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MERCADO LABORAL
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Dos salidas de crisis y dos reformas laborales

La creación de empleo no llega esta vez a costa de un aumento de la temporalidad

Manuel V. Gómez
Una camarera servía una cerveza en una terraza en Valladolid el día 14.
Una camarera servía una cerveza en una terraza en Valladolid el día 14.EFE

El mercado laboral trae hoy estupendas noticias. Lo ha hecho en bastantes ocasiones en la salida de esta última crisis. Conforme la pandemia va quedando atrás, el empleo crece con fuerza y ya se mueve en los niveles máximos que tocó hace 15 años a lomos de una enorme burbuja financiera e inmobiliaria. Esta vez es distinto. Después de aquella borrachera de ladrillo, España sufrió una resaca espantosa de la que costó mucho salir, tanto que cuando llegó el coronavirus no se había superado todavía el nivel de los 20 millones de ocupados que se perdió entonces. Ese simbólico listón se rebasó hace un año —poco más o menos— y ya no se ha perdido. En esta última Encuesta de Población Activa (EPA) hay contabilizados 20,5 millones de puestos de trabajo. Superar el máximo que se marcó en 2007 está en manos de la guerra en Ucrania y el regreso de la temida inflación: es probable que el otoño y sobre todo el invierno económicos, en función del gatillo de Putin con el gas, se dejen notar para mal en el empleo. Pero mientras, la economía española tiene una historia que contar algo distinta a la de otras salidas de crisis.

A salir de la Gran Recesión y sus secuelas ayudaron mucho los vientos de cola de la pasada década (energía barata, compras masivas de deuda del BCE, tipos de interés en el 0%, dinero barato y demás políticas monetarias extraordinarias). Pero también la profunda y polémica (”extremadamente agresiva”, dijo Guindos) reforma laboral de 2012, que abarató mucho el empleo… o lo que es lo mismo, lo precarizó. Sus defensores podrán decir que era necesaria porque España estaba al borde del abismo —de hecho, hubo un rescate financiero que todavía se está pagando— y el euro estuvo a punto de romperse. Cierto: también lo es que llegó de la mano de una devaluación salarial importante, que se desequilibraron las relaciones laborales en detrimento de los trabajadores y que, al contrario de lo que prometían sus impulsores, la altísima temporalidad siguió enquistada.

Esta vez, la salida de la crisis está siendo muy distinta. También lo ha sido la respuesta de Bruselas, con desembolsos de decenas de miles de millones de euros en subvenciones y en créditos, que esta vez sí se han sumado al respaldo monetario del BCE, aunque los vientos de Fráncfort estén cambiando por la elevada inflación.

Las cifras cuentan historias. Una: el paro ha caído al nivel de 2008, esta vez sin burbuja. Dos: el empleo perdido durante la pandemia hace ya tiempo que se recuperó, en buena medida porque nunca se destruyó; muchos puestos de trabajo hibernaron gracias a la ayuda de los ERTE, una auténtica revolución que flexibiliza la economía española para dar respuesta a las crisis. Con ese instrumento, el vínculo entre empleados y empresas se ha mantenido y eso ha facilitado mucho la vuelta de los primeros a las mismas tareas. Siempre se podrá aducir que el gasto ingente de dinero público de todas las medidas que se pusieron en marcha para amortiguar el golpe de la pandemia ha sido clave, aunque el Ministerio de Economía ya ha respondido a esto explicándole a la Comisión Europea que a la larga habrá ahorro porque dejan de pagarse prestaciones por desempleo antes y se recaudan más impuestos. Y tres: además, como muestra esta última EPA, son las empresas las que están aumentando plantillas en el último año; 54 trabajadores contratados por cada funcionario nuevo en la Administración.

Ahora, como ya sucedió también hace 10 años, hay nueva reforma laboral a la salida de una crisis (amén de una subida del salario mínimo que no ha confirmado el sesgo apocalíptico de algunos expertos). Esta última conserva buena parte del andamiaje de la de 2012, aunque también reequilibra algo las posiciones de empresarios y sindicatos en la negociación colectiva y, sobre todo, ha apostado por atajar la temporalidad. Los datos que este jueves muestra el INE dan claros indicios de que lo está consiguiendo. Hasta 2022, lo habitual era que en primavera empezaran las estaciones buenas del mercado laboral a costa de un tirón importante de los contratos eventuales. Este año se mantiene lo positivo y la temporalidad cae de forma notable. Un 22,3% de contratos temporales, eso sí, todavía es una tasa elevada, pero la reforma apenas lleva unos meses operando.

El texto que pactaron sindicatos, patronales y Gobierno todavía tiene que pasar muchas pruebas del algodón. Una de ellas es cómo se adapta a las vacas flacas, es decir, si funciona la flexibilidad interna en las empresas. El decreto, que contó con el visto bueno de Bruselas, trató de aprovechar el éxito de los ERTE durante la pandemia para crear un mecanismo estructural parecido. Es muy probable que los tambores de guerra que suenan en el este de Europa le den pronto a esta última reforma laboral la oportunidad de demostrar su eficacia en los malos tiempos.

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Sobre la firma

Manuel V. Gómez
Es corresponsal en Bruselas. Ha desarrollado casi toda su carrera en la sección de Economía de EL PAÍS, donde se ha encargado entre 2008 y 2021 de seguir el mercado laboral español, el sistema de pensiones y el diálogo social. Licenciado en Historia por la Universitat de València, en 2006 cursó el master de periodismo UAM/EL PAÍS.

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