La paradoja de la supervivencia de la Unión Europea
El capital privado será clave para el éxito del proyecto, pero solo si los inversores extranjeros se atienen a las normas
En la reciente presentación del informe titulado El futuro de la competitividad europea, el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, habló de un auténtico temor por la supervivencia (self-preservation) de nuestra Unión Europea. Y en el tema de la competitividad no le falta razón: si no se proporciona el marco adecuado para el desarrollo de verdaderos campeones industriales con la escala necesaria para competir a escala global, la industria europea se enfrentará a la “lenta agonía” de la que nos advierte.
Pero al escuchar al señor Draghi presentar su histórico informe, no pude evitar reparar en la paradoja que albergan sus palabras. El instinto de supervivencia se activa tan pronto como un ser vivo intuye el peligro, cuando el deseo de protegerse supera todo lo demás. Si bien es cierto que estamos atravesando un periodo histórico de incertidumbre y hasta de una cierta amenaza para el orden mundial surgido en la segunda mitad del siglo XX y del que la UE es una clara expresión, también lo es que el instinto de replegarse sobre uno mismo y protegerse podría acabar haciendo más mal que bien, tanto en términos políticos y sociales como económicos.
Sí, necesitamos identificar e invertir en empresas estratégicas europeas que impulsen a los Estados miembros en la próxima revolución industrial. Como bien apunta el Informe Draghi, ninguna empresa de la UE con una capitalización bursátil superior a 100.000 millones de euros se ha creado de la nada en los últimos cincuenta años. Y muchas de las campeonas que creamos acaban deslocalizándose para obtener la financiación necesaria para su crecimiento: tomemos como ejemplo el 30% de los unicornios —start ups que llegan a una valoración de 1.000 millones de dólares— fundados en Europa entre 2008 y 2021, que posteriormente han trasladado su sede al extranjero. Esto debe cambiar.
Pero el esfuerzo necesario para fomentar la innovación y la competitividad de las empresas europeas no podrá hacerse sin aprovechar la inversión proveniente del resto del mundo. Como se señala en el Informe Draghi, el capital privado tiene que desempeñar un papel preeminente en la financiación de los 750.000 a 800.000 millones de euros que requiere financiar la transición energética y digital, los dos principales retos a los que se enfrenta la economía europea.
Así pues, las medidas necesarias para garantizar nuestra supervivencia dependerán, en parte, de la lucha contra ese mismo instinto de levantar el puente levadizo. Y revertir el primer descenso anual del volumen de inversión extranjera directa (IED) en Europa desde 2020.
Pero desde la perspectiva que da ser un gran inversor a nivel europeo en industrias estratégicas, es importante que la UE se mueva con cautela entre esa necesidad de entrada de capitales y la creación de un marco regulatorio que garantice condiciones de igualdad para los inversores. Es la única manera de garantizar que estas empresas sigan siendo una fuerza de desarrollo e innovación que repercuta positivamente en las economías europeas.
El primer paso es que los reguladores de los Estados miembros refuercen los códigos de gobernanza de las empresas cotizadas, con el objetivo de proteger a los accionistas minoritarios y prevenir las malas prácticas. Esto puede crear divergencias con los usos y prácticas de los inversores extranjeros. Un caso al uso que se ha podido observar en los últimos tiempos es cómo las compras abiertas en el mercado para construir una posición relevante en el accionariado acaban drenando la liquidez de una acción, algo que acaba perjudicando a los accionistas minoristas. A Europa le interesa ofrecer los incentivos adecuados para que los inversores extranjeros den prioridad a los beneficios a largo plazo frente a las ganancias a corto plazo, adoptando un comportamiento responsable que cumpla con la regulación y las buenas prácticas locales.
En España, que se ha consolidado en los últimos años como uno de los destinos más atractivos para los grandes inversores globales, se ha podido observar recientemente cómo no siempre los intereses de estos inversores concuerdan con la política industrial y el interés general, entendido este como la generación de beneficios para todos los grupos de interés de una compañía (accionistas, socios y colaboradores, la sociedad). En este sentido, más allá de contar con una normativa de control de inversiones clara y predecible, sería necesario poner el foco en la gobernanza de las compañías para asegurar que los modelos de relación entre accionistas mayoritarios contribuyen al desarrollo de proyectos industriales exitosos a largo plazo. Tan solo un modelo que consiga equilibrar la rentabilidad de la inversión con el interés general permitirá evitar la paralización de proyectos industriales clave para la economía del país.
CriteriaCaixa tiene un largo historial de inversiones que han contribuido a fortalecer la industria española en sectores estratégicos para la economía, ya sea a través de la transición energética o la transformación digital. Lo hemos hecho apostando a largo plazo por la gestión de las empresas participadas, desde una posición de influencia, construyendo alianzas con todos los grupos de interés, y participando y acompañando en la gobernanza como elementos clave para lograr impacto económico y social.
Creemos que el capital privado, en conjunción con la necesaria inversión pública, tiene la capacidad de ser catalizador de los grandes cambios necesarios para promover el desarrollo industrial y económico. Y una dosis de eso —administrada adecuadamente— es lo que le recetó el médico a la UE.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.