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Comercio
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Puede evitar Alemania un ‘shock’ de China?

Por primera vez en la historia, Alemania está importando más coches del gigante asiático de los que le vende

Casco de obra diseño bandera China
Maravillas Delgado

Los ejecutivos de la industria automotriz de Alemania y de Estados Unidos que asistieron al Salón del Automóvil de Shan­ghái este año quizás esperaban hacer la señal de la victoria después de tres años de ausencia por culpa de la pandemia. Sin embargo, los fabricantes occidentales se encontraron con una dura realidad: decenas de nuevos vehículos eléctricos (VE) de fabricación china vienen para quedarse con su cuota de mercado. En los últimos años, el ascenso de los VE ha impulsado la industria automotriz china a una posición de dominio global. Las exportaciones de autos del país asiático ya superaron a las de Alemania en 2022, gracias a un incremento del 54%, y se prevé que el país supere a Japón para convertirse en el mayor exportador de autos del mundo este año.

Este cambio se hizo evidente en Shanghái, donde los consumidores chinos ignoraron las ofertas de BMW, Volkswagen y Mercedes en favor de nuevos modelos de los fabricantes chinos BYD y Nio. En comparación con los nuevos autos chinos, con sus baterías y sensores de última generación, los VE fabricados en Alemania parecían casi pasados de moda. Durante décadas, los ingenieros alemanes perfeccionaron el motor de combustión interna; ahora, la revolución de los VE amenaza con hacer que todo su conocimiento tecnológico se vuelva obsoleto.

Dado que el sector automotriz representa el 4% del empleo alemán, el país podría enfrentar un shock de China comparable al que Estados Unidos y otros países de altos ingresos experimentaron a comienzos de los años dos mil. Tras el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio en 2001, los fabricantes occidentales se enfrentaron a una competencia feroz de las empresas chinas, que empezó con productos de bajo valor añadido como los muebles y la ropa, pero que luego también se produjo en industrias más sofisticadas como la informática y la electrónica.

Entre 2000 y 2010, el porcentaje del total de importaciones estadounidenses de productos fabricados en China aumentó 25 puntos porcentuales, lo que contribuyó a la desindustrialización del llamado cinturón de óxido y transformó la economía y la política de Estados Unidos. Contrariamente a lo que predecían los economistas especializados en comercio, la contracción de los sectores que compiten con las importaciones no estuvo compensada por un incremento de las exportaciones a China. Asimismo, los trabajadores desplazados no pudieron encontrar nuevos empleos fácilmente y los que sí lo hicieron experimentaron bajas salariales. La caída del empleo en el sector de manufactura contribuyó al aumento de las “muertes por desesperación” y preparó el escenario para la victoria de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos de 2016, ya que la región más expuesta a la competencia de las importaciones chinas sufrió un giro hacia la derecha.

Existen claras señales de que Alemania ya está experimentando su propia versión del shock de China. Hasta el año pasado, Alemania era un exportador neto de autos. Hoy, por primera vez en la historia, está importando más autos de China de los que exporta. De enero a agosto de 2022, Alemania importó 1,8 millones de autos de China, pero solo exportó 1,7 millones. Una tendencia similar se produce en el sector de herramientas mecánicas, donde las exportaciones de China han superado a las de Alemania.

La ironía es que lo que facilitó la acelerada industrialización de China fueron las importaciones masivas de maquinaria alemana, particularmente autos y herramientas mecánicas, que son cruciales para la economía de la locomotora europea. En los últimos 30 años, Alemania entrenó a una generación de trabajadores chinos a través de operaciones conjuntas con empresas chinas. Pekín exigía estas transferencias de tecnología como un requisito previo para acceder a su mercado. Pero ahora que el país asiático se ha convertido en una potencia industrial por derecho propio, ha dejado atrás la necesidad de asistencia por parte de Alemania.

China tiene dos ventajas significativas respecto de Alemania. Primero, en un momento de disrupción tecnológica, la experiencia pasada es irrelevante. China no necesita ser un experto en el motor de combustión para derrotar a Alemania en el mercado de los VE. Segundo, su tamaño le permite escalar la producción, acelerar el proceso de aprendizaje y reducir los costes rápidamente. Así es como China se convirtió en un líder global en el sector de las baterías de iones de litio —y esto explica por qué ahora está en la cúspide del desarrollo de baterías de sodio—.

En el pasado, varios factores ayudaron a Alemania a evitar el shock de China. En un principio, las importaciones chinas competían con productos que Alemania antes importaba de países de bajos salarios como Turquía y Grecia, lo que resultaba en pérdidas de empleos en esos países más que en Alemania. De la misma manera, la expansión de las redes de producción a la Europa central y del este excomunistas les permitieron a las empresas alemanas impulsar la productividad y reducir costes. Durante años, Alemania se benefició del bum económico de China, en tanto la demanda china de autos y maquinaria alemanes de alta calidad se disparó.

Pero, en la medida que Pekín siga expandiendo su influencia económica, Berlín tal vez ya no pueda evitar el impacto negativo que han experimentado otros países. Si bien la reconstrucción de Ucrania podría darle a Alemania un impulso similar al que experimentó después de la caída del telón de acero en 1989, primero tiene que terminar la guerra allí, lo cual parece poco probable en el futuro previsible.

Los responsables de las políticas en Alemania podrían tomar varias medidas para no repetir el doloroso proceso de desindustrialización de Estados Unidos. Podrían intentar atraer inversión extranjera directa de empresas de baterías chinas y fabricantes de semiconductores asiáticos. Alemania también podría imitar a China y realizar operaciones conjuntas entre empresas domésticas y start-ups de inteligencia artificial israelíes. Eso ayudaría a Alemania a achicar la brecha de conocimiento en tecnología de IA, que será crucial para los autos autónomos, y les permitiría a los ingenieros alemanes adquirir las capacidades necesarias para seguir siendo competitivos en el ámbito global.

Finalmente, Alemania puede y debe tomar la delantera en la creación de una versión europea de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa del Gobierno de Estados Unidos. Al aplicar ingeniería inversa a la estrategia china en materia de política industrial y a la estrategia de innovación de Estados Unidos, Alemania podría impulsar un dinamismo económico en el país y en otras partes de Europa, evitar las consecuencias negativas de un shock de China y preparar a su economía para los desafíos del siglo XXI.

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