¿Hemos llegado al final de la paz por medio del comercio?
La interdependencia internacional ha hecho más probable la actual guerra en Ucrania
A principios del siglo XX, el escritor británico Norman Angell publicó un famoso libro titulado La gran ilusión, en el que afirmaba que el progreso económico y el aumento del comercio mundial habían hecho obsoleta la guerra. Las naciones, sostenía Angell, ya no se podían enriquecer a través de las conquistas: a los obreros industriales no se les podía explotar como si fueran campesinos, y hasta los países pequeños podían prosperar gracias a la importación de materias primas y la venta de sus productos en los mercados mundiales. Además, la guerra entre naciones económicamente interdependientes tendría un coste enorme incluso para los vencedores.
Angell no predecía el fin inmediato de la guerra, lo cual fue bueno para su credibilidad, dado que la masacre de la Primera Guerra Mundial estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, sí aspiraba a persuadir a los políticos para que abandonasen sus sueños de gloria militar. Y una de las implicaciones de su lógica era que los vínculos económicos más estrechos entre los países servirían para fomentar la paz.
Efectivamente, la idea de la paz por medio del comercio se convertiría en la piedra angular de la diplomacia occidental después de la Segunda Guerra Mundial. En mi última columna hablaba del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, que rige el comercio mundial desde 1948. Este sistema debe sus orígenes en gran parte a Cordell Hull, el secretario de Estado de Franklin Roosevelt, quien consideraba que el comercio mundial era una fuerza para la paz, además de para la prosperidad. El camino hacia la Unión Europea se inició con la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero, uno de cuyos objetivos era crear tanta interdependencia entre Francia y Alemania que resultara imposible una futura guerra europea.
Pero ahora, como escribía en esa columna, Estados Unidos, que en buena medida creó el sistema mundial de comercio, está imponiendo nuevas restricciones al comercio en nombre de la seguridad nacional y afirma sin rodeos que tiene derecho a hacerlo cuando así lo decida. Cuando lo hizo el Gobierno de Trump, se pudo pasar por alto como una aberración: Donald Trump y los que le rodeaban eran burdos mercantilistas sin un sentido de las razones históricas que subyacen tras las normas comerciales actuales. Pero no se puede decir lo mismo de los funcionarios de Biden, que comprenden tanto la economía como la historia. Entonces, ¿hemos llegado al final de la paz por medio del comercio? No exactamente, pero se trata de una doctrina que últimamente ha perdido mucha fuerza, por varias razones.
En primer lugar, es posible que la idea de que el comercio fomenta la paz sea cierta solo para las democracias. Estados Unidos invadió brevemente México en 1916 en un intento infructuoso de capturar a Pancho Villa; eso sería inconcebible hoy en día, ya que las fábricas mexicanas son parte integrante del sistema de fabricación norteamericano. Pero, ¿tenemos la misma certeza de que la integración igualmente profunda de Taiwán en el sistema de fabricación chino excluye toda posibilidad de invasión?
Lamentablemente, el autoritarismo lleva tiempo en alza en muchos países del mundo. Esto se debe en parte a que algunas democracias frágiles se han derrumbado; en parte a que algunas autocracias, sobre todo China, se han abierto económicamente, aunque no políticamente; y en parte a que algunas de estas autocracias (de nuevo, sobre todo China) han experimentado un rápido crecimiento económico.
¿Y qué hay de la idea de que la creciente integración de la economía mundial sería en sí misma una fuerza democratizadora? Esa idea fue un pilar clave de la diplomacia económica de algunos países occidentales, en particular Alemania, que apostó fuertemente por la doctrina del Wandel durch Handel, la transformación por medio del comercio. Un simple vistazo a la Rusia de Vladímir Putin o a la China de Xi Jinping nos muestra que esta doctrina ha fracasado: China comenzó a abrirse al comercio internacional hace más de 40 años, y Rusia hace 30, pero ninguna de las dos muestra signos de convertirse en una democracia y ni siquiera en un país con un Estado de derecho sólido.
De hecho, es posible que la interdependencia internacional haya hecho más probable la actual guerra en Ucrania. No es ninguna tontería insinuar que Putin esperaba que Europa aceptara la conquista de Ucrania a causa de su dependencia del gas natural ruso.
Una vez más, no estoy dando a entender que la idea de la paz a través del comercio sea completamente errónea. Un conflicto bélico en el corazón de Europa (aunque, desgraciadamente, no en su periferia) se ha vuelto difícil de imaginar gracias a la integración económica; las guerras para asegurarse el acceso a las materias primas parecen mucho menos probables que antes. Pero el sueño de una “paz comercial” ha perdido definitivamente gran parte de su fuerza.
Esto tiene mucha importancia. Vivimos en un mundo de mercados muy abiertos, pero eso no tenía por qué ocurrir y tampoco tiene por qué persistir. No hemos llegado hasta aquí por una lógica económica inexorable: la globalización puede retroceder y ha retrocedido durante períodos prolongados cuando pierde el apoyo político. Tampoco hemos llegado hasta aquí porque los economistas hayan convencido a los políticos de que el libre comercio es bueno. Más bien, el actual orden mundial refleja en gran medida una serie de consideraciones estratégicas: los líderes, especialmente en Estados Unidos, creían que el comercio más o menos libre haría que el mundo fuera más proclive a nuestros valores políticos y más seguro para nosotros como nación.
Pero ahora, ni siquiera los responsables políticos relativamente internacionalistas, como los funcionarios de la administración de Biden, están seguros de ello. Es un cambio muy grande.
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