Gazprom y Rosneft: los gigantes energéticos rusos que han pasado de la élite empresarial a señalados en Occidente
Hace una semana, la mayor gasista y la segunda mayor petrolera del país euroasiático tenían todas las puertas abiertas en Europa. Hoy sufren una desbandada en todos los frentes
De aceptados al más alto nivel a parias en la escena empresarial global, en menos de una semana. La invasión de Ucrania, ordenada el pasado jueves por el régimen de Vladímir Putin, está teniendo un impacto de calado sobre las relaciones económicas entre Occidente y las principales energéticas rusas. Y está provocando un baile en sus accionariados, en los que se está produciendo una estampida de grandes nombres europeos. Gazprom, Rosneft —que tienen en el Estado ruso a su mayor accionista— y, en mucha menor medida, Lukoil —de titularidad privada y cotizada en la Bolsa de Londres—, están en el punto de mira de Europa y EE UU, y pase lo que pase en el frente bélico, su futuro es oscuro.
El momento que atraviesan estos grandes gigantes energéticos, vitales para el devenir de la economía rusa, esconde una realidad dual; una dicotomía de muy difícil gestión y digestión. Por un lado, su negocio marcha viento en popa, alimentado aún más si cabe por el encarecimiento del petróleo y del gas. Por otro, el propio conflicto les está convirtiendo en lo más parecido a unos apestados en la escena continental, con accionistas occidentales huyendo a toda velocidad de su capital a pesar de que el sector es uno de los pocos excluidos de las sanciones. Y con patrocinios que se caen día sí y día también.
Hasta el jueves, prácticamente a nadie en el Viejo Continente se le caían los anillos por hacer negocios con las energéticas rusas. Desde entonces, sin embargo, nadie quiere tener nada que ver con empresas tan estrechamente vinculadas al Kremlin. BP, una de las mayores petroleras de Europa, tardó apenas 48 horas desde que el primer soldado ruso entró en Ucrania en ceder a la presión y poner pies en polvorosa del capital de Rosneft: su 19,75% está a la venta y, aunque todavía se desconoce quién será el valiente que se atreva a entrar en ese avispero, sí hay algo seguro: la británica tendrá que asumir fuertes pérdidas por unas acciones claramente devaluadas.
BP no ha sido la única en tomar una decisión salomónica, incluso a sabiendas de que redundará en un agujero contable. El Gobierno noruego ha anunciado la congelación inmediata y posterior venta de todos los activos en Rusia de su fondo soberano, el mayor del mundo en su categoría con más de un billón de euros invertidos. El movimiento no es menor: a finales de 2020, de cuando datan las últimas cifras disponibles, tanto Gazprom —a la que la Comisión Europea acaba de abrir una investigación de urgencia sobre sus prácticas en el mercado gasista en los últimos meses— como Lukoil estaban entre las 47 empresas en las que tenía participaciones.
Aunque a una escala mucho menor, a mediados de enero Repsol culminó su salida de Rusia con la venta a Gazprom de sus dos últimos activos en ese país. Un movimiento que ha seguido este lunes Shell y que la petrolera española justificó como parte de su plan estratégico, que pasa por concentrar su presencia geográfica en los países en los que la operación es más rentable, pero que a la luz de los acontecimientos cobra un sentido especial.
Fútbol europeo y dinero ruso: una relación privilegiada
El golpe para las principales energéticas del gigante euroasiático trasciende a lo puramente financiero. La huida en tromba afecta, también —y de qué manera—, a los patrocinios en el ámbito deportivo. Tras varios años regando de dinero el fútbol europeo, nadie quiere hoy el logo de ninguna de estas empresas junto al escudo de su club o en las vallas publicitarias de retransmisiones en prime time.
El Schalke 04, un club de fútbol alemán que lleva 15 años financiándose, en gran medida, gracias a los fondos que aporta Gazprom como patrocinador principal, ha cortado por lo sano con la gasista rusa: primero, retirando su nombre de la equipación; después, rescindiendo el contrato que ligaba sus destinos desde 2006. El organismo rector de balompié europeo —la UEFA— ha seguido este lunes la misma estela con la Champions League, con la que la empresa con sede en San Petersburgo renovó su contrato de esponsorización la pasada primavera. Entonces era, en palabras de un alto directivo del organismo, “uno de los socios más fiables” de la UEFA. Menos de un año después, poco queda de aquella sintonía.
El terremoto no llega a los consejos de administración
Mucho menos movimiento hay en los consejos de administración. Para ganarse el respecto en la UE, las petroleras y gasistas rusas llevaban años incorporando a políticos europeos de primera línea en sus máximos órganos de gobierno. Ahí están, por ejemplo, el del excanciller socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder —quien hace no tanto se refería a Putin, de quien es amigo personal, como un “demócrata impecable”— que se aferra a su silla y a su salario —más de medio millón al año— como representante de los accionistas de Rosneft y que está a punto de entrar a formar parte, también, del consejo de Gazprom.
Uno de sus homólogos en sus tiempos al frente del Gobierno alemán, el conservador austriaco Wolfgang Schüssel, también se ha negado a dimitir como consejero de Lukoil al considerar que no se trata de una empresa pública. En ese mismo consejo también hay presencia estadounidense, y no precisamente menor: ahí está Toby Gati, subsecretaria de Inteligencia de EE UU a finales de los noventa, durante la presidencia del demócrata Bill Clinton. Pese a la creciente presión de la opinión pública, ninguno de ellos ha dado muestras de tener intención de abandonar sus cargos. Pero con Rusia cada vez más aislada a todos los niveles, si el conflicto sigue escalando, parece solo cuestión de tiempo.
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