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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Emperadores desnudos y criptomonedas para la campaña

Las criptodivisas parecen adecuadas para cosas como el blanqueo de dinero y la extorsión, pero hasta ahora no han encontrado usos que no impliquen algún tipo de actividad delictiva

Cartel de Donald Trump
Una persona sostiene un cartel de Donald Trump durante una conferencia sobre bitcoin en Nashville el pasado 24 de julio.Jon Cherry (Getty Images)
Paul Krugman

Érase una vez un emperador al que le encantaba ir a la última. Así que se mostró receptivo cuando unos sastres charlatanes prometieron hacerle un traje con un nuevo tejido de alta tecnología, un traje tan cómodo que tendría la sensación de no llevar nada puesto. “La fortuna sonríe a los audaces”, le dijeron.

Por supuesto, la razón por la que el traje era tan cómodo era que no existía; el emperador se paseaba desnudo. Pero los congresistas que integraban su séquito no se atrevían a decírselo, porque sabían que los sastres que engañaban al emperador controlaban supercomités de acción política generosamente financiados que gastarían grandes sumas en destruir la carrera de cualquiera que revelase su estafa.

Vale, he cambiado un poco la historia. Pero es una forma de entender el papel extraordinariamente importante que el sector de las criptomonedas desempeña en la financiación de las campañas electorales este año.

Bitcoin, la criptomoneda original, se introdujo hace 15 años y se promocionó como sustituto del dinero a la vieja usanza. Pero hasta ahora no ha encontrado usos significativos que no impliquen algún tipo de actividad delictiva. El propio sector de las criptomonedas se ha visto asolado por robos y estafas.

Sin embargo, aunque hasta ahora las criptomonedas han sido prácticamente incapaces de encontrar aplicaciones legítimas para sus productos, han tenido un éxito espectacular a la hora de comercializar sus ofertas. Las criptodivisas, que se negocian a cambio de otros criptoactivos pero que, por lo demás, parecen adecuadas principalmente para cosas como el blanqueo de dinero y la extorsión, actualmente alcanzan un valor que ronda los dos billones de dólares.

Y en este ciclo electoral, el sector de las criptomonedas se ha convertido en un actor importante en la financiación de las campañas. Bueno, enorme: las criptomonedas, que no es una gran industria en lo que respecta al empleo o la producción (incluso si suponemos, por el bien del argumento, que lo que produce realmente vale algo), representa casi la mitad del gasto corporativo en comités de acción política en este ciclo.

El gasto en política no solo es enorme, sino que adopta una forma inusual. Aunque las criptodivisas se asocian con la ideología libertaria y el gasto del sector ha mostrado una inclinación partidista hacia los republicanos, los supercomités de acción financiados con criptomonedas no parecen ir a por los demócratas en sí, sino que se centran en los políticos que han instado a un mayor escrutinio del sector, incluidos los riesgos financieros que plantea y sus tácticas de marketing. En concreto, los ataques en anuncios financiados con criptomonedas contribuyeron a derrotar a la congresista Katie Porter, que se ha mostrado crítica con el sector, en las primarias demócratas para senadora por California.

Los políticos han tomado nota. En 2021, Donald Trump calificó al bitcoin de estafa. Pero el mes pasado prometió convertir a Estados Unidos en una “superpotencia bitcoin” y describió a los detractores de las criptomonedas como “fascistas de izquierda”. El Gobierno de Biden ha dado modestos pasos hacia la supervisión y la regulación de las criptomonedas, pero Chuck Schumer, el líder de la mayoría demócrata en el Senado, ha declarado que “todos creemos en el futuro de las criptomonedas” y, al parecer, ha intentado que actores del sector respalden la campaña de Kamala Harris.

El gigantesco gasto político y la influencia de un sector que, en todo caso, destruye valor en lugar de crearlo (especialmente si se tiene en cuenta su impacto medioambiental) es sorprendente. Pero en cierto modo tiene sentido.

Pensemos en esos sastres que estafaron al emperador. Si se hubieran limitado a vestirle con un traje feo, habrían arremetido contra cualquiera que se hubiese atrevido a señalar su fealdad. Pero es mucho más difícil silenciar a la gente cuando no critica el sentido de la moda del emperador, sino que pone al descubierto el hecho de que ha sido completamente engañado. En ese caso, una campaña contra los detractores tendría que ser mucho más intensa, incluso desesperada.

Es cierto que casi todas las grandes industrias gastan algo de dinero en intentar influir en la política en su beneficio, y algunas dedican sumas considerables a intentar suprimir las críticas. El sector de los combustibles fósiles da mucho dinero a los políticos que se oponen a las normativas medioambientales —lo que en este momento significa que apoya abrumadoramente a los republicanos— y a lo largo de los años ha proporcionado financiación a gran escala a iniciativas que ponen en tela de juicio la realidad del cambio climático.

Pero no es probable que las críticas a la industria del petróleo, por ejemplo, precipiten una implosión repentina; al fin y al cabo, el petróleo es un sector que produce cosas con usos reales, y muchas empresas petroleras probablemente encontrarán nichos rentables aunque pasemos a una economía verde. Por otro lado, las criptomonedas no deberían considerarse una industria de verdad; se basan únicamente en la percepción de que algún día, de alguna manera, encontraremos un uso genuino para sus productos.

Descargo de responsabilidad obligatorio: algunas personas con las que hablo afirman que la cadena de bloques, el concepto que subyace tras la criptomoneda, puede tener algunos usos empresariales verdaderos. Pero esto realmente no tiene nada que ver con las grandes afirmaciones sobre bitcoin y sus rivales.

Volviendo a la política: no sabemos qué ocurrirá si el Gobierno se toma en serio la regulación de las criptomonedas, y vigila tanto sus usos delictivos como sus prácticas de marketing. Pero gran parte de esa valoración de dos billones de dólares, si no toda, podría simplemente evaporarse.

De ahí la explosión del gasto político. Es una demostración de poder, pero que delata desesperación. Es una confesión involuntaria de que el emperador no tiene ropa.

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