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PRODUCTIVIDAD
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Productividad: un debate necesario

Hay pocas esperanzas de mejorar en este campo si no media una fuerte reestructuración sectorial

Negocios 19/02/23
Maravillas Delgado

Es una excelente noticia que el líder de CC OO haya traído el crecimiento de la productividad al debate económico. Robert Lucas, el premio Nobel, señaló que las consecuencias del desarrollo económico eran tan importantes que, una vez que se comenzaba a pensar en él, resultaba muy difícil hacer cualquier otra cosa. Con la productividad pasa lo mismo. Sabemos que, a largo plazo, su crecimiento determina el aumento de bienestar de un país. Por tanto, y también a largo plazo, cuánto crece, en qué sectores y cómo se distribuyen sus resultados tienen impactos determinantes sobre el nivel de prosperidad de la economía y la estabilidad de la sociedad.

La medición y la interpretación de la productividad no es fácil. Las dos versiones que se suelen utilizar —el PIB por ocupado o las estimaciones de productividad total de los factores— son el resultado de agregar lo que ocurre en los millones de empresas que tiene un país y son, por tanto, muy sensibles a los criterios de agregación y de medición que se utilicen, así como a la influencia de factores cíclicos. Con todo, según la OCDE, entre 1977 y 2008 el crecimiento anual promedio de la productividad por ocupado fue del 1,3%, mientras que entre la Gran Recesión y el año previo a la pandemia el promedio fue del 1%. Cuando se usa la productividad total de los factores, la aportación promedio anual al crecimiento es de tres décimas. Durante esos años, la participación de los salarios en el PIB se mantuvo estable en torno al 47%, la del excedente empresarial cayó al 42% y los impuestos netos aumentaron hasta el 10%.

Cuando los datos de España se ponen en relación con la mediana de la OCDE, la brecha negativa en términos de PIB por ocupado es de dos décimas y en términos de productividad multifactorial de cuatro décimas, si bien las aportaciones de las horas trabajadas y del capital no tecnológico permiten un crecimiento diferencial de largo plazo positivo que explica que nuestra convergencia a la renta per capita mediana haya pasado del 73% que teníamos en 1985 al 80% en 2019.

Cualquiera que haya conversado alguna vez con un empresario encontrará en este relato aspectos que chirrían. Es muy difícil sostener frente a la mayoría de ellos que la productividad de su empresa no ha aumentado significativamente en los 30 últimos años. Todos saben que, si no produjeran más con menos factores, no seguirían siendo empresarios. La paradoja es que a nivel macro esas mejoras desaparecen. En el crecimiento de la productividad la clave está en la reasignación de recursos desde las empresas y sectores menos rentables a los más rentables. Es decir, el efecto composición. En eso es en lo que consiste el crecimiento. Y ese crecimiento es compatible con múltiples valores del peso de los salarios en la renta, y también con múltiples niveles de salarios, empleo y horas trabajadas. Perder de vista esa heterogeneidad es muy peligroso y puede llevar a consecuencias indeseadas. La talla única no es una buena idea y la alta costura es inmanejable a efectos prácticos.

Hay otra posible explicación a la paradoja de la productividad que recientemente Ezra Klein y Paul Krugman ilustraban con el caso del sector de la construcción en EE UU: la productividad “social” del sector ha aumentado porque, aunque se produzca el mismo número de metros cuadrados de vivienda por empleado que en los años cincuenta, se hace con una infinitamente menor siniestralidad laboral, un mayor respeto a la sostenibilidad ambiental y probables incrementos de calidad, factores todos ellos que el PIB simplemente no es capaz de capturar. En otras palabras, hay externalidades sociales positivas que la sociedad aprecia, pero que no computan en los cálculos estándar de productividad. Cómo cuantificarlas y cómo repartirlas no es un tema distributivo menor.

En España esta paradoja de la productividad sectorial —por no hablar del impacto del tamaño de las empresas— es igualmente relevante. El peso promedio de la construcción en el PIB es del 7%, y el de la hostelería y el turismo, del 21%, y ambos sectores han acumulado una pérdida de productividad aparente del 1% y del 6% pese a que muy probablemente estén internalizando bienes públicos como la mejora de las infraestructuras o el transporte que no se computan en los cálculos. Si añadiéramos a estos dos sectores el agregado de servicios —también estancado—, encontraríamos que hay pocas esperanzas de mejorar la productividad agregada si no media una fuerte reestructuración productiva sectorial y dentro de los sectores. Esa es la clave macro del crecimiento futuro.


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