Música que transforma vidas y esboza futuros
Heredero del modelo venezolano, el Sistema Europa es un programa educativo para niños y jóvenes que utiliza la música como vehículo de integración y desarrollo social
Nargess Rahimi es una refugiada afgana de 16 años que emigró a Suecia hace siete. Allí, siguiendo el ejemplo de dos de sus hermanos mayores, encontró en la música el camino hacia un futuro lleno de posibilidades que nunca se había atrevido a esbozar. Entonces, desconocía por completo el violín; hoy, lejos de la opresión y el conflicto de su tierra natal, está a punto de cumplir seis años como miembro de la Dream Orchestra Sweden, un programa educativo integrado en el Sistema Europa y, como los demás, inspirado en el Sistema Nacional de Orquestas y Coros de Venezuela del maestro José Antonio Abreu, que utiliza la música como motor de inclusión, transformación social y empoderamiento juvenil. Un método que alcanza ya a 700.000 niños y niñas en el país sudamericano y más de un millón de jóvenes en todo el mundo. Junto a otros 139 menores europeos (18 de ellos españoles), Nargess participa, desde hoy y hasta el próximo 15 de julio, en SEYO 22, el encuentro que la Orquesta Joven del Sistema Europa celebra en la ciudad de Madrid.
Emigrar a Suecia le supuso a Nargess “entrar en contacto con una nueva cultura, un nuevo idioma... todo era diferente. Como chicas, en Afganistán no teníamos el derecho de hablar con otros, de mostrar nuestra cara o nuestros sentimientos. Pero aquí tenemos muchas más oportunidades”, explica animadamente por videoconferencia. Unirse al Sistema Europa le dio además a Nargess la oportunidad de coincidir en los ensayos con sus propios hermanos, porque al principio tampoco vivían en la misma ciudad. ¿Lo que más le ha gustado? “Que aquí todos nos respetamos. Venimos de distintos países, pertenecemos a culturas diferentes y no pensamos igual, pero tocamos juntos y nos respetamos y cuidamos mutuamente”. Perseguir su sueño es en Suecia una simple cuestión de distancias y no de libertades: cada día que acude a un ensayo, Nargess ha de viajar durante casi dos horas en autobús hasta Gotemburgo (y otras tantas de vuelta).
Cuando Marshall Marcus, presidente y fundador del Sistema Europa, decidió en febrero de 2012 agrupar todas las iniciativas derivadas del sistema original venezolano en el viejo continente, tenía claro cuáles debían ser sus prioridades: “No se trataba solo de traer las ideas fundamentales. Siempre estuve convencido de que teníamos que heredar esa alegría, energía y dinamismo que tenía el Sistema de Venezuela. Cuando ves tocar a la orquesta de SEYO, ves a un grupo enorme y ligeramente desorganizado, pero con una pasión y compromiso tremendos, que transmiten a la audiencia”, esgrime.
En esta edición de SEYO, organizada por la Red Sistema Europa y la Fundación Acción por la Música, 140 jóvenes de ocho a 20 años de todo el continente participarán en una residencia artística en la que, además de ensayar y preparar un concierto en el Auditorio Nacional de Música el 14 de julio, debatirán acerca de los retos medioambientales que suponen los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el papel protagonista que tendrán en su consecución. Porque, si algo tienen en común los distintos programas que componen el Sistema, es el esfuerzo por dotar a los jóvenes de una formación holística que va mucho más allá de la musical, potenciando su autoestima y su liderazgo individual y colectivo.
Intervención social y empoderamiento
De manera similar a lo que sucede en el resto de países participantes, la labor de Acción por la Música en España se centra en trabajar con niños y niñas de entornos desfavorecidos, ejerciendo una labor de prevención que tiene efectos muy positivos en todos los ámbitos de su vida: “Buscamos siempre entrar en colegios de difícil desempeño o en espacios socioeconómicos complejos, ofreciendo a los chavales la oportunidad de inscribirse en una actividad que alarga su jornada escolar y que ocupa gran parte de su tiempo libre, que es un vaso comunicante con los comportamientos de riesgo”, afirma María Guerrero, fundadora y presidenta de Acción por la Música. El objetivo, recuerda, no es que se conviertan necesariamente en músicos profesionales, pero tampoco que vayan a pasar el rato: sus profesores son profesionales de la música formados en pedagogía y musicoterapia o simplemente orientados a la intervención social, junto a un equipo de psicólogos que trabajan tanto con ellos como con sus familias. La fundación, además, les presta los instrumentos, para que no haya impedimentos de tipo económico.
El impacto positivo del Sistema se hace notar en múltiples niveles que van desde lo social, emocional y familiar hasta lo académico y de futuro. Así, casi la totalidad de las familias (el 97 %) ha aumentado su red de apoyos, el 76 % de los adolescentes afirma haber mejorado su confianza y el 72 % gestiona mejor sus emociones y tiene mayores aspiraciones vitales. Pero hay más: “La mejora en sus resultados académicos es un resultado indirecto de nuestro trabajo, porque estar en una orquesta y tocar el violín o el violonchelo les obliga también a estudiar, así que generamos un hábito de estudio y de superación constante”, explica Guerrero. En la fundación se miden además variables psicoemocionales como la autoestima, la autoeficacia, el sentido de pertenencia e incluso otras relacionadas con la salud mental, la satisfacción y la prevención de la depresión: “Nosotros creemos que la compasión, la motivación, la capacidad de trabajar en equipo o de sobreponerse a la adversidad son herramientas que se dañan con las fricciones sociales de la vida, y por eso trabajamos de esta manera: porque la música es capaz de generar entornos donde las personas se sientan reconocidas, sanadas, impulsadas y protagonistas”.
“También medimos en qué medida ayudamos a generarles nuevas oportunidades. El 25 % de ellos acaba en el conservatorio, pero también queremos que, hagan lo que hagan, sus vidas cambien y accedan a mundos donde en principio no iban a estar”, añade. Nargess, por ejemplo, quiere convertirse en policía en Suecia, mientras que Francesca Soriano, una joven de 15 años que toca el violonchelo en Acción por la Música desde hace cinco, se ve estudiando Ingeniería Aeroespacial (sin dejar de tocar su instrumento, claro). SEYO le ha ayudado “a crecer como artista y como persona, experimentar y conocer a personas de culturas muy diferentes”, pero también a mejorar su armonía y comunicación familiar, “que antes a veces fallaba”.
Formación holística desde muy temprano
Aunque están preparados para trabajar con niños de tres a cinco años, Guerrero admite que el grueso de los menores suele comenzar entre los seis y los 12, “el momento de sembrar algo que dure para cuando llegue la adolescencia, que es la edad en la que empiezan a incrementarse los comportamientos de riesgo, de manera que tengan ya algo que les enganche”. Ensayan entre dos y tres días por semana, siempre colectivamente y con una metodología eminentemente práctica que busca potenciar la motivación y los valores humanos y comunitarios promovidos desde la fundación. El modelo, explica, viene de Venezuela, pero está adaptado a las circunstancias españolas.
Entre sus dinámicas, a veces ensayan por grupos de instrumentos y otras en común (el tutti, la orquesta completa), una alternancia que también tiene su razón de ser: “En tu grupo estás con los que son como tú y aprendes tu melodía, pero en la orquesta eres de repente una parte del todo, y empiezas a ver cómo las voces de los otros complementan lo que tú estás tocando”, cuenta Guerrero. Algo tan importante como lo es la ayuda entre pares: “A la hora de sentarse en la orquesta, el más avanzado se sienta con el más atrasado, de manera que se potencie la ayuda mutua. Es lo contrario de lo que sucede en una orquesta profesional, donde el mejor se sienta delante y el peor atrás”, añade. “Además, nuestras orquestas pueden estar dirigidas por las personas más insospechadas, desde un director de orquesta con una gran trayectoria, a la niña más pequeña del grupo o una persona con discapacidad intelectual”, remacha.
Estos jóvenes, recuerda Marcus, no solo se juntan para aprender a tocar un instrumento musical. “La habilidad que intentamos ayudarles a adquirir es la de tocar juntos en una orquesta, lo que realmente es una metáfora de cómo deberíamos actuar en sociedad. En un contexto de guerra con Ucrania, o de Roe v. Wade [la sentencia que protegió el derecho al aborto en EE UU que acaba de eliminarse], vemos que a la especie humana no se le da muy bien el trabajar juntos, algo que creo es uno de los mayores beneficios del Sistema, así como el mejorar su autoestima, que es especialmente relevante para los jóvenes que vienen de entornos complicados”.
Para la fundadora de Acción por la Música, tampoco conviene olvidar la intervención del equipo de psicólogos; una labor psicosocial que desarrollan en todos los niveles: con los maestros y maestras, dándoles pautas que les ayuden a abordar las distintas situaciones que se vayan encontrando; con el alumnado, en dinámicas que diseñan especialmente para fomentar desde la compasión consciente a la participación ciudadana activa y la orientación vocacional, de manera que los menores puedan ir ahondando en cuál es su pasión y qué deben hacer para conseguirlo; y finalmente con las familias, de manera que lo que se trabaje en el aula también se practique con padres y madres.
Porque SEYO es, en definitiva (y como el Sistema original), un programa con el que se pretende ayudar a los jóvenes (y especialmente a los más desfavorecidos) a encontrar su propio camino en la vida. Un futuro que, para jóvenes como Aeneas Floros (13 años; violonchelo) o Alessia Morini (17; violín), estará sin duda vinculado a la música. Cuando Aeneas, de padre griego y madre rumana, llegó a la orquesta del Sistema Grecia, hace cuatro años, ya tenía conocimientos de música, pero no fue hasta entonces cuando descubrió “lo increíble que es el violonchelo”, revela con una energía que podría traspasar la pantalla. Quiere poder tocarlo profesionalmente, y nada le hace sentir mejor que poder finalmente tocar una pieza que antes se le había resistido. Alessia, por su parte, continuará estudiando en el conservatorio, pero también quiere mantenerse vinculada al programa y así poder ayudar a otros niños: jóvenes que, recuerda, sin el programa probablemente no habrían tenido demasiadas oportunidades. “Para mí la música es muy importante, y me ayuda a canalizar mis emociones: si estoy triste o enojada, toco el violín y me siento bien”, explica al otro lado de la línea telefónica. Su sonrisa no se ve, pero se siente: hay voces que llegan desde lo más hondo del alma.
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