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empleo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La erosión del poder de los trabajadores

Existen numerosos trabajos que hablan de la pérdida de capacidad de influencia de los sindicatos en Europa y EE UU

Negocios 12/03/23
Maravillas Delgado

Los salarios negociados en convenio crecieron en España un 2,8% en 2022, según el Ministerio de Trabajo y Economía Social, un 3,1% si se incluyen revisiones por cláusulas de garantía salarial. Si este dato es representativo, la capacidad adquisitiva del salario medio cayó un 5,5%. Este ajuste a la baja es considerable si se tiene en cuenta que hacía décadas que no se experimentaba un ajuste de tal magnitud. Décadas que nos retrotraen hasta tiempos donde la economía y las relaciones laborales se conformaban de modo diferente.

Este aumento aleja, sin embargo y de momento, los peores temores sobre los posibles efectos de segunda ronda vía salarios. Aunque de manera injusta estos efectos han sido asociados, casi en exclusividad, a la evolución de dichos salarios, no es menos cierto que una carrera entre estos y los precios sería nefasto para el control de la inflación. Aun así, no deja de sorprender la escasa reacción a la remuneración de los trabajadores en un contexto de fuerte subida de precios, algo que no es exclusivo de España. Un aumento de los precios como el que estamos experimentando debería haber tenido una contestación inmediata de los trabajadores canalizados a través de un mayor conflicto laboral.

Una posible explicación de esta escasa reacción podría ser que los trabajadores tendríamos hoy menos capacidad de contestación que antaño. A diferencia de épocas pasadas, como en los setenta, hoy los trabajadores podrían carecer de la capacidad de presión que entonces demostraban. Y es de interés reflexionar sobre esta cuestión. Este relativo debilitamiento del poder de los sindicatos está bastante estudiado por la literatura económica, en concreto la economía laboral (de-unionization lo llaman los estadounidenses), con consecuencias en no pocas cuestiones, entre ellas la evolución a largo plazo de los salarios, la desigualdad salarial o, en particular, la capacidad de los trabajadores para desplazar los aumentos de precios a los salarios.

Así, por ejemplo, existen numerosos trabajos que hablan de la pérdida de capacidad de influencia de los sindicatos primero en países anglosajones y posteriormente en países de la Europa continental. La crisis de los setenta, muy compleja, tuvo como reacción un nuevo paradigma en las relaciones laborales. La reacción de la economía de la oferta, mucho más intensa en países como EE UU o el Reino Unido, debilitó a unos sindicatos que habían peleado por subidas salariales y mejoras de las condiciones laborales en un contexto de crisis como fue la energética de aquella década.

También la globalización y el cambio tecnológico han erosionado el caladero del cual se alimentaba el poder sindical. La industria, histórico gran eje sindical, ha perdido empleo relativo durante las últimas décadas por la pérdida de peso en el conjunto de los trabajadores, en buena parte motivado por el intenso proceso de automatización experimentado, así como porque parte de los empleos se han mudado a otros países. Además, el nuevo empleo surgido por el cambio tecnológico tiene menos capacidad de asociación. La terciarización de la economía, en parte impulsada por estas mismas fuerzas, no facilita el asociacionismo, al atomizar las ocupaciones en empresas más pequeñas o, como está ocurriendo en buena parte de los países occidentales, en grandes corporaciones donde las inquietudes del empleo ya no son las de antes, en parte porque este empleo es de otra naturaleza. La externalización de servicios también ha ayudado a este proceso.

Así, datos de la European Trade Union Institute nos cuentan que en los últimos 15 años las huelgas y el número de horas de trabajo perdidas como consecuencia de estas se encuentran en mínimos históricos. Por ejemplo, en España, entre 2000 y 2009 se perdieron 153 horas anuales por cada 1.000 trabajadores debido a huelgas. Entre 2010 y 2019 se perdieron 49 y entre 2020 y 2021, datos pocos fiables aún por la pandemia, 30. Los datos del Ministerio de Trabajo y Economía Social sobre conflictividad en 2022 nos indican un aumento respecto a 2021, pero aún en niveles muy inferiores si los comparamos con años donde la evolución económica no fue especialmente ácida, como es el caso de 2018, o comparados con aquellos años de crisis durante la Gran Recesión. Esta tendencia, común para buena parte de los países de Europa, resulta cuando menos interesante y sobre todo crucial para entender la evolución reciente de algunos indicadores macroeconómicos, como es la inflación o la desigualdad. Veremos si continuando la presión, la reacción sigue siendo más contenida de lo esperado. Pero de momento ha sorprendido por su debilidad.

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