Cómo pasar por el sistema educativo sin creer en bulos o defender posturas anticientíficas
Los contenidos solo se mantienen si los actualizamos de forma continuada con la experiencia. Dar más o menos conocimientos en la educación obligatoria es un debate absurdo: los que no se practiquen posteriormente, se olvidarán.
El profesorado enseña contenidos que están en los libros a los estudiantes, que los aprenden, y les quedan registrados en su cerebro. El cerebro es como una biblioteca, en la que almacenar dicho contenido. Las pruebas de evaluación deben registrar que dichos libros están “bien almacenados”. El alumnado necesita esforzarse en este proceso, y si no, tendrá consecuencias. Los castigos físicos se prohibieron, pero queda la sanción de que si se es mal estudiante, su vida queda condenada al fracaso. Quienes critican este modelo de aprendizaje son “buenistas” que quieren café para todos.
El párrafo anterior sintetiza el sentido común que subyace a muchas de las críticas contra la reforma del currículum. Un sentido común sin sentido, pues está repleto de idealizaciones que ignoran cómo se desarrolla el aprendizaje y de cuáles son las alternativas que se proponen al modelo actual. Parte de un conductismo naíf, según el cual con castigos y recompensas aprendemos cualquier tema por tiempo infinito. No es que no se moleste en saber qué nos dice la investigación educativa sobre cómo aprendemos, es que ni siquiera se esfuerza por considerar una experiencia básica: al día siguiente del examen es mucho lo que olvidamos. Los contenidos solo se mantienen si los actualizamos de forma continuada con la experiencia. Por eso, dar más o menos conocimientos en la educación obligatoria es un debate absurdo: los que no se practiquen posteriormente, se olvidarán.
Si casi todo lo aprendido será olvido, ¿para qué enseñar? Por un lado, en la educación obligatoria lo que se enseñe debe estar alineado con lo que será el entorno del promedio de la ciudadanía, por lo que sí deberá ponerse en práctica, y por tanto, no se olvidará. Desgraciadamente, se confunde la ciudadanía media con un departamento de universidad, y se da por supuesto que la educación obligatoria consiste en saber lo mismo que para una oposición de cátedra, pero con menos temas. Aunque la educación secundaria obligatoria tampoco es mucho menos exigente que una oposición: en sus cuatro cursos está prescrito impartir más de doscientos temas de lo más variopinto.
El debate de aprender a aprender ha caído en la falacia del espantapájaros, es decir, atribuir al rival argumentos que no sostiene. Nadie está defendiendo que se pueda aprender a aprender sin contenidos curriculares. Lo que se está planteando es que el conductismo naíf no describe cómo aprendemos, y por tanto, no puede ser buena guía para la didáctica. La capacidad de aprendizaje es limitada, y puede desarrollarse de forma extensiva o intensiva. El conductismo naíf apuesta por la extensiva: muchos temas de muchas disciplinas. Desde el constructivismo se apuesta por pocos temas, pero con mucha más profundidad, para que en el proceso se desarrollen estrategias más sólidas de aprendizaje que nos acompañarán a lo largo de la vida. No se trata solo de atinar con la solución a una ecuación de segundo grado (aprendizaje superficial), sino de dedicar más tiempo, para así entender que se está haciendo cuando se obtiene ese resultado (comprensión profunda).
El modelo actual es impartir muchos temas de muchas asignaturas, por lo que necesariamente conduce al aprendizaje superficial. El alumnado memoriza unos contenidos que muchas veces no están adaptados ni a su edad ni a su entorno, o aprende unas rutinas superficiales para solucionar unos pocos problemas codificados. Así ni aprende lo que es el conocimiento riguroso, ni realiza aprendizaje significativo. Con tan poco tiempo para tantas cosas no aprende ni el método científico ni la argumentación compleja. Tampoco le enseñamos cómo puede seguir aprendiendo por su cuenta cuando salga del sistema educativo. Solo le enseñamos a memorizar y a repetir rutinas sencillas, que olvidará. Este aprendizaje superficial, ni transmite contenidos ni forma ciudadanía crítica, en contra de lo que ingenuamente creen sus defensores. Así terminamos encontrando a muchas personas que después de pasar por el sistema educativo creen en bulos o defienden posturas anticientíficas. Como les sucede a los defensores del conductismo naíf.
José Saturnino Martínez es Sociólogo y director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa
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