La economía del dolor y sus beneficiarios
Los bancos centrales carecen de autoridad para recomendar moderación laboral para evitar que una subida de salarios provoque un espiral de precios
Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (Fed), que dirige la política monetaria en Estados Unidos, ha reconocido que las decisiones de subir los tipos de interés para reducir la inflación supondrán “un cierto dolor” para hogares y empresas. Y advirtió que no restaurar la estabilidad de los precios “significaría un dolor mucho dolor”. En cualquier caso habrá sufrimiento.
En el análisis de Powell se echa en falta el reconocimiento de que la Fed ha fallado en su gestión de la inflación, cuyo descontrol empezó hace más de un año. Al principio consideró que era un fenómeno “transitorio” y no tomó medidas. Más tarde, el pasado febrero, vino la guerra de Putin contra Ucrania que ciertamente ha agravado las cosas.
El Banco Central Europeo (BCE) ha tardado quizá más en reaccionar. La realidad es que ambos bancos centrales han incumplido su mandato de mantener los precios en torno al 2%. En Estados Unidos la inflación se encuentra en el 8,5% y en la zona euro en el 9,1%. No han dado explicaciones por un fallo tan grave y costoso.
La inflación tiene raíces profundas. Hace cuatro décadas, el profesor Luis Ángel Rojo, explicando la inflación según el pensamiento keynesiano, indicaba que la determinación de los precios respondía a un entendimiento de los mercados dominados por importantes elementos oligopolísticos. Desde entonces el poder de los oligopolios (bancos, energéticas y tecnológicas) y su influencia sobre los precios se ha multiplicado.
La Confederación Europea de Sindicatos (CES), con 60 millones de afiliados, ha señalado que en el último año los dividendos pagados por las empresas a sus accionistas han crecido siete veces más que los salarios. La organización se basa en el informe de Janus Henderson Global Dividend que destaca que los dividendos pagados por las empresas crecieron un 28,7%, durante el segundo trimestre respecto al año anterior, mientras los salarios lo hicieron un 3,8%.
En España, las diferencias son brutalmente escandalosas. Los pagos por dividendos crecieron un 97,7%, estimulados por los bancarios, mientras que los salarios subieron un 3,3%. Las medidas fiscales del Gobierno para compensar los beneficios extra de bancos y energéticas quedan muy modestas. Los empresarios deberían considerar que la sociedad no tolerará estos excesos. En el Reino Unido, el enfado ha provocado un movimiento de no pagar las facturas.
La economista Isabel Schnabel, perteneciente al Comité Ejecutivo del BCE, en una referencial conferencia titulada The globalisation of inflation ha señalado que los beneficios empresariales “han sido recientemente un contribuyente clave de la inflación interna”. Y que reconoce que “los trabajadores han soportado el peso del choque inflacionario, ya que el crecimiento del salario nominal se ha mantenido silenciado”.
Tras estos errores, los bancos centrales carecen de autoridad para recomendar moderación laboral para evitar que una subida de salarios provoque un espiral de precios. No se pueden pedir que los trabajadores renuncien sin más a perder poder adquisitivo. Cualquier propuesta debe ir acompañada de medidas fiscales y sociales que reduzcan drásticamente la desigualdad creada.
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