Tom Burgis y una verdad incómoda sobre los oligarcas: “Boris Johnson los invitó al Reino Unido”
El periodista del ‘Financial Times‘, autor de ‘Dinero sucio’, critica la complicidad del poder político occidental con las grandes fortunas nacidas de la corrupción
Tom Burgis escarba bajo la superficie del dinero como un arqueólogo en un yacimiento: pasa la escobilla con paciencia y conecta hallazgos con personajes a los que pone nombre y apellidos. Los huesos que encuentra, sin embargo, son de hombres vivos. Y ricos, inmensamente ricos. Dinero sucio (Ariel), el libro de este periodista de investigación del Financial Times, es una reveladora inmersión en la cálida acogida que reciben por parte de Occidente los dueños de turbias fortunas engendradas casi siempre gracias a favores políticos. Un brusco despertar de la inocencia de pensar que Europa está libre de los pecados que achaca a regímenes corruptos, autocráticos o autoritarios, basado en una idea: la élite de esos países ha gozado (y goza) de impunidad para disfrutar de sus millones de dudosa procedencia en las zonas más exclusivas del continente, a veces sin hacer mucho ruido. “Hay otros mundos, pero están en este”, decía el poeta Paul Éluard.
En las páginas de la obra hay, por supuesto, rusos. Muchos rusos. “Un puñado de empresarios se repartieron los yacimientos petrolíferos, las minas y las fábricas que habían constituido el motor del imperio soviético”, escribe en el texto. Las sanciones a los oligarcas que han seguido a la invasión de Ucrania otorga una actualidad rabiosa a la investigación, publicada en su edición inglesa en 2020 y disponible en las estanterías españolas desde finales de enero. Burgis atiende a este medio por teléfono desde su casa en Londres. Y recuerda que esos hombres importantes de los que ahora Europa reniega llevan décadas comprando coches de lujo y suntuosas mansiones sin que nadie les pregunte por el origen de su dinero.
“Cuando era alcalde de Londres, Boris Johnson dio discursos invitando calurosamente a la oligarquía a instalarse en el Reino Unido. Y lo que reciben cuando vienen es un paquete completo. Si has hecho fortuna en un sistema ultracorrupto, ya sea Rusia, Arabia Saudí, Kazajistán o el Congo, obtienes servicios financieros que se ejecutan desde Londres e implican a diversos puntos del Imperio Británico, como las Islas Vírgenes; bufetes de abogados que intentarán frenar cualquier investigación de los medios sobre tu pasado, tu riqueza y tus actividades; miembros de la Cámara de los Lores y ex primeros ministros a los que puedes contratar y colocar en la directiva de tu empresa, que además cotizará en la Bolsa de Londres y parecerá un negocio legítimo. Además, puedes contratar a exoficiales de inteligencia como espías privados para que presionen por ti a los organismos que aplican la ley. Y todo esto se puede hacer mientras se usa una compañía offshore para comprar una enorme casa de campo cerca de Londres. El Reino Unido se ha convertido deliberadamente en el epicentro global del dinero sucio. Y ha estado beneficiándose de ello durante años”, concluye.
Ahora, las circunstancias han obligado al Reino Unido a dar marcha atrás en su política de alfombra roja a los oligarcas, al menos en lo que a los rusos se refiere. Pero Burgis desconfía de la efectividad de las sanciones. “Muchos despachos de abogados van a aprovechar lagunas en las sanciones para seguir trabajando para los oligarcas, y los magos financieros del Reino Unido y otros lugares inventarán el modo de que el dinero sucio siga fluyendo. La vida será más difícil para los que aparecen en la lista de sancionados, pero no creo que lo que esté sucediendo aquí sea que el Reino Unido decida dejar de ser el centro mundial del dinero sucio. Es solo un momento incómodo para ejercer ese papel. Hay una guerra contra una de las cleptocracias y necesita montar un gran espectáculo para reducir su complicidad con ella. Mientras tanto, nada cambia en su relación con la corrupción china, saudí o nigeriana”.
Entre los fuegos artificiales de ese espectáculo del que habla Burgis, el Ejecutivo británico decidió suprimir el visado de inversor, un esquema que otorgaba la residencia a quienes inyectaran en compañías británicas más de dos millones de libras. De los 12.000 millonarios que lo utilizaron desde 2008, 2.500 fueron rusos, según The Guardian, un indicador de la fuerte atracción que el país ejerce sobre ellos. Especialmente su capital, apodada Londongrado.
Mijaíl Fridman, dueño de la cadena de supermercados DIA en España, se quejó recientemente de que las sanciones occidentales sobre los hombres de negocios rusos pueden tener efectos contraproducentes porque les empujan a volver a Rusia. Burgis cree que Fridman tiene razón, pero solo en parte. Ese regreso puede favorecer el control del presidente ruso, Vladímir Putin, sobre los oligarcas, pero el periodista británico ve contradictorio que quieran vivir a caballo entre dos mundos de valores antagónicos: ver crecer una fortuna que depende de un régimen violento y corrupto como el ruso, mientras llevan una existencia a la occidental en la que no les falta la protección del Estado de derecho, seguridad, lujo y reputación.
Como explica Burgis, la relación de Putin con los oligarcas no es homogénea. La primera hornada, la de los años noventa, de la que forma parte gente como Fridman y el propietario del Chelsea, Roman Abramóvich, se enriqueció gracias a las privatizaciones que siguieron al final de la URSS, cuando las grandes empresas estatales pasaron a personas con conexiones con la KGB, el crimen organizado y la política. Son previos a Putin, y sus relaciones no siempre han sido cómodas. “Al llegar al poder en 1999, Putin dejó muy claro que iba a reducir el poder de los oligarcas, y les advirtió de que si querían mantener su posición debían alejarse de la política. Cuando uno de ellos, Mijaíl Jodorkovski, rompió esa regla, Putin lo envió a una prisión en Siberia”, recuerda el también corresponsal del FT. La siguiente generación de oligarcas es distinta. Según Burgis, se lo deben casi todo a Putin. Y ya no dependen tanto de las privatizaciones, sino de los contratos estatales y de sus puestos en empresas públicas. Entre ellos destacan nombres como los de Igor Sechin y Alexéi Miller, los máximos responsables de los gigantes de la energía Rosneft y Gazprom.
Burgis es escéptico sobre la posibilidad de que las sanciones les empujen a ejercer presiones útiles para que Putin aparque la guerra, y mucho menos para que deje el poder. Los viejos oligarcas de los noventa no tienen tanta influencia sobre el presidente. Y los nuevos le deben el puesto. “Entonces, ¿dónde están los incentivos para que ese grupo de oligarcas intente cambiar el rumbo o cambiar el liderazgo?”, se pregunta.
También percibe cierta ingenuidad en el modo en que Europa y EE UU han tratado con Rusia. “Occidente pensó para sí: vamos a entrar en las antiguas repúblicas soviéticas y las moldearemos a nuestra propia imagen para convertirlas en democracias capitalistas liberales. Y de lo que nos estamos dando cuenta ahora es que está ocurriendo el proceso opuesto, que la gran cleptocracia del mundo ha estado convirtiendo nuestra democracia en algo que se parece más a esos sistemas”.
¿Por qué es malo que Occidente saque réditos de ese flujo de millones? “Nos estamos dando cuenta de lo venenoso que es este dinero cuando comienza a filtrarse en el sistema a través de donaciones políticas, proyectos culturales o universitarios. Tiene el efecto de comenzar a corromper esas instituciones”.
Tras la publicación de su libro, Burgis ha tenido que lidiar con denuncias en los tribunales de algunos de los señalados. Y descubrió que ha estado bajo vigilancia. Pero no se arredra. “No voy a tener lástima de mí mismo cuando ahora hay periodistas en primera línea de fuego en Ucrania”. Cree, sin embargo, que nunca ha sido tan difícil como ahora para los periodistas investigar cómo Europa se está inundando de dinero sucio. “Hay bufetes de abogados que cobran honorarios altísimos para tratar de intimidar a los periodistas y hacerlos callar, incluso utilizando técnicas de vigilancia”. En algunos casos, las mafias optan por métodos más expeditivos, como sucedió con el asesinato de la periodista especializada en temas de corrupción, Daphne Caruana Galizia, en octubre de 2017.
Los oligarcas rusos son ahora el centro de la conversación, pero Burgis no olvida el gran cuadro. “La corrupción de Putin lleva una máscara nacionalista, la china porta una comunista y la iraní usa la máscara islámica. Por debajo solo hay corrupción”.
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