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Aulas muy llenas y patios difíciles de controlar: los problemas de la total presencialidad educativa en Cataluña

Casi todos los alumnos catalanes van a diario al instituto. Pese a las ventajas pedagógicas, profesores, directores y expertos se muestran preocupados

Vacunación en el IES Pablo Ruiz Picasso de Barcelona el pasado viernes.
Vacunación en el IES Pablo Ruiz Picasso de Barcelona el pasado viernes.

Cataluña es la única autonomía con una elevada población escolar (representa el 16,6% del total) que ha recuperado la enseñanza plenamente presencial en casi todas las etapas educativas, con algunas excepciones semipresenciales en grupos de Bachillerato y FP. Y debido al crecimiento del número de alumnos que ha experimentado en la última década y a la ausencia de un esfuerzo inversor acorde al mismo, cuando la pandemia estalló el territorio no contaba con unas dotaciones educativas precisamente envidiables. El resto de comunidades que han iniciado el curso de forma completamente presencial tienen pocos estudiantes (Cantabria), o abundante espacio en colegios e institutos como consecuencia de la pérdida sostenida de alumnos en los últimos cursos (Extremadura y Castilla y León), o una riqueza y un régimen fiscal distintos del resto (País Vasco y Navarra). Por eso, si funciona, el modelo catalán de que todos los alumnos vayan a clase a diario —cuando lo normal en el resto de España es hacerlo en días alternos a partir de segundo o tercero de la ESO—, podría ser imitado por las otras autonomías.

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Directores, profesores y expertos advierten, sin embargo, de que junto a la clara ventaja pedagógica del sistema, la contratación de docentes y la ampliación de espacios han sido insuficientes, lo que conduce a situaciones de riesgo en los institutos, con clases llenas y patios y otros espacios comunes muy concurridos, lo que hace más difícil vigilar que los adolescentes, un grupo de edad especialmente remiso a las normas de seguridad, las cumpla. El departamento de Educación, dirigido por Josep Bargalló, que ha defendido la máxima presencialidad sobre todo por motivos de equidad, decidió en verano extender el sistema de grupos burbuja a todas las etapas educativas. De este modo se sorteó la obligación de mantener la distancia de 1,5 metros, lo que permite tener a más alumnos en clase, a costa de que en los grandes núcleos urbanos estén muy juntos.

“El parque de edificios de secundaria está muy envejecido y muchas clases tienen 45 metros cuadrados para grupos de hasta 35 alumnos”, se queja Xavier Díez, portavoz de Ustec, el principal sindicato de enseñanza en Cataluña, sin que se hayan utilizado edificios públicos alternativos. Los grupos burbuja presentan un agujero por el lado del profesorado, ya que a diferencia de en infantil y primaria, las clases no tienen uno o dos docentes fijos, sino hasta 12 que dan su asignatura a varios grupos. Y los estudiantes, advierten los directores, respetan en general las normas dentro de clase, pero fuera resulta imposible controlarlos. “No podemos mantener los grupos burbuja en el patio. Necesitaríamos 15 patios”, reconoce Marc Hortal, director del instituto Pablo Ruiz Picasso de Barcelona.

Carmen Sancho, profesora de un instituto de Barcelona, es partidaria de la presencialidad, pero ahora está preocupada, sobre todo por la dinámica de los chavales cuando salen al recreo. “Les dices: ‘No os mezcléis con los de la otra clase’, y en cuanto te das la vuelta se abrazan, se ponen la mascarilla por debajo de la nariz… Les pegamos la bronca, pero son adolescentes. Los más pequeños hacen más caso, pero a partir de tercero y cuarto de la ESO la adolescencia se les sube a la cabeza y ¿cómo los separas? Es muy difícil controlarlo todo”.

Transmisión

Las bajas, un sistema de sustituciones lento y un refuerzo de las plantillas muy inferior al que reclamaron los sindicatos —están previstos 5.320 más para todo el sistema— han obligado a “estirar al máximo” el horario de los docentes, asegura Núria Prunés, miembro de la asociación de directores Axia. “Además, tienes que estar todo el día pendiente de las medidas de seguridad, también haciendo de policía y recordando a los alumnos lo que pueden o no hacer. Solo llevamos un mes, pero los profesores están muy cansados”, añade.

Los grupos burbuja se plantearon para los alumnos de infantil, asumiendo que no era realista que guardaran distancia ni que llevaran todo el día la mascarilla. Y se diseñaron para un máximo de 15 alumnos. El epidemiólogo del Instituto de Salud Global de Barcelona Quique Bassat indica que, a diferencia de lo que pensaba inicialmente, los modelos predictivos no contemplan grandes diferencias en la utilidad de estos grupos como vía para prevenir la expansión de la enfermedad en función de que tengan 20 alumnos o 30; para que haya un salto en su eficacia deberían ser como mucho de 10. Pero Bassat sí ve importantes problemas en el hecho de que en Cataluña el modelo se haya extendido a secundaria.

“Con los adolescentes las cosas se complican, porque los grupos son menos estables, al incluir a muchos profesores que no forman parte del grupo, y porque en los recreos las burbujas en gran medida se diluyen. Pienso que lo que está pasando en los institutos puede contribuir a la transmisión, aunque no tiene tanto impacto como otras actividades que realizan estos mismos grupos de edad fuera de las clases: una fiesta con 50 jóvenes, en los que nadie controla nada, es mucho más probable que se convierta en un amplificador de la epidemia. Mientras que en la escuela hay otras medidas de prevención además del grupo burbuja, como la mascarilla y la higiene, e incluso, por imperfecta que sea, la supervisión de los adultos”, dice Bassat.

“Ir todos los días a clase es una bendición”

Extremadura es la única comunidad, con Castilla y León, que tiene menos alumnado que hace una década. Y es la que más ha perdido de las dos: un 2,5%, 4.424 estudiantes menos, hasta los 175.335. Visto desde un centro educativo, el declive de población ha resultado “una ventaja” ante el coronavirus, afirma Miguel Pérez, presidente de la asociación de directores de instituto de la región. Espacios que en su día fueron aulas y por falta de uso se reconvirtieron en “salas polivalentes, talleres o almacenes” han recuperado su función original.

Esa “holgura” ha facilitado recuperar una enseñanza plenamente presencial no exenta, comenta Pérez, de “cierta dificultad”. “En secundaria se ha bajado la ratio, en general, a 20 alumnos. Pero en FP y Bachillerato hay aulas sin las dimensiones necesarias para mantener la distancia”, asegura.

La Junta de Extremadura fijó en un metro y medio la distancia que debía haber entre alumnos, como recomienda el Ministerio de Sanidad, y después la redujo a un metro. “Aún así, hemos encontrado grupos de Bachillerato y FP de una decena de centros donde no se cumple y lo hemos denunciado a la Inspección de Trabajo”, dice Francisco Jiménez, responsable de enseñanza de CC OO en Extremadura.

“Tener plena presencialidad es una bendición”, cree pese a ello José Luis Casado, presidente de la federación de padres Freapa y profesor de instituto. “Permite al sistema educativo cumplir su función con los grupos sociales vulnerables. Y ni los currículos están hechos para ser impartidos a distancia ni las plataformas educativas están preparadas”. Laura Domínguez, alumna de segundo de Bachillerato, está de acuerdo con la denuncia de sus compañeros de otras comunidades donde la enseñanza en su curso es semipresencial: “No ir a clase todos los días les pone en desventaja ante la selectividad”.

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