Las políticas industriales vuelven a estar en auge entre dudas sobre su impacto y costes
Economistas del FMI alertan de que la implementación de subsidios públicos debe ser “cuidadosa” e ir acompañada de reformas estructurales para evitar distorsiones


Después de perder popularidad los años noventa, las políticas industriales han vuelto a florecer en esta nueva era de reindustrialización y lucha por la autonomía estratégica. Sin embargo, no siempre logran los resultados esperados. “Pueden tener consecuencias imprevistas, como repercusiones intersectoriales y transnacionales, así como elevados costes fiscales”, alerta un artículo publicado este viernes por economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), que analiza la evolución y el impacto reciente de estas herramientas. La conclusión es clara: pese tener el potencial de impulsar la innovación y el crecimiento, también entrañan riesgos significativos si no se implementan con precaución.
Las políticas industriales dirigidas a sectores o empresas clave, por ejemplo aquellos vinculados con la transición ecológica y digital, pueden materializarse en subsidios internos, incentivos a la exportación o reducción de barreras a la importación, y no suponen un fenómeno nuevo. Fueron clave, por ejemplo, en el desarrollo industrial de la Europa de la posguerra y de los tigres asiáticos. La eclosión del libre comercio redujo su uso, pero a partir de 2017 los Estados han vuelto a volcarse en ellas. Grandes economías como EE UU y la UE han impulsado ayudas millonarias a sectores estratégicos como los semiconductores y las energías renovables. A escala global, de las cerca de 200 políticas activas en la década posterior a la crisis financiera, se superaron las 1.400 en 2022.
El artículo de los analistas del FMI, titulado Políticas Industriales. Manejar con Cuidado, muestra cómo estas herramientas han tenido resultados muy heterogéneos en función del sector y el tipo de instrumento. Sus beneficios se diluyen, por ejemplo, cuando se canalizan hacia actividades o productos en los que el país no es competitivo. Por el contrario, el aumento de valor añadido que se puede lograr en sectores muy distorsionados ha llegado a ser cuatro veces mayor al logrado en ramas menos vulnerables. También se amplifica el efecto positivo cuando se enfocan a actividades que producen insumos para otros sectores, pues el beneficio se distribuye a lo largo de las cadenas de suministro.
Ejemplos hay muchos. El análisis muestra que las subvenciones en sectores de altos costes fijos y mucha dependencia de la financiación externa, como la construcción naval o la industria farmacéutica, pueden aumentar el valor añadido en hasta un 4%. En cuanto a la movilidad eléctrica, el FMI concluye al contrario que los subsidios sí han incentivado la demanda, pero a costa de agrandar los desajustes fiscales: hasta un 75% de los beneficiarios habrían comprado igualmente un coche. En Europa, las ayudas estatales han sido clave para la creación de Airbus, que rompió el monopolio de Boeing en la aviación comercial. Sin embargo, este apoyo desató disputas comerciales con EE UU, que terminó incrementando sus propias ayudas a Boeing, derivando en una guerra de subsidios que acabó en la Organización Mundial del Comercio.
El documento incide en estos resultados tan dispares e invita por ello a ser cuidadosos con la implementación de estas políticas, pues los riesgos son múltiples: los Gobiernos pueden acabar diseñando instrumentos “incorrectos” o “inapropiados”, seleccionar sectores que no son los adecuados, dañar las empresas que no reciben las ayudas o dejarse presionar por empresas y lobbies y terminar desviando recursos “a actividades que fomentan el interés privado y no generan beneficios sociales”. Las políticas industriales mal diseñadas también pueden golpear a los socios comerciales y dar pie a una mayor fragmentación económica internacional, así como convertirse en un lastre para las cuentas públicas sin no logran impulsar el crecimiento económico. Además, los países en desarrollo, con menor capacidad fiscal, corren el riesgo de quedar rezagados en esta carrera de subsidios.
“Las subvenciones pueden crear un espejismo de competitividad a corto plazo, pero si no van acompañadas de mejoras estructurales, las empresas pueden volverse dependientes de ellas”, añaden los analistas. “Por lo tanto, los países deben sopesar cuidadosamente el riesgo de una escalada de las tensiones comerciales, garantizar la coherencia de las políticas industriales con las normas internacionales y priorizar la cooperación multilateral en materia de políticas”.
El “papel fundamental” de las reformas estructurales
Las reformas estructurales, en cambio, tienen un “papel fundamental” en el crecimiento porque conllevan “efectos mucho mayores”. Los expertos del Fondo subrayan que las acciones centradas en “reducir la corrupción, mejorar la gobernanza y ampliar el acceso al crédito” deberían ir de la mano de las políticas industriales para que estas últimas puedan tener más éxito. “Las políticas de inversión son más efectivas en países con mejores instituciones, entorno empresarial y condiciones del mercado financiero, así como una fuerza laboral más capacitada”.
A la luz de este diagnóstico, el documento recomienda que, en lugar de subsidios indiscriminados, los Gobiernos prioricen medidas que fortalezcan el entorno empresarial, como mejoras en la educación, el acceso a crédito o la infraestructura. La experiencia de Corea del Sur en la década de 1970 muestra que una política industrial bien diseñada puede tener éxito si está acompañada de una administración eficiente y una estrategia a largo plazo. Si los incentivos no se gestionan bien, podrían impulsar una nueva ola de proteccionismo y distorsiones que, lejos de beneficiar a sus industrias, las harían más vulnerables.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
