Europa, en busca de la sonrisa perdida
El continente necesita más homogeneidad e incentivos para elevar la participación privada en la transformación y evitar que la innovación se fugue al otro lado del Atlántico
En la pintura, las sonrisas han sido capturadas con múltiples significados. Desde la enigmática sonrisa de la Mona Lisa, pasando por la altanera, aunque afable expresión de los vencedores en la Rendición de Breda. Sin embargo, el gesto de felicidad efímero que supuso la aprobación de los planes Next Generation se ha desvanecido y Europa vuelve a tornarse seria, ya que la región se queda rezagada en la carrera por el crecimiento, una vez más.
Si bien es cierto que el PIB de la región ya se sitúa por encima de los niveles prepandemia, la recuperación ha sido más débil y manifiestamente diferente a la llevada a cabo por EE UU. Mientras el crecimiento europeo ha dependido del gasto público y del sector exterior, el de EE UU ha sido impulsado por el incansable consumidor americano, lo que ha abierto una brecha de cinco puntos porcentuales de PIB. Países como Alemania, con menor propensión al consumo, aún no han alcanzado los niveles previos a la pandemia en términos reales. Una diferencia causada por la suspicacia del ciudadano europeo.
Preocupado, el BCE ha realizado un análisis factorial de esta desconfianza crónica, identificando a los temores inflacionistas como principales causas a inicios de 2022, que han sido sustituidos por los elevados costes de financiación y el aumento en el precio de la vivienda. No obstante, los últimos datos nos traen buenas noticias. El consumidor está ganando seguridad a medida que la inflación comienza a remitir de manera clara y los costes financieros empiezan a reducirse. Por ello, en los próximos meses veremos un tímido despertar del consumidor europeo, aunque no será explosivo, pues las tasas de ahorro permanecerán elevadas.
Una inseguridad que deriva de un problema que va más allá del corto plazo. La Unión Europea afronta varios problemas estratégicos, que bien ha desglosado Mario Draghi en su documento presentado ante la Comisión Europea y que se pueden resumir en la búsqueda de seguridad y competitividad en un entorno internacional cambiante. Las cifras hablan por sí solas. Mientras EE UU ha elevado su productividad a ritmos del 1,2% anual en los últimos 25 años, la UE lo ha hecho a la mitad de velocidad.
La solución que nos ofrece el documento es potenciar la inversión para que alcance niveles del 27% sobre el PIB de la Unión Europea, 5 puntos porcentuales más que el actual. Este impulso conseguiría cerrar este diferencial y evitaría una amenaza catalogada como existencial. Actualmente, la inversión privada en Europa permanece deprimida, sin que los planes públicos de inversión —Next Generation— hayan arrastrado al lado privado.
Más allá del necesario impulso público, Europa necesita más homogeneidad e incentivos para elevar la participación privada en la transformación y evitar que la innovación se fugue al otro lado del Atlántico. Lo que demanda Europa no es simplemente reencontrar su sonrisa perdida, sino transformarla en una nueva expresión, más acorde a los desafíos de este siglo.
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