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ENERGÍA
Tribuna
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No nos estamos enterando de nada

Cada vez que encendemos el aire acondicionado, pasamos minutos bajo la ducha o cogemos el coche cuando podemos usar el transporte público, estamos financiando la campaña militar rusa: a los actuales precios del gas da para invadir Ucrania, Finlandia y más allá

Carlos Batlle
Javier Gutiérrez afronta el calor con un ventilador en un fotograma de 'El Autor'.
Javier Gutiérrez afronta el calor con un ventilador en un fotograma de 'El Autor'.

Mientras esperaba a mi mujer en una cafetería, pelándome de frío —”tío, en qué mundo vives, aquí no se puede estar en manga corta”—, recibí la llamada de un buen amigo: “Aprovechemos que estás en Madrid para vernos… y de paso me explicas lo de la luz (sic), porque me han pasado una factura de 350 euros y me parece una vergüenza”. No pude evitar responderle, que lo que me parece una vergüenza es que no sea consciente del problemón en que estamos metidos y que no le hubieran cobrado 700.

No hacía falta que lo recordara Macron: el gas natural es un arma de guerra. Rusia, que sabe bien que las guerras se ganan en invierno, ya ha comenzado a cumplir su amenaza de cortar el suministro. Eso tendrá gravísimas consecuencias para la Unión Europea, económicas, sociales y puede que incluso humanitarias.

La desesperada carrera europea por “llenar el granero” ha multiplicado el coste del gas por ocho. Mientras, en España preferimos hacernos trampas al solitario, consumiendo como si nada pasase; quejándonos mucho, por supuesto; y pagando un precio muy lejos de nuestras posibilidades. No olviden: un Gobierno puede subsidiar electricidad, gas o gasolina, pero no paga. Es el ciudadano el que termina haciéndolo.

Ni este Ejecutivo, ni el anterior, ni las compañías energéticas, ni nosotros como consumidores somos responsables del problema. Pero sí de afrontarlo. Y no sé si es más deprimente la inconsciencia de estos o la falta de voluntad de hacerlo de aquellos. Gobierno y oposición promueven y piden rebajas y subsidios al consumo energético, imprescindibles para garantizar lo esencial a quienes verdaderamente lo necesitan pero que fomentan irresponsablemente un consumo aún mayor del resto, la gran mayoría. Debieran aplicarse, en su lugar, en explicar la verdad de lo que está ocurriendo y, más que promover, imponer medidas radicales de ahorro energético. El supuesto problema es que el “coste político sería grande”. Cabe entonces, con tristeza, preguntarse cuál debiera ser la prioridad de la acción política. Pero, independientemente de eso, conviene recordar que somos los mismos que cuando se nos hizo ver que era necesario, respetamos modélicamente las más exigentes reglas sanitarias. Aun así, más alto será el coste político cuando la situación explote en invierno, y se pueda acusar al Ejecutivo de inacción previa.

Se debe exigir también una mayor responsabilidad social corporativa al sector empresarial. No solo a las empresas energéticas que, por ejemplo, podrían evitar las ultrapublicitadas tarifas planas —que inducen a consumir más y peor— sino a todas en general: ¿es imprescindible estar a 20º para mantener el nivel de ventas o para rendir en la oficina?

Pero la principal responsabilidad es individual. Debemos ser conscientes de que la situación es excepcional y muy grave. Que cada vez que encendemos el aire acondicionado, pasamos minutos bajo la ducha o cogemos el coche cuando podemos usar el transporte público estamos financiando la campaña militar rusa: a los actuales precios del gas da para invadir Ucrania, Finlandia y más allá. Que lo que consumimos hoy, lo echaremos de menos en invierno, cuando más falta hará. Y no habrá presupuesto que lo soporte.

De nuevo, afortunadamente, la Comisión Europea nos tiene que empujar a hacer lo que no somos capaces por nosotros mismos, pidiendo restricciones al consumo desde ya (más vale tarde…). En contra de lo insinuado por el presidente el pasado jueves, estas medidas sí deben alterar nuestro modo de vida, de lo contrario serán de nuevo muy insuficientes. Deben ser valientes, radicales y equitativas (“sociales”). Debe fijarse y garantizarse un nivel máximo de consumo imprescindible a un precio asequible. Pero quien quiera consumir más, que pague el verdadero coste, no solo el altísimo de hoy, sino el que cabe esperar para el invierno que se avecina (cierto, en España, en teoría, podríamos tener acceso al gas, el pequeño detalle es que de ninguna manera podremos pagarlo). Eso implica por ejemplo pasar calor (como hemos hecho hasta no hace mucho más de treinta años) o restringir el uso del vehículo privado (limitando por ejemplo la velocidad). Pero, antes que eso, contar a la gente la verdad de lo que está ocurriendo con toda su crudeza.

Es esencial y urgente el esfuerzo de todos nosotros para salir de esta. Como Thelma y Louise, aceleramos ciegamente hacia el precipicio (culpando a cualquier otro menos a nosotros mismos, eso que no falte). Y a este paso, además de arruinarnos, lo que nos faltará en invierno serán mantas.

Carlos Batlle es investigador de Massachusetts Institute of Technology (MIT) y profesor de la Universidad Pontificia Comillas

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