La importancia del espacio, el ‘tercer maestro’ de la educación
En un mundo donde todo cambia a gran velocidad, los expertos reivindican el valor del entorno como un factor prioritario en el aprendizaje de los alumnos
Dice Miguel Ángel Montenegro, profesor y exdirector del colegio Heidelberg, en Las Palmas de Gran Canaria, que los alumnos aprenden de tres tipos de maestros: en primer lugar, de ellos mismos y de sus iguales, porque “conocerse a sí mismos y saber regular sus sensaciones y emociones es imprescindible para su desarrollo”. Como “segundos maestros” aparecen los padres, profesores y demás adultos presentes en sus vidas, inculcándoles conocimientos, valores y normas que les ayudarán a convertirse en adultos responsables. Pero luego menciona, recordando al pedagogo Loris Malaguzzi, al “tercer maestro’, que no es sino el entorno en el que se encuentran, “pues en él los niños desarrollan sus experiencias, exploran y se preguntan por el mundo que les rodea”.
Montenegro, como un número creciente de expertos, lleva tiempo reivindicando la importancia del espacio en el proceso de aprendizaje, así como el impacto que tiene en el bienestar de alumnos y profesores. Se trata, eso sí, del espacio entendido de una manera amplia, sin limitarse a rediseñar los entornos educativos (que también): “Todos los espacios son válidos para el aprendizaje. Hay que utilizar todo nuestro entorno para impartir clases según lo que estemos viendo. Si estamos en el exterior, ¿por qué no salir al campo, o a la ciudad? ¿Por qué no nos vamos a un museo? ¿Por qué no a la cocina, a un pasillo, y que cambiemos según lo que estemos dando y que los niños se sientan más motivados y vean más real lo que están estudiando?”, se pregunta.
¿Dónde aprenden los alumnos?
La respuesta a esta pregunta puede llegar a sorprender. Sonia Díez, posibilista educativa y presidenta de EducAcción, recuerda un estudio del Ministerio de Educación de Finlandia según el cual el 70 % del aprendizaje sucede fuera del entorno educativo. Y aún más: del 30 % restante, solo el 10 % sucede dentro del aula, lo que lleva necesariamente a plantear la necesidad de acercar todo ese aprendizaje a las escuelas. “Los lugares empiezan a ser mucho más amplios. No solamente estamos hablando de centros educativos; los lugares de aprendizaje tienen que ser sitios con una intencionalidad”, explica. “Internet es una fuente de aprendizaje, como también lo son las pantallas e incluso las ciudades. Y estas que nosotros habitamos nunca han estado tan alejadas de los jóvenes”.
Para Díez, la reflexión ha de dirigirse sin duda hacia un sistema que muchas veces se limita a confinar a los alumnos durante ciertos tramos horarios en unos centros educativos “donde, entre comillas, tienen que aprender y estar bien dotados para ese aprendizaje. Pero el caso es que los lugares donde aprenden son otros”, esgrime, y por eso es necesario reclamar el espacio perdido para la profesión docente: “Tenemos como mínimo un 70 % de posibilidades de poder ocupar un contexto que otros están ocupando en nuestro lugar. Los educadores deberíamos estar trabajando, opinando, diseñando, interviniendo y participando en otros lugares donde nuestros alumnos aprenden. Quizás, como dice Francesco Tonucci, nuestras ciudades deberían estar más adaptadas a los niños”.
La paradoja está sobre la mesa: al confinarlos en escuelas y colegios, señala, nuestra conciencia nos permite pensar que están seguros, “pero a mismo tiempo les estamos inutilizando y apartando más de los lugares donde a ellos, de forma natural, les corresponde que estemos presentes los educadores, para que aprendan lo correcto con espíritu crítico (...). Hacemos cosas muy raras: les confinamos y alejamos y luego decimos que cuidamos de ellos porque les ponemos colchonetas alrededor de las esquinas”.
Repensar los espacios escolares, clave
Para José Picó, arquitecto, humanista y responsable de Espacios Maestros, mucho ha cambiado desde aquella época en la que, inmersos en plena revolución industrial, el éxodo masivo del campo a las ciudades hizo necesario unos procesos de formación para grandes flujos de personas que fueran prácticos y económicos. En aquellos años las aulas pobladas de filas y filas de pupitres resultaron una innovación tremendamente efectiva. Pero la sociedad de hoy, reflexiona, en nada se parece a aquella: “Los espacios de trabajo, los hospitales, los hoteles, las cafeterías (que muchas veces se convierten en lugares de trabajo), se han transformado radicalmente. Y, curiosamente, uno de los entornos arquitectónicos que menos ha cambiado en nuestra sociedad es el de las escuelas. ¿Por qué seguimos empeñados en mantener ese modelo del siglo XIX como lugar ideal de una educación que está cambiando tanto?”.
Se trata, sostiene Picó, de reivindicar la importancia que tiene la arquitectura a la hora de crear espacios que sirvan al propósito que les ocupa, y que en este caso no es otro que el aprendizaje. Porque, al hacerlo, “al servir a un propósito, ayudas a transformar la sociedad. Cuando haces que vaya en contra, tiene el efecto contrario, porque ralentiza esos mismos procesos”. Ahora bien, ¿cómo deben ser esos espacios educativos para que potencien la calidad del aprendizaje?
“Lo primero es que tienes que conseguir que estén a gusto. El espacio es una herramienta maravillosa para conseguir que las cosas que tú quieres que se den, sucedan de la manera más fluida posible”, afirma. Y, para eso, hay que alejarse de ese diseño “de largos pasillos llenos de puertas a ambos lados... Puertas que dan acceso a cajas donde metemos a los niños en grupos de 20 a 30 según su fecha de fabricación, sin tener en cuenta sus intereses, sus capacidades, si son Asperger o no... Antes, el colegio era el gran parque de atracciones del aprendizaje, e íbamos allí encantados porque había profesores maravillosos que te abrían los ojos. Pero ahora mismo el aprendizaje es en el mundo, y los colegios se han convertido en pequeñas cárceles donde se mata la curiosidad y las ganas de aprender”.
El concepto de centros educativos que reclaman expertos como Montenegro, Diez o Picó pone el foco en el diseño de espacios amplios, flexibles y polivalentes donde se puedan unificar, casi sin discontinuidad, el espacio físico y digital; donde la naturaleza esté presente y se cuiden aspectos como la iluminación, los materiales o la acústica. ¿El motivo? Todos ellos influyen en el bienestar emocional de los estudiantes, lo que a su vez mejora su disposición para aprender: según un estudio de la Universidad de Salford (Manchester, Reino Unido), la productividad cae un 20 % a partir de cinco metros de distancia de una ventana con iluminación natural, mientras que, por el contrario, una iluminación adecuada y una buena acústica facilitan la concentración y la comprensión, y un mobiliario flexible permite configuraciones que se adapten a metodologías didácticas diversas.
“Salvo por una cuestión de concentración, los entornos, cuanto más grandes e híbridos, mejor. Espacios donde el conocimiento ya no venga solo a través de un libro o página web, sino que provenga de un multicanal que nos permita tener proyectos en colaboración con otras instituciones de manera sencilla y gratuita”, recuerda Díez. “Y, también, amplio en el sentido de comunidad, porque el aprendizaje tiene que ser comunitario y poder cambiar hábitos (...). Yo movería a los chicos del aula, como hizo Sócrates en su día, o la Institución Libre de Enseñanza. Casi hemos desarrollado una aversión a mover a los chicos de su clase y tomar la calle, porque los profesores nos sentimos continuamente en una zona de peligro: cualquier cosa que suceda, podemos ser sancionados”.
Montenegro, por su parte, recuerda que también es posible llevar a los especialistas a la escuela para ayudar con algún proyecto que se esté llevando a cabo: “Los mismos padres u otras personas, y que te expliquen lo que hacen y cómo lo hacen, para que [los estudiantes] vean la realidad de las cosas”.
Algunos centros que han mudado de piel
Así descritos, los espacios permiten a los profesores tener una pareja docente dentro del aula: uno mismo y el entorno en sí como “tercer maestro”, ya que te permite dedicarle tiempo a unos alumnos mientras otros están distribuidos por ese espacio, ocupados en otras tareas o trabajando colaborativamente en proyectos. El mismo Montenegro habla a través de una videollamada desde el Aula ICE (Imaginación, Creatividad y Emprendimiento) del colegio Heidelberg en Las Palmas: “Se trata de un aula abierta, diáfana y no tecnológica, aunque sí tiene una zona para croma, otra para presentaciones, para trabajos en grupo... Hay una persona de apoyo en el aula, y eso permite que este espacio se use de tres maneras diferentes: un profesor puede venir con sus alumnos a dar una clase aquí; que determinados grupos de alumnos vengan aquí cuando estén trabajando por proyectos y necesiten apoyo; y que los estudiantes puedan venir aquí en los recreos o por las tardes, libremente”.
Haciendo memoria, Picó recuerda un libro donde se describe la transformación del ala de un hospital de Nueva York, con colores pasteles, texturas agradables, madera, tela, iluminación más cercana a la natural y decorativa, cristaleras y elementos de la naturaleza. El resultado, un paciente que sale, de media, un 18 % antes y consume un 20 % menos de medicación. “Imagínate ahora eso en un entorno de aprendizaje, y que tu amígdala lo reconozca como un lugar donde ha estado confortable a lo largo de toda la vida”, propone. “Nuestro cerebro prefiere mil veces las formas orgánicas, curvilíneas como las de la naturaleza, a las angulosas, que la amígdala interpreta como un posible riesgo”.
En el Colegio Internacional Torrequebrada, en Málaga, todas las aulas están abiertas al exterior. “Ahí se tiraron tabiques y se construyó un espacio de 500 metros cuadrados donde antes había laboratorios, un comedor, biblioteca, aulas.... Y se ha dejado un entorno de aprendizaje colaborativo; una especie de café teatro donde los chavales pueden perfectamente examinarse dando un concierto o haciendo una exposición pública de un proyecto, con cortinas que se abren y se cierran”, explica Picó, responsable de la transformación a través de Espacios Maestros.
La intervención realizada en el Colegio Base International School, en Madrid, alcanza tanto los espacios académicos como los administrativos, que sirven para relacionarse con las familias (allí, por ejemplo, se han abierto espacios, sustituidas paredes por cristaleras y construido un coworking para que los padres lo usen libremente, “porque habitualmente tú llevas a tu hijo a la escuela entre ocho y nueve de la mañana, y a esa hora hay un atasco tremendo de entrada a Madrid”, recuerda Picó).
En el comedor, se ha cambiado el mobiliario, modificado los colores e introducido paneles fonoabsorbentes en el techo, para que no haya tanto eco; se han incorporado elementos de la naturaleza y se ha trabajado en la luz del espacio, consiguiendo con todo ello recuperarlo para ser usado en cualquier momento del día para numerosas actividades o presentaciones con familias. “Entre la iluminación, las pantallas y la continua información que reciben, el niño viene hiperestimulado. Lo que nosotros buscamos es utilizar colores mucho más neutros, tonos pasteles que busquen el confort del entorno y no les sobreestimulen”, cuenta Picó.
“Hay veces que lo que haces es cerrar. El Colegio Montserrat, en Barcelona, tiene un entorno maravilloso, una zona de arte y otra de indagación fuera, y están cerrados porque se cierran acústicamente, pero lo acristalas para que visualmente tú estés conectado con más cosas”, explica el arquitecto, para quien el mejor referente quizá se halle en el mundo laboral, donde desaparecieron los despachos para implantar grandes zonas de trabajo conjunto, “porque la creatividad surge mucho mejor trabajando conjuntamente que de forma independiente”.
Transformación física y pedagógica
Montenegro, en un artículo publicado en su blog personal ya en 2018, llamaba la atención también sobre un aspecto que considera fundamental: todas estas transformaciones son eficientes porque se ponen al servicio de un cambio pedagógico previo, donde imperen la educación emocional y las nuevas metodologías de aprendizaje, a fin de conseguir alumnos más motivados, curiosos, con espíritu crítico y mayor capacidad para resolver problemas. No se trata, en cualquier caso, de renegar por principio de la clase magistral: “Lo mejor es la flexibilidad. Dependiendo de lo que estés viendo y con qué grupo estés, puedes optar por una clase magistral, un aprendizaje cooperativo o por proyectos, porque en la mezcla está la riqueza”, añade en conversación con EL PAÍS.
Transformaciones en el diseño, cambios metodológicos... ¿Cuál debe ser, en este contexto, el rol del docente? Los expertos hacen continuas referencias al nuevo papel del profesor como un facilitador y guía que acompaña a los alumnos en su aprendizaje. Pero Díez va más allá: “Los docentes queremos acompañar a las próximas generaciones hacia un mundo mejor. Fernando Savater tiene un libro muy bonito que se llama El valor de educar, donde dice que los docentes somos genuinamente optimistas, porque no se puede educar desde el pesimismo. Y ahora mismo tenemos muchos docentes que están en el pesimismo, en la angustia o el miedo”, recuerda. Por eso, recomienda aprovechar “todo lo que tengamos alrededor, para personalizar y flexibilizar ese aprendizaje que, probablemente, sea el talón de Aquiles de nuestro sistema”.
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