Robert E. Lucas, científico social
Las aportaciones del Nobel de Economía en 1995 fueron más allá de la teoría de la revolución de las expectativas racionales
Existe una diferencia fundamental entre las ciencias sociales y las ciencias naturales: la causalidad entre el antes y el después. Para las ciencias naturales, la causalidad sigue el orden temporal: el agua se calienta y se evapora, las especies se reproducen y crecen o degeneran, las estrellas reflejan luz que viene del pasado… Esta causalidad también está presente en nuestras vidas y en nuestras sociedades, pero los humanos nos hemos liberado, en parte, del pasado y nuestras acciones también dependen de nuestras expectativas sobre el futuro. Es decir, para las ciencias sociales —en particular, la economía— la causalidad también es del futuro al presente.
Como dijo Robert Shiller (premio Nobel 2013) “que tenemos expectativas y que nuestras acciones dependen de esas expectativas, todo el mundo lo sabía. Pero la idea de armar un modelo que fuera internamente consistente era una idea completamente nueva”. Esta fue la idea de Robert Lucas, fallecido este martes. Le otorgaron el premio Nobel en 1995 “por haber desarrollado y aplicado la hipótesis de las expectativas racionales, y así haber transformado el análisis macroeconómico y profundizado nuestra comprensión de la política económica”. Los tres componentes de la nominación merecen explicación.
“Haber desarrollado y aplicado la hipótesis de las expectativas racionales”
Nuestro pasado y entorno pesan, pero no determinan. Tomamos decisiones sobre nuestra educación, trabajo, ahorro o deuda, etc., basadas en nuestras preferencias, posibilidades y, como no, expectativas. Por ejemplo, al hacer balance entre nuestro ahorro hoy y su retorno mañana el tipo de interés que esperamos cuenta. Esta es nuestra racionalidad subjetiva. El azar, y la agregación de todas nuestras decisiones individuales —subjetivas— determinan el tipo de interés —objetivo— en una economía. Un modelo de la economía “internamente consistente” tiene que cerrar la relación entre el tipo de interés objetivamente esperado y nuestras expectativas subjetivas. La forma más sencilla es postular que, aunque no sepamos como la economía funciona, en lo que a nosotros concierne, esta relación es una identidad. Esta es la hipótesis de las expectativas racionales. Es elegante e impone acuerdo: si mis expectativas subjetivas y las tuyas coinciden con las expectativas objetivas (sobre el tipo de interés), las tuyas y las mías coinciden. Uno posiblemente dirá: ¡esto no es cierto! Y yo diré: como no es cierto que no existan rozamientos en el espacio, pero el astrofísico primero tiene que saber cómo los cuerpos se mueven en un espacio sin rozamientos.
“Transformado el análisis macroeconómico”
La macroeconomía como ciencia social nace con John Maynard Keynes, quién agregó las decisiones individuales de consumo, ahorro e inversión en funciones que tenían que satisfacer un sistema sencillo de ecuaciones. También fue pionero Simon Kuznets (premio Nobel 1971), quién desarrollo los sistemas de contabilidad nacional que daban fundamento empírico a las ecuaciones —básicamente estáticas— de Keynes. Pero el problema de la racionalidad subjetiva en un mundo objetivo no aparece en un sistema de ecuaciones estáticas. La agregación en economías dinámicas es más compleja y la “revolución de las expectativas racionales” (RER) se basó en dos teorías, desarrolladas en los años cincuenta.
Primero, la teoría del equilibrio general de Kenneth Arrow (premio Nobel 1972) y Gerard Debreu (premio Nobel 1983) y sus desarrollos posteriores para economías más complejas, dando un fundamento microeconómico a la agregación y política macroeconómica. Segundo, la teoría de la programación dinámica, desarrollada por el matemático Richard Bellman basándose en una idea del genial Claude Shannon. Las políticas, las decisiones individuales y su agregación se hacen y se valoran de forma recursiva: sus valores mañana son el resultado de sus valores actuales, las políticas y acciones de hoy y, como no, del azar. La RER añade: las acciones de hoy dependen de las políticas existentes, así como, de los valores ‘racionalmente esperados’ para mañana.
“Profundizado nuestra comprensión de la política económica”
Keynes pensaba y decía que: “mediante un proceso continuo de inflación, el gobierno puede confiscar, en secreto y sin ser observado, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos”. Thomas Sargent —otro de los líderes de la RER y premio Nobel en 2011— años más tarde le respondía: “Las expectativas racionales socavan la idea de que los políticos pueden manipular la economía al hacer que el público tenga falsas expectativas sistemáticamente.” En otras palabras, en el diseño de una política económica no se puede ignorar las reacciones de los agentes a ella y si estos tienen expectativas racionales no hay lugar para el engaño. Esta es la idea básica de “la crítica de Lucas” a los diseños existentes de políticas económicas hace cincuenta años. Desgraciadamente, todavía es válida para muchas políticas actuales.
Las palabras de Keynes también se pueden entender como una ‘recursividad en falso’. La ‘inconsistencia temporal en política económica’, uno de los motivos por los que dieron el Nobel (2004) a Finn Kydland y Edward Prescott (este último, otro líder de la RER, desafortunadamente, también fallecido recientemente): dices que vas a mantener los precios estables, pero luego los subes para crear empleo reduciendo el salario real. Es ‘recursividad en falso’ porque la programación dinámica falla en este caso.
Aunque muchos políticos no lo hayan entendido, la RER triunfó en el siglo XX: los bancos centrales son independientes de los gobiernos para evitar la ‘inconsistencia temporal’, los macroeconomistas neokeynesianos utilizan modelos dinámicos de equilibrio con expectativas racionales, y el paradigma se extiende a otros campos de la economía: finanzas, economía política, etc. Además, el paradigma es el punto de partida de muchos avances para superar sus límites; por ejemplo, introduciendo aprendizaje o límites a la racionalidad o encontrando soluciones recursivas cuando la programación dinámica falla.
Las contribuciones de Robert Lucas a las ciencias sociales se extienden más allá de la RER: economía financiera, laboral, geográfica y, especialmente, crecimiento y desarrollo. Él decía: “Una vez que uno comienza a pensar en ellas [las desigualdades entre países] es difícil pensar en otra cosa”.
En el verano de 1989 organicé una mini-escuela de verano en el Palacio de la Magdalena en Santander, antes de que lo reformasen. El grupo de economistas era impresionante (fue la primera visita de Lucas a España, que vino con su esposa y coautora Nancy Stokey, Prescott, Sargent y muchos otros). Lástima que cuando el rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo vio el programa me retiró la subvención, pero al menos nos dejaron el Palacio (en estado ruinoso), y a última hora conseguí otra fuente de financiación Así, por ejemplo, Sargent mostró como agentes con inteligencia artificial aprendían a coordinarse en el mejor equilibrio de expectativas racionales, cuando aún se criticaban las expectativas racionales y nadie hablaba de IA.
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