Agosto fue el mes con el menor consumo de gas en Europa en lo que va de siglo
A diferencia de en la crisis energética, ahora el fenómeno va mucho más allá de la industria: pese al intenso calor, su uso para generar electricidad cae con fuerza
La crisis energética de 2022 quedó atrás hace tiempo. El suministro de gas natural está hoy prácticamente garantizado en la UE, incluso si los Veintisiete no recibiesen ni un solo metro cúbico más procedente de Rusia. Y en el flanco de los precios, aunque siempre volátiles, reina una relativa calma que nada tiene que ver con la vorágine de aquellos días. Algunas cosas, sin embargo, permanecen invariables un par de años después: lejos de recuperarse, la demanda europea de este combustible prolonga su caída. E incluso la acelera: agosto cerró como el mes con el menor consumo en lo que va de siglo, según las cifras del Centro de Política Energética Global, adscrito a la Universidad de Columbia.
Al contrario que en los meses más crudos de la crisis, cuando el segmento industrial —todavía bajo mínimos— lideraba las caídas, estos días es la generación de electricidad la que más está lastrando el consumo total de gas. Todo, pese a las altas temperaturas —el de 2024 ha sido el verano más caluroso desde que hay registros—, que suelen elevar el uso de las centrales de ciclo combinado para poder cubrir el tirón de los aires acondicionados.
“Han pasado muchas cosas al mismo tiempo: los precios siguen alto, así que todo el mundo trata de reducir su demanda: ha habido mucha generación de electricidad renovable”, apunta por teléfono Ira Joseph, investigador sénior de la universidad neoyorquina y la cabeza pensante detrás de estos datos. “El uso estacional debería impulsar ligeramente la demanda en septiembre, aunque las pérdidas interanuales continuarán por el menor uso del sector industrial y eléctrico vinculado a precios persistentemente más altos”,
A falta de las cifras oficiales, que la oficina estadística europea (Eurostat) debería publicar en las próximas semanas, los números publicados hace unos días por Alexander Stahel, fundador y jefe de la firma suiza de inversión en materias primas Burggraben Holding, apuntan en la misma dirección. El mes pasado, el consumo continental de gas fue de 18,7 millardos de metros cúbicos (bcm), un 7,2% menos que en agosto de 2023. Entonces, ya venía de bajar un 5% respecto a doce meses antes.
“La tendencia es brutal”
En cómputo anual, mucho tendrían que cambiar las cosas en los próximos meses para que la demanda europea de gas no cayese hasta niveles de hace cuatro décadas. De nuevo, tanto por la ya nada novedosa atonía industrial como —sobre todo— porque la generación eléctrica descansa cada vez menos en combustibles fósiles y más en las renovables. Porque ha hecho mucho sol —y porque la capacidad fotovoltaica no ha dejado de crecer—. Porque la hidroeléctrica está aguantando el tipo mejor que otros años, sobre todo en el sur. Y porque ha hecho más viento, sobre todo en el norte. El resultado del cóctel: menos gas fósil quemado para generar electricidad.
“Estamos muy sorprendidos con la caída en lo que va de año: la tendencia a la baja es brutal. Pensábamos que en 2024 iba a empezar a recuperarse, pero no está siendo para nada así”, sintetiza por teléfono Ana Maria Jaller-Makarewicz, analista del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (IEEFA, de corte ambientalista), que hace una lectura positiva de los datos. “Ya no es un tema de la industria: la generación de electricidad ha tomado el relevo. Y no es que estemos dejando de consumir energía, sino que estamos pasando del gas a las renovables, como hace unos años se pasó del carbón al gas”.
Reservas a tope, importaciones a la baja
Tras crecer con fuerza desde mediados de julio, el precio del gas natural —un compás que en el Viejo Continente marca el índice TTF holandés— se ha relajado ligeramente en los últimos días, al pasar de 40 euros por megavatio hora (MWh) a 35 y vecinos. En este descenso influye tanto el fuerte abaratamiento del crudo, su primo hermano, como —sobre todo— el recorte de la demanda. También el llenazo de las reservas subterráneas de cara al invierno: en los depósitos españoles ya no cabe ni una sola gota más, y la media de los Veintisiete también está a punto de colgar el cartel de completo varias semanas antes de la temporada de calefacciones.
En sentido opuesto reman la enorme incertidumbre geopolítica —con dos guerras abiertas en potencias gasistas: Rusia y Oriente Próximo— y el estado de especulación permanente en el que está instalado el mercado desde hace un par de años. También una producción noruega que está picando ligeramente a la baja y que seguirá haciéndolo en los próximos tiempos por las labores de mantenimiento en varias plantas gasistas. “Eso también lo está teniendo en cuenta el mercado”, aquilata Joseph.
En un continente que tiene que aprovisionarse en el exterior de prácticamente todo el gas que consume, tanto la menor demanda como el buen tono de los almacenamientos también están reduciendo la presión importadora. En la segunda semana de agosto, las entradas de gas desde el exterior también marcaron un mínimo plurianual, según el centro de estudios bruselense Bruegel. Un descenso guiado por la caída en las llegadas de gas natural licuado —pese a la pujanza vendedora de Estados Unidos, que no pierde comba y que ya es el primer proveedor del Viejo Continente— y, por tubo, desde Azerbaiyán.
Con estos nuevos mimbres, y tras la puesta en marcha de nuevas terminales flotantes de recepción y transformación del gas que llega por barco —muchas de ellas, en la Europa septentrional—, en lo que va de 2024 la mayoría de regasificadoras europeas están trabajando a un régimen notablemente menor que en el mismo periodo del trienio inmediatamente anterior a la energética (2019-2021). En el caso concreto de España, sin ir más lejos, la ratio de utilización ha caído en diez puntos, al pasar del 32% al 22%, según la última compilación de Bruegel.
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