“Tomo seis pastillas al día para aguantar”: así es trabajar limpiando hoteles masificados en verano
Camareras de piso de Ibiza, Tenerife o Barcelona aseguran que en julio y agosto su trabajo es “insoportable”. Denuncian los cuadros de ansiedad y los problemas físicos que les genera “trabajar contra reloj”
Milagros Carreño (55 años) trabaja limpiando hoteles en Ibiza (Baleares). “Me tomo mínimo seis pastillas al día para aguantar: antinflamatorios por el dolor en todo el cuerpo, relajantes musculares por la tarde, medicación para la depresión, protector de estómago...”. Mari Carmen Fuentes (44) tiene el mismo trabajo en Benidorm (Alicante): “Tomo pastillas para todo: para dormir, para levantarme, para la ansiedad... Este trabajo lo hacemos a costa de nuestro cuerpo”. Adoración Vázquez también trabaja como kelly (camarera de piso) en la ciudad alicantina: “Tengo 63 años y no me puedo jubilar hasta los 67. Empecé a trabajar cuando mi hija creció y si no continúo me queda una jubilación bajísima”. La época más complicada para estas trabajadoras, casi todas mujeres, es el verano, cuando los hoteles se llenan de turistas. “Es durísimo, insoportable”, lamenta Vázquez.
Es fácil entender a lo que se refiere esta kelly de 63 años cuando sus compañeras entran al detalle sobre su jornada laboral. “En nuestro contrato nos especifican que trabajamos ocho horas al día. Sin embargo, lo habitual es que los hoteles te exijan una cantidad de habitaciones que debes limpiar en ese tiempo. Suelen ser unas 25. Dedicando dos horas y media a las zonas comunes te quedan cinco y media para todas las habitaciones”, explica Yolanda García, de 58 años. Para cumplir en plazo, tienen que limpiar cada habitación en unos 10 minutos, dando un pequeño margen a los desplazamientos. “Es completamente imposible, y más en verano. Si una habitación está ordenada puede que termines en 10 minutos, pero en muchas tardas 15, 20 o media hora”.
García asegura que muchos hoteles castigan por baja productividad a las kellys que no cumplen el cupo e, incluso, dejan de contratarlas. “Eso obliga a la trabajadora a ir más rápido de lo que le permite el cuerpo. Es una contrarreloj permanente”. Muchas camareras de piso optan por echar más horas de las que estipula su contrato para terminar de limpiar. “Obviamente sin cobrarlas, he llegado a hacer 20 habitaciones en cuatro horas. Me pegaba tal paliza que me he destrozado el cuerpo”, añade Fuentes. “Por la mañana tomamos café o Red Bull para ir a todo tren y valerianas y ansiolíticos por la tarde para bajar las pulsaciones. Todo correr y luego equilibrar”, comenta Ángela Martín, camarera de piso de 49 años de Tenerife.
Alcanzar el mínimo exigido por los hoteles se hace “imposible” en verano por varias circunstancias, más allá de que estén llenos. “Vienen más turistas extranjeros; muchos se emborrachan a lo loco y te dejan la habitación llena de botellas, de vómitos, asquerosas. Las despedidas de soltero no te puedes imaginar cómo quedan las habitaciones. He visto caca en la bañera, drogas por el suelo, todo lleno de purpurina imposible de quitar... ¿Cómo vas a limpiar eso en 10 minutos?”, señala Martín.
Las kellys no se encuentran con esas escenas en todas las habitaciones, pero sí hay circunstancias que se repiten de forma general en julio y agosto que complican la jornada. “En estos meses vienen más familias, lo que implica camas supletorias. Además, hay más entradas y salidas, cuando hay que limpiar más a fondo la habitación”, relata Miriam, una camarera de piso de Barcelona de 49 años que prefiere no revelar su apellido. El aumento de precios de los hoteles puede complicar aún más el día a día de las limpiadoras, ya que se prevé que los turistas opten por estancias más cortas. “Luego están la arenilla que la gente trae de la playa, que se moja y es imposible de quitar, y los restos de crema solar que se echan antes de salir. Además, resbalan y es fácil caerse”, comenta la kelly de Ibiza.
Este contexto afecta a la salud de las camareras de piso. Por un lado está el dolor físico, fruto de los movimientos repetitivos que realizan y de la rapidez que se les exige. “Tengo tantos dolores que ando como los gorilas, con los brazos colgando. No soy capaz de ponerme erguida. Mis lumbares no sé dónde las tengo. Terminas con taquicardias de la velocidad que tienes que coger”, dice Vázquez. “Terminamos todas lesionadas. Nos rompemos músculos, las piernas se nos llenan de varices, sufrimos vértigos por el golpe a las cervicales... No deberíamos trabajar en este empleo más de 15 años”, subraya Martín, que lleva 25 años en el oficio.
Por otro lado está el impacto en la salud mental. “El estrés que sufrimos”, continúa esta kelly de Tenerife, “es brutal. Sabes que si no haces todas las habitaciones que te piden te pueden echar. Los ritmos de trabajo nos causan ansiedad y depresión. Nos vemos obligadas a medicarnos”. “He tenido episodios de ansiedad terribles, en los que me levantaba y sentía que me ahogaba. Me despertaba acelerada, sintiendo que me daba algo”, añade Fuentes.
Un informe de Comisiones Obreras, financiado por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, señaló en 2019 que el 96% de las kellys presenta síntomas de ansiedad, el 40% de depresión y el 70% asegura sufrir dolor en entre cuatro y siete zonas de su cuerpo. El 71% toma medicación para estos problemas de salud.
La remuneración por este coste físico y mental ronda el salario mínimo. “En un hotel de dos estrellas son más o menos 1.000 euros. Si es cuatro estrellas te pagan entre 1.100 y 1.200″, cuenta García desde Benidorm. “Ahora tengo suerte, estoy en 1.400, pero no es en absoluto lo habitual”, explica Carreño desde Ibiza. En este apartado influye mucho el convenio suscrito en cada comunidad autónoma por las kellys, uno de los colectivos mejor organizados y más movilizados entre las profesiones precarizadas en los últimos años. Según cálculos de CC OO, hay entre 100.000 y 140.000 camareras de piso en España.
Protestas
Las kellys llevan meses protestando porque consideran que la reforma laboral, aprobada en febrero por el Congreso de los Diputados, apenas ha mejorado sus condiciones. “Muchas de nosotras seguimos trabajando para subcontratas a las que contratan los hoteles. La reforma laboral no ha cambiado esto y era lo más importante para nosotras”, critica Miriam. El texto de la nueva norma especifica que “la externalización debe justificarse en razones empresariales ajenas a la reducción de las condiciones laborales de las personas trabajadoras de las empresas contratistas”. Esto pone coto a algunas externalizaciones, pero no tanto como exigían las kellys: las empresas pueden seguir subcontratando servicios homologables a su actividad principal, a pesar de que el acuerdo de coalición de PSOE y Unidas Podemos recogía el compromiso de “limitar la subcontratación a servicios especializados ajenos a la actividad principal de la empresa”.
“Este verano”, continúa García, “va a ser como los anteriores a la pandemia. Nuestras condiciones no han mejorado. Da la sensación de que tenemos que agradecer que tenemos trabajo. Vamos a peor, con muchas compañeras de baja por la sobrecarga de trabajo y sin que las empresas cubran sus puestos. Nolotil en vena y seguimos”. El sector de las limpiadoras de hoteles sufre el fenómeno de las vacantes sin cubrir, una tendencia palpable especialmente en actividades de condiciones precarias. “Los hoteles están teniendo muchísimos problemas para encontrar trabajadoras. Nunca había visto tantas ofertas. Antes pedían años de experiencia y ahora entra cualquiera”, indica García, convencida de que estas vacantes se deben a que “muchas se han cansado del abuso”. “Además”, prosigue Martín, “muchas kellys inmigrantes volvieron a sus países durante la pandemia o se buscaron otros sectores que no cerraron, como la agricultura”. “Lo tienen muy fácil. Que nos paguen y nos traten mejor”, concluye Vázquez.
Este es el segundo capítulo de la serie ‘Verano precario’, que ofrece testimonios de trabajadores en los sectores tensionados o especialmente duros durante julio y agosto. Si quieres compartir tu testimonio puedes hacerlo en el correo esanchezhid@elpais.es.
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