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España estira la mayor racha de su historia con la luz a precio de saldo

La hidroeléctrica se suma al festín de la eólica y la solar, arrinconando al gas y a la nuclear en la matriz de generación

El embalse del Atazar, el 19 de marzo.
El embalse del Atazar, el 19 de marzo.Rafael Bastante (Europa Press)
Ignacio Fariza

Al principio fueron el gas y el viento. La caída en el precio del primero y el buen tono del segundo provocó, a finales de febrero y principios de marzo, un brusco aterrizaje en el precio mayorista de la electricidad. Era, sin embargo, solo el aperitivo de lo que estaba por venir: las lluvias y las nieves caídas en la segunda mitad de marzo aliviaron los embalses y dispararon la generación hidroeléctrica, con los saltos de agua produciendo noche y día a precios de derribo. La guinda de dos meses que conforman ya la mayor racha histórica de precios bajos en el mercado eléctrico español. Un hundimiento que, a partes iguales, ha atemperado la factura de la luz de millones de hogares y disparado el temor de los desarrolladores renovables.

La semana a caballo entre febrero y marzo fue la más barata de la historia, rompiendo un récord que databa de la primavera de 2013. El hito, sin embargo, duró poco, apenas un mes: en la primera de abril, el precio medio se iba a los 4,4 euros por megavatio hora (MWh). La nada, si se compara con la historia reciente: en marzo de 2022, recién comenzada la invasión rusa de Ucrania y con el gas ya por las nubes, el precio mayorista de la luz rondaba los 300.

Aunque el descenso ha sido significativo en toda Europa, el caso español es único: los 20 euros de media en marzo son la menor cifra desde mayo de 2020, con España confinada por la pandemia. Una tónica que ha continuado en estas dos primeras semanas de abril, en las que la apertura obligada de compuertas en muchos embalses hidroeléctricos ha hundido los precios de la luz en prácticamente todos los tramos de la jornada, aplanando la curva incluso en las horas punta de consumo (la del desayuno y la de la cena). Todo, a cero y vecinos. Lo nunca visto desde la primavera de 2013, cuando la potencia instalada de solar y eólica era infinitamente menor que ahora, pero que —como ahora— las lluvias pusieron a funcionar la hidroeléctrica a destajo.

Cuando toca evacuar agua, son las confederaciones hidrográficas —con criterios de seguridad— y no las empresas eléctricas —con criterios económicos— quienes deciden que hay que liberar los embalses y, consecuentemente, alimentar las turbinas que generan energía. En marzo y en lo que va de abril, los saltos de agua han disparado su producción más de un 140% respecto al mismo periodo del año anterior y ya pisan los talones a la eólica como primera tecnología de generación. Algo impensable a principios de año, cuando la sequía aún lastraba la generación.

Ese torrente de energía hidráulica, junto con el efecto contagio del resto de Europa —donde los precios negativos son moneda de cambio común desde hace meses—, han traído al mercado mayorista español los primeros valores por debajo de cero de la historia. La barrera se cruzó el 1 de abril, pero desde entonces se ha repetido en varias ocasiones. Sin ir más lejos, en las horas diurnas de este mismo fin de semana, en las que se juntan agua, sol y viento con una demanda que, aunque empieza arrojar tímidas señales de recuperación, continúa muy por debajo de los niveles anteriores a la crisis.

Estos precios de saldo tienen una lectura muy positiva para los consumidores que están en el mercado regulado o que, aun en el libre, tienen una tarifa indexada al mercado mayorista: incluso con la subida del IVA de la luz, que en marzo ya volvió al 21% habitual, la gran mayoría está pagando lo mismo que en meses anteriores. Pero también una cruz: cada vez más voces alertan de que, de sostenerse en el tiempo —algo improbable: subirán a medida que se acerque el verano—, acabarán haciendo mella sobre la necesaria inversión en renovables.

Además de presionar el precio a la baja, el aluvión de producción renovable ha tenido un gran impacto en la estructura del mercado eléctrico peninsular. Las centrales de ciclo combinado (en las que se obtiene electricidad quemando gas natural) han reducido drásticamente su aportación, hasta poco más del 7%. Su presencia ha quedado, en definitiva, prácticamente acotada a un ámbito: el de cubrir el hueco entre la oferta y la demanda en cada tramo horario, sin apenas entrar en la subasta diaria. Una rareza en clave histórica. Desde el 1 de febrero, el consumo de este combustible en centrales térmicas acumula una caída de casi el 40% respecto al mismo periodo del año anterior, según las cifras facilitadas a este diario por Enagás.

“El extraordinario aumento de la generación renovable ha relegado a las grandes centrales de generación convencional a adoptar un papel residual”, resumen los consultores del grupo ASE en un reciente informe de mercado. Esta baja ratio de utilización de los ciclos combinados tiene visos de continuar en los próximos meses: las precipitaciones recientes garantizan, a su juicio, “un fondo de reserva hidráulica extra de 4.000 gigavatios hora (GWh) de cara al verano en comparación con el año pasado, lo que supondría reducir en más de un tercio la previsión de generación de los ciclos combinados” en los meses más calurosos del año.

Los reactores nucleares también se han visto afectadas por esta tormenta perfecta, obligadas a reducir los volúmenes de energía que vierten a la red por una razón puramente económica: a los precios de estos últimos días, no les salen los números. Con varios reactores a medio gas, o directamente parados, la generación de los reactores españoles acumula una caída interanual de más del 30% en el último mes y medio. De acuerdo con el calendario actual de cierres, el primero en echar definitivamente el candado será uno de los dos de Almaraz, en Cáceres.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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