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El petróleo se acerca a los 100 dólares, su nivel más alto en ocho años

El temor a una invasión rusa de Ucrania y los bajos niveles de inventarios elevan la presión sobre el Brent

Ignacio Fariza
Cumbre del clima COP 27
Una instalación de extracción de crudo en Loving County (Texas, EE UU), a finales de 2019.ANGUS MORDANT (REUTERS)

De 20 dólares a casi 100, en menos de dos años. El barril de crudo Brent, el de referencia en Europa, ha transitado en tiempo récord de su nivel más bajo en dos décadas a quedar a las puertas del triple dígito, un umbral inédito en los ocho últimos años, y que amenaza con presionar aún más la inflación y ralentizar la recuperación económica pospandemia. En los 12 últimos meses, el petróleo se ha disparado en alrededor de un 50%, una escalada que solo tiene un precedente histórico comparable: entre el verano de 2007 y el de 2008, cuando su precio se duplicó hasta marcar su máximo histórico de 140 dólares por barril.

Frente a la explosión de consumo de aquellos meses inmediatamente anteriores a la Gran Recesión, esta vez el origen del embrollo es otro. La creciente tensión entre Rusia y Ucrania, una frontera clave en el tránsito de petróleo hacia Europa, se presenta como el detonante más inmediato de la escalada: no en vano, Moscú es el tercer máximo productor del planeta y maneja, junto con Arabia Saudí, los hilos del cartel ampliado de exportadores, la llamada OPEP+. Pero hay más marejada de fondo: los inventarios, en niveles inusualmente bajos, juegan un papel fundamental en una escalada que complica el horizonte económico para los importadores, entre ellos España y la mayoría de países europeos.

Fuerte rebote pospandemia

La demanda de petróleo se ha recuperado mucho más rápido de lo que cabía esperar en el momento más crudo de la pandemia, cuando todos los aviones quedaron en tierra y los servicios funcionaban a medio gas. Tras el parón, la realidad ha sido bien distinta a lo previsto: el consumo energético está a un paso del nivel prepandemia —unos 100 millones de barriles por día— y la oferta, en cambio, permanece en niveles artificialmente bajos tanto por la propia voluntad de la OPEP+ como por la escasa inversión en exploración y producción en los últimos años. Esa descompensación en las fuerzas del mercado, acrecentada en las últimas semanas por la amenaza de invasión de Ucrania por parte de Rusia, están llevando al crudo a niveles que parecían del pasado.

Aunque la plana mayor de las casas de análisis y las firmas de inversión llevan tiempo advirtiendo de que los 100 dólares por barril son el escenario base a corto plazo, Henning Gloystein, jefe de Energía y Clima de la consultora Eurasia, confía en que —de alcanzarse— el pico será temporal para, a continuación, dar paso a una “corrección a la baja”. “Salvo interrupciones repentinas, hay oferta suficiente margen de oferta para cubrir el aumento de la demanda que se espera”, expone en una reciente nota para clientes. Todo, claro, siempre y cuando el cartel de productores se avenga a reabrir el grifo petrolero: por ahora, las plegarias de Joe Biden y otros líderes internacionales para que la OPEP+ eleve su techo de producción han caído en saco roto.

Los 100 dólares por barril cambian el horizonte económico

Un barril a triple dígito elevaría las previsiones de inflación de hace solo un par de meses, cuando el Brent apenas superaba los 70 dólares. Lo haría en alrededor de medio punto porcentual, según los últimos cálculos de Bloomberg, una cifra que sería notablemente más alta en el bloque emergente.

Los precios, sin embargo, no son el único vector de preocupación que trae consigo un crudo a 100 dólares por barril. El mundo ya no es el de los años setenta del siglo pasado, cuando el petróleo y el carbón eran prácticamente las únicas fuentes de energía disponibles y cualquier subida de precios golpeaba con fuerza el crecimiento en Occidente. Pero el 80% de la energía que se consume aún tiene origen en la quema de combustibles fósiles, y la reciente escalada de todos ellos —la trilogía gas natural, crudo y carbón— es motivo de preocupación para el conjunto de la economía global.

“Hay una probabilidad no menor de que reduzca significativamente el crecimiento”, apunta Peter Hooper, jefe de análisis económico global de Deutsche Bank y exdirectivo de la Reserva Federal (Fed) estadounidense. En EE UU, según los cálculos de la calificadora Moody’s, por cada 10 dólares que sube el petróleo, el ritmo de expansión del PIB se reduce en una décima.

En los últimos años, los técnicos ha establecido una banda de entre 60 y 80 dólares por barril como la mejor para la expansión económica: en ella, decían, se pueden sentir cómodos tanto los países importadores —sin grandes presiones sobre los automovilistas y el transporte de pasajeros y mercancías— como los exportadores —que obtienen un margen no desdeñable sin ahogar la demanda—. Con el barril al borde de los 100 dólares, sin embargo, la imagen cambia por completo: son muy buenas noticias para el golfo Pérsico y, en menor medida, Rusia, pero muy malas para Europa, China, India y Japón —entre otros—, que tienen que buscar fuera todo el crudo que consumen. El caso español es paradigmático: con el crudo aún lejos de su pico histórico, la gasolina está en máximos desde que hay registros.

La presión que el abrupto encarecimiento de la energía está metiendo sobre el IPC está obligando a los principales bancos centrales del mundo a subir los tipos de interés mucho antes de lo previsto. Ahí está el caso del Banco de Inglaterra, que en menos de tres meses ha subido dos veces el precio del dinero. O el de la propia Fed, que apunta a tres alzas en 2022; la primera de ellas, tan pronto como el mes que viene. El BCE aguanta el tipo por ahora, aunque ya ha anunciado un acelerón en el calendario de retirada de las compras de deuda que han provocado la zozobra en los países del sur y ya no descarta una subida de tipos este año. Con el gas natural, la electricidad y los alimentos en máximos, una subida adicional del crudo elevaría aún más el coste de la vida y mermaría poder de compra a los hogares. Justo cuando la recuperación más descansa sobre los hombros del consumo privado.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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