Así son los Gallego, una de las familias más ricas de España gracias a su control en la sombra del aceite de oliva mundial
Migasa factura 1.000 millones de euros con la venta de 250.000 toneladas de este producto
Corrían los años cuarenta del pasado siglo cuando Miguel Gallego y su esposa, Dolores Jurado, decidían dejar su pueblo extremeño para iniciar una nueva aventura empresarial en Sevilla y poner la primera piedra de un negocio familiar que siguieron sus hijos Miguel, Antonio, Diego y Francisco. De aquel proyecto surgió Migasa, lo que hoy es el primer grupo mundial en la venta de aceite de oliva con 250.000 toneladas, a las que se suman otras 230.000 de semillas, además de otros productos alimentarios. Su facturación supera los 1.000 millones de euros.
Conocedor como era del comercio del aceite desde su niñez por el negocio de su padre, Miguel Gallego daba sus primeros pasos en este mundo comprando y arrendando molinos de aceite en diferentes provincias, desde Sevilla hasta Toledo. El primer paso en la construcción del grupo se producía en los años cuarenta, con la compra en Torreblanca de una fábrica de aceites y jabones a partir del aceite de oliva, con una refinería y una pequeña planta de envasado en tierras sevillanas. A esta operación siguió la adquisición en los cincuenta de una empresa refinadora de aceite de orujo de oliva que se complementaría con la compra de una nueva refinería.
Hoy el grupo cuenta con 19 plantas industriales y tiene su base en Dos Hermanas (Sevilla). Es la principal empresa española productora de aceite en el segmento de graneles. Migasa se convirtió en el principal proveedor de aceites de oliva y de semillas tanto para los envasadores españoles más importantes como para los pequeños. También para otros ubicados en el exterior, especialmente en Italia y Portugal. Sobre una producción de 250.000 toneladas de aceite de oliva, unas 150.000 toneladas se destinan a la exportación a más de un centenar de países, donde los envasados suponen unas 70.000 toneladas. En el mercado interior, la venta se reparte entre graneles, básicamente para la industria alimentaria, desde el dulce hasta las conserveras; los aceites envasados con sus propias marcas o marcas asociadas gracias a acuerdos con otros grupos o marcas de la distribución.
“Había muchos pequeños envasadores en todos los pueblos de las zonas olivareras y poco a poco iban cerrando, con lo que nos íbamos quedando sin muchos clientes de toda la vida. En ese contexto, optamos por dar un giro y aumentar las operaciones con el aceite envasado con marcas nuestras y con otras a partir de acuerdos”, señala Antonio Gallego, director general adjunto de Migasa. La alianza inicial fue con el grupo Ybarra para la comercialización de envasado bajo su marca. A esta decisión se sumó en 2001 la compra de La Masía, en manos de la multinacional Unilever.
Las circunstancias de los mercados, con una fuerte ofensiva desde la gran distribución para banalizar el aceite o con marcas baratas que afectan a las ventas de los fabricantes, dispararon las dificultades financieras de Ybarra. Migasa salió en su auxilio en 2009 a cambio de hacerse con el 50% de la sociedad. Y, lo que había comenzado como una alianza estratégica, dio paso a la constitución de una nueva sociedad como Grupo Ybarra Alimentación, que supuso incorporar a la actividad otros productos, como salsas, mayonesas, vinagres, aceitunas o conservas vegetales.
Para crecer en la venta de envasados con marcas ligadas al grupo, Migasa siguió diferentes estrategias. En el caso de Salgado, la enseña se incorporó a la empresa en un momento de dificultades financieras. En otros, funcionaron los acuerdos de colaboración, como con Mueloliva, Monterreal o Arteoliva para la comercialización de gazpachos, o la nueva línea de gazpachos y salmorejos lanzada bajo su marca Artesur con el sello Realfooding, creado por el nutricionista onubense Carlos Ríos para una alimentación saludable.
La marca blanca constituye otra de las actividades más importantes. Hoy, el grupo, además de la potenciación de sus propias enseñas, se mantiene como el gran proveedor de empresas envasadoras de aceite, además de como suministrador para la industria alimentaria. El aceite es la actividad mayoritaria, al superar más del 80% de sus 1.000 millones de facturación. Desde el punto de vista de la gestión empresarial, en Migasa los puestos de responsabilidad se reparten entre los hijos y los nietos del fundador. La segunda y tercera generación de una saga alejada de las guerras que han sido frecuentes en empresas alimentarias de corte familiar.
Las inversiones del grupo en los últimos años, unos 60 millones de euros, señala Antonio Gallego, han ido a la mejora de sus plantas, desde la producción hasta el envasado. Apunta que no tienen un plan escrito de inversiones con la mirada puesta en el medio y el largo plazo, pero que toda la familia tiene claro por dónde avanzar: pegada al mundo del aceite y a los más de 80.000 olivareros con quienes mantiene relaciones comerciales. No ofrecen datos sobre beneficios. “Tampoco hacemos públicas las valoraciones financieras que deben publicitar quienes están en Bolsa”, mantiene el directivo.
Lo que sí tienen claro los Gallego es que disponen de recursos suficientes para seguir creciendo vía compra de otras sociedades. Han sido más amigos del trabajo discreto en la sombra como granelistas para construir el grupo actual que de alardear de su éxito. La familia figura entre las 100 fortunas más grandes de España, según Forbes.
Olivar tradicional
Migasa, junto al grupo de distribución Lidl y la organización agraria UPA, suscribían hace poco más de un año un acuerdo para apoyar la supervivencia del olivar tradicional frente a las explotaciones superintensivas, para dar a su aceite un mayor valor añadido y además por su papel fundamental en el sostenimiento del territorio rural.
Sobre una superficie olivarera de 2,7 millones de hectáreas, el olivar tradicional supone más del 60% de toda las superficies de cultivo, con un claro peso de terrenos de secano y de montaña, con producciones de calidad y generalmente cortas en comparación con las superficies de regadío intensivas. Esta situación hace que sus costes de producción por kilo sean más elevados: por encima de los cuatro euros por kilo en zonas de montaña en secanos no mecanizables, cifras que no son fáciles de obtener en los mercados, lo que supone un riesgo para la propia supervivencia de este tipo de producciones frente a los menos de dos euros por kilo que corresponden a un olivar superintensivo.
En esta línea de apoyo se halla la reciente decisión de la Administración española de apoyar el futuro del olivar a través del establecimiento de una ayuda asociada a este tipo de producciones, con un fondo de 30 millones de euros.
El acuerdo entre Migasa, Lidl y UPA, promovido por esta última organización, contemplaba inicialmente la compra de 1,5 millones de kilos de aceite procedente de este tipo de olivar pagando las aceitunas a unos precios que asegurasen la viabilidad de la actividad. El acuerdo preveía duplicar ese volumen en el segundo año para su comercialización bajo la marca Olisone de Lidl. El grupo de distribución se comprometía a su comercialización en sus tiendas de otros países comunitarios.
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