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Competencia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Empresas grandes y sueldos diferentes

Ciertas diferencias salariales son consustanciales con el sistema de mercado, pero en algunos casos son escandalosas

Empresas
MARAVILLAS DELGADO

Siempre he creído en las virtudes del mercado y en las ventajas de una sana competencia. Una visión ingenua podría llevarnos a pensar que son los empresarios los que buscan enfrentarse con limpieza a sus competidores en el mercado, bajo el lema de “que gane el mejor”, lo que sería estupendo, pues llevaría a las empresas a esforzarse en hacer las cosas muy bien, en beneficio de sus clientes, pero no siempre es así.

Adam Smith, en su famosa obra La riqueza de las naciones, de 1776, muestra su desconfianza ante los empresarios. Frases suyas son: “Es raro que se reúnan personas del mismo negocio, aunque sea para divertirse y distraerse, y que la conversación no termine en una conspiración contra el público o en alguna estratagema para subir los precios”. O también: “El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia”. Lo normal es que para un empresario sea más cómodo el monopolio o el oligopolio: puede fijar precios y obtener pingües beneficios a costa de los consumidores sin necesidad de estar continuamente innovando y mejorando para atender a su clientela.

La realidad es que en los últimos 40 años hemos asistido a la creación y al crecimiento de lo que hoy son enormes compañías, muchas en el sector tecnológico. Lo cierto es que nos encontramos en un mundo en el que la competencia, tal como la entendemos normalmente, resulta a veces difícil de mantener: cuanta más gente hay en una red, más interesante se hace, luego el tamaño aumenta su competitividad. Lo mismo sucede con muchas herramientas informáticas cuando su valor aumenta cuantos más usuarios tenga. Simultáneamente las barreras de entrada se van haciendo mayores y nos vamos acercando al monopolio.

He escuchado y he leído recientemente varias veces a Jan Eeckhout, de la Universidad Pompeu Fabra, especialista en estos temas, y coincido con él en que este problema tenemos que abordarlo seriamente y resolverlo, probablemente mediante instituciones fuertes e independientes que garanticen la competencia. El poder de mercado de las grandes empresas es muy perjudicial para la economía, suben los precios de sus productos y disminuyen la oferta de los mismos. Además de perder incentivos, en muchos casos, para la innovación o la atención al cliente.

Cuando una empresa, por su gran tamaño, domina la contratación de determinados trabajadores, tiende a rebajar sus sueldos. Si los trabajadores no tienen la suficiente movilidad, quedarán atrapados por la empresa con sueldos bajos. Por otro lado, los monopolios procuran subir los precios de sus productos o servicios, disminuyendo la cantidad ofertada; lo que recorta el PIB a la vez que rebaja puestos de trabajo: más paro y menos salarios. Por lo general estos procesos claramente negativos, consecuencia de una alta concentración empresarial, está comprobado que los sufren especialmente los trabajadores menos cualificados. Muchas son las causas que hacen que las diferencias salariales entre los trabajadores menos cualificados y los directivos se estén acrecentando; una de ellas es el poder que están consiguiendo determinadas empresas.

La gran virtud de la competencia es que cada uno ha de esforzarse por ofrecer el mejor producto o servicio. Esto hará que los clientes lo escojan y logrará beneficios. Pero esas empresas enormes de las que tanto dependemos tienen una competencia muy exigua, que en muchos casos sale a jugar pensando que ya tiene perdido el partido. La menor competencia nos empobrece como sociedad y parece que de forma especial a los más vulnerables.

Ciertas diferencias salariales son consustanciales con el sistema de mercado, pero las actuales son escandalosas en algunos casos. Pueden tomarse medidas fiscales redistributivas, que son necesarias; puede subirse por ley el salario mínimo (siempre con prudencia para no excluir del mercado a determinados trabajadores), podrían toparse determinados sueldos (yo eso no lo veo), pero es un problema que hay que afrontar.

Yo creo que sería bueno someter al escrutinio público las diferencias salariales en cada empresa, sobre todo en las más grandes. En este sentido, la ratio GRI (Global Reporting Initiative) 102-38 (compensación total anual de la persona mejor pagada frente a la mediana del resto de empleados) debe ser analizada y discutida en las organizaciones. Además, tenemos que estimular la competencia, permitiendo las economías de escala, pero garantizando un mercado competitivo. Y cuando no se pueda, habrá que controlar a las empresas excesivamente poderosas.

Fernando Gómez-Bezares es catedrático de Finanzas de Deusto Business School.

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