendo. Su hermano hará la Selectividad en junio y se debate entre Económicas o INEF. Y su madre se presenta para el acceso para mayores de 25 porque quiere estudiar Pedagogía. “Mi madre siempre me ha enseñado que tu origen no puede determinar tu futuro”, apunta. Hasta su primo de 12 años le ha dicho que quiere seguir sus pasos. “Empezamos a crear sueños desde pequeños. Podemos llegar donde queramos”, zanja orgullosa.

Desde la FP y carreras sociales

Una vía habitual de acceso a la universidad es la FP, “porque, aunque es un camino más largo, da la sensación de [que es mejor] estudiar también una profesión y el Bachillerato se ve todavía muy difícil”, apunta Miguel Ángel Franconetti, de la Fundación Pere Closa. Desde la FP de grado medio hay vías de acceso a la FP superior, cuyos títulos dan acceso directo a las carreras universitarias. En todo caso, también abundan los que usan el examen de acceso a mayores de 25 años porque se reenganchan a los estudios años después de dejarlos.

Aunque el perfil de los jóvenes gitanos que llegan a la universidad es diverso, las entidades destacan ciertos puntos en común, como es la preferencia por las carreras de ámbito social. “Somos una minoría desfavorecida, así que se tiende a carreras que ayuden a la comunidad, como Magisterio, Trabajo Social o Derecho, pero cada vez hay más variedad y estudiantes en el ámbito de las ciencias”, comenta Manuel García, de Campus Rom y doctor en nanotecnología.

Esta red estudiantil tiene una presidencia bicéfala, compartida entre un hombre y una mujer, para promocionar la equidad y el acceso a la universidad de las chicas gitanas. “Hay un grupo específico de mujeres para apoyarnos en el ámbito académico y emocional, porque no es fácil llevar la casa, la familia y los estudios. Es fácil desistir, pero entre nosotras nos ayudamos”, abunda Loli Santiago, copresidenta de Campus Rom. “A las chicas les cuesta más llegar a la universidad, pero tienden a llegar a niveles más altos”, añade Mónica Chamorro, del Secretariado Gitano.

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