Mileuristas o cómo vivir al filo de los números rojos
Quienes perciben el salario mínimo de 1.000 euros brutos reconocen que la nueva subida no bastará para cuadrar sus cuentas a fin de mes, aunque existen diferencias territoriales
Cuando el próximo martes el Consejo de Ministros valide la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) a 1.000 euros brutos al mes, repartidos en 14 pagas, los cerca de dos millones de trabajadores que lo cobran actualmente (el 5% del total) verán engordar su nómina en 35 euros. No serán los únicos beneficiados. Algunas empresas, especialmente aquellas que han competido entre sí durante los últimos años rebajando sueldos, como las multiservicios, deberán reajustar las escalas salariales que se hayan quedado por debajo del nuevo importe en sus convenios, lo que aumentará el número de favorecidos.
Como ya sucediera con el anterior aumento, las patronales CEOE y Cepyme no han secundado la subida (sí los sindicatos), y durante las negociaciones llegaron a plantear una distinta cuantía para el salario mínimo en función de cada territorio para minorar el impacto. “Madrid y Barcelona tienen un coste de la vida que poco tiene que ver con el de otros territorios”, defendió su presidente, Antonio Garamendi. Una reivindicación a la que posteriormente se sumaron también partidos nacionalistas como ERC y PNV.
Este planteamiento, sin embargo, choca frontalmente con la postura defendida por el Ministerio de Trabajo. “El SMI tiene que asegurar un mínimo salarial en cualquier sitio de España. Es la negociación colectiva la que tiene que establecer los diferenciales salariales adecuados para ajustar el salario real a la calidad y al coste de la vida de cada territorio”, señalan fuentes ministeriales. “No se pueden cambiar las reglas del juego, y establecer criterios distintos sobre la base de factores geográficos. El Estado debe garantizar unos mínimos comunes”, conviene Daniel Toscani, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad de Valencia.
La senda de aumentos a la que se ha comprometido el Gobierno para lo que resta de legislatura (hasta 2023), apunta a un nuevo aumento para el próximo año, con el que equiparar el SMI al 60% del salario medio en España, tal y como recoge la Carta Social europea y refrenda la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Una cifra que los expertos de Trabajo situaron en su informe en los 1.050 euros al mes, y que para llevarse a cabo requiere todavía de un plus de 50 euros adicionales (que supondría el mayor de los tres aumentos); con los que se acrecentaría el vuelo de la curva alcista que arrastra el SMI desde 2007: en los últimos 15 años, se habría incrementado en un 84%.
Luisa Muñoz, temporera en Jaén: “Subir el SMI está bien, pero mejor es aún la estabilidad laboral”
Luisa Muñoz Moreno, de 32 años, apura los últimos días de trabajo en la campaña de recolección de la aceituna en Jaén. Este miércoles ha hecho un alto para acudir a sellar su tarjeta de demanda de empleo a una oficina del Servicio Andaluz de Empleo (SAE). Una tarjeta con la que aspira a ser contratada de nuevo de forma temporal como auxiliar de ayuda a domicilio. “El año pasado no llegué a unos ingresos medios de 1.000 euros mensuales [contando su trabajo como aceitunera y en la dependencia], por eso la subida del salario mínimo es bienvenida”, comenta esta mileurista, casada y con dos hijas adolescentes. “Menos mal que mi marido tiene un trabajo más o menos estable en la construcción porque si no imposible que salgan las cuentas”, agrega.
“Hay que hacer encaje de bolillos para llegar a fin de mes y, por supuesto, tenemos que renunciar a cualquier capricho”, asegura Luisa Muñoz, que lamenta la cada vez más corta campaña de la aceituna por los efectos de la mecanización en el campo. Allí ha ganado 53 euros al día por un jornal de seis horas. Mucho más de lo que le deja su contrato temporal en dependencia.
Jaén es la provincia con mayor tasa de precariedad laboral del país. En enero, el 98% de los contratos fueron temporales. Según la última EPA, Jaén, con 57.900 desempleados, tiene la tercera tasa de paro (20,37%) más alta, solo superada por Ceuta (26,86%) y Cádiz (25,94%). Debido a esa alta temporalidad laboral, Muñoz dice confiar más si cabe en los efectos de la nueva reforma laboral. “Que nos suban 35 euros al mes está bien, pero lo más importante es que tengamos contratos más estables”, subraya. Ella denuncia estar cansada de que sus trabajos como auxiliar de ayuda a domicilio sean cada vez más precarios.
Beatriz Trillo, auxiliar de geriatría en Huesca: “Es surrealista que los sueldos no estén acompasados con el coste de vida”
Beatriz Trillo tiene 43 años y es mileurista desde que decidió emanciparse de sus padres con 21. Con su trabajado como auxiliar de geriatría cobra 1.053,29 euros brutos mensuales que, a fin de mes, consigue que sean netos al multiplicar los fines de semana y las horas extra. Las cuentas, que lleva a rajatabla, siguen casi al límite de los números rojos, pero le cunden más desde que hace 13 años se mudó de Madrid a Huesca. “Me tuve que ir por motivos exclusivamente económicos, con mi sueldo allí no me podía mantener”, reconoce con un deje de acento oscense que irremediablemente se le ha pegado en estos años.
Aunque hace sudokus para cuadrar los gastos del alquiler de 350 euros del piso que comparte con su pareja, actor y músico, más la luz, agua, gas, el IBI y los gastos de su hija de 10 años, los 1.000 euros que gana le permiten vivir al día, algo impensable en la capital española. “Aunque no tenga para irme de cañas, al menos con el sueldo me da para vivir. Porque es surrealista que los salarios no estén acompasados con el coste de vida”, se queja.
Madrid está en la cabeza de las capitales de provincia con mayor sueldo medio anual, 25.904 euros. Huesca, con 18.330 euros, se encuentra en la zona media, bastante por encima de lo que gana Trillo. Ella no solo tiene tasadas las salidas de cañas, las vacaciones también puede contarlas con los dedos de la mano. “Desde que nació Alicia nos hemos ido dos veces de vacaciones y cuatro días y eso con el dinero de la paga extra”, explica. Una extraordinaria que exprime también para los regalos de Reyes. Aunque lleva toda su vida laboral engarzando horas extras, ella prefiere quedarse con el lado positivo: “Siempre he trabajado en lo que me ha gustado y eso también me reconforta muchísimo”. Eso sí, si lo sueldos estuvieran acompasados con la realidad, como ella reconoce, su satisfacción sería mucho mayor.
Miriam Peiró, teleoperadora en Madrid: “Vivo en la miseria”
Miriam Peiró, 34 años, no muestra ningún entusiasmo sobre su sueldo. De hecho, cuando se le pregunta cuánto cobra, contesta seca: “40 euros más del salario mínimo”. Trabaja en una compañía de teleoperadores en la periferia de Madrid, y es la delegada sindical de su empresa, el la que lleva 10 años, aunque los primeros tres únicamente tenía contratos temporales. Alternaba periodos de trabajo con otros de paro. No obstante, sigue considerando que tiene un trabajo precario.
Su sueldo se sitúa ligeramente por encima del salario mínimo. Sin embargo, para Peiró eso no representa ninguna seguridad. Cada mes tiene una serie de gastos fijos que le hacen imposible cuadrar las cuentas: 450 euros de alquiler, 260 de préstamo bancario del coche y 120 para el cole concertado de su hijo, de cinco años. “Con 200 euros al mes tengo que hacer la compra y cubrir todas las necesidades de mi hijo. Soy madre soltera. Aun estando 40 euros por encima, vivo en la miseria”, comenta.
Peiró sabe que si un día tiene que afrontar una emergencia, tendrá que pedir ayuda a su familia u otro préstamo del banco. “Para mí no cambia nada si el salario mínimo sube. Era y sigue siendo imposible vivir con 200 euros al mes. Llevamos dos años con los salarios congelados, en medio de negociaciones infructuosas e inflexibles con la compañía. No han querido mover ni un solo dedo para avanzar en el tema. Al final el salario mínimo nos ha alcanzado”, señala afligida.
Javier Ruiz, socorrista en Valencia: “Por suerte tenemos una familia que nos ayuda”
Javier Ruiz, de 23 años, es socorrista en una piscina municipal de gestión privada en Valencia. Cobra unos 980 euros netos por 35 horas semanales y lleva casi cuatro años en la empresa con un contrato como fijo-discontinuo. “Vivir con no llega a mil euros es tremendamente complicado, sobre todo en mi situación”, afirma. Tiene un hijo de año y medio con su pareja, que estudia para enfermera. Él trabaja y también cursa estudios de Producción de Cine y Música en un centro privado. “A medio mes ya no me da para vivir, pero por suerte tenemos una familia que nos ayuda”, reconoce. Ahora mismo viven en casa de su suegra y Ruiz ayuda con parte de su sueldo a los gastos de la casa.
El joven, con estudios de Administración y Finanzas, lleva trabajando desde los 16 años. Anteriormente, fue socorrista en una piscina de verano y ha opositado a bombero, pero exigía mucha dedicación y con la llegada de su bebé tuvo que dejarlo. A pesar de todo se siente afortunado por tener trabajo. En cuanto acabe su formación asegura que buscará otro empleo porque “este sueldo no da y el trabajo no me llena”. “Lo hago por salvar los ingresos”, concluye.
La situación económica de la pareja no les da para demasiados gastos extraordinarios. “Entre los 300 euros que cuesta el curso privado, el bebé y ayudar en casa no nos podemos permitir muchos extras. Tampoco vamos ahogados por la ayuda de las familias y nos podemos permitir salir a cenar o ir de compras. Pero irnos de vacaciones ya es otra cosa; por la falta de dinero y también de tiempo”, concluye.
Indira Barrante, empleada del hogar en Bizkaia: “Vivo con lo justo y a veces no llego a fin de mes”
Con un sueldo de 958 euros hay que hacer malabares para llegar a fin de mes. No siempre se consigue. Es lo que le ocurre a Indira Barrante, una nicaragüense de 36 años que vive en Lemoa (Bizkaia) desde 2002. Trabaja en Bilbao (a 25 kilómetros de su casa) como empleada del hogar tres horas y media durante tres días a la semana y, además, hace turnos en un centro de día para personas mayores. La subida del SMI a 1.000 euros mensuales no le va a solucionar sus estrecheces económicas: “Vivo con lo justo y a veces no llego. La mayor parte del salario se va con los gastos fijos de comida, transporte, colegio y la cotización de la Seguridad Social”. Vive en un piso con su pareja, una hija de 17 años y dos perritos. Todos los meses envía dinero a su país de origen —”esta es una ley sagrada”, dice― para la manutención de otro hijo que vive allí.
Barrante apenas consigue ahorrar algo con lo que gana. Si acaso, el único capricho que se puede dar es comprarse una camisa y un pantalón en rebajas. “El servicio doméstico está muy mal valorado. Hay que trabajar muchas horas para ganar poco dinero. No puedes enfermar, porque los días que no trabajas te los descuentan del salario. Se aprovechan de que necesitamos un empleo”. Y lanza un mensaje a los sindicatos: “Está muy bien pelear por una subida de 35 euros al mes, pero sería más conveniente que consiguieran que las empleadas del hogar tengamos derecho a cobrar el paro cuando dejamos de trabajar”.
Charo Morales, auxiliar de limpieza en Benidorm: “¿Qué jubilación me va a quedar?”
Charo Morales es una mileurista de 58 años. Es auxiliar de limpieza en un hotel de cuatro estrellas de Benidorm y tiene un contrato estable, aunque “malamente” llega a final de mes. Desde que comenzó en el hotel se encargaba de desayunos, comidas y cenas, pero estaba prácticamente todo el día metida en el comedor. Hace 10 años se pasó a auxiliar de limpieza en el mismo lugar porque quería más tiempo libre. Renunció a unos 200 euros de sueldo y ahora gana unos 1.019 netos mensuales. “Tengo una hipoteca de 300 euros y menos mal que es de hace años porque no es muy alta; pero no suelo ir de vacaciones salvo cuando voy a ver a mi familia a Córdoba. Salgo poco, una vez al mes con las amigas y midiendo mucho lo que gasto”, explica Morales, separada y sin personas a su cargo. “Y menos mal, porque si tuviera hijos sería imposible”, apostilla.
Antes de la pandemia completaba el salario limpiando en viviendas particulares y ahora mantiene un par de casas de gente mayor. ¿Ahorrar? Antes de la covid, en su cuenta había algún “ahorrillo” para imprevistos, pero el hotel cerró con un ERTE durante 18 meses y su salario se redujo a 800 euros mensuales. Ahora vive al día después de pagar gastos y la letra del coche —como la economía iba a mejor se lo compró en enero de 2020, dos meses antes del confinamiento—. Come en el hotel y sus últimas vacaciones las pasó en Valladolid porque tiene una sobrina que vive allí. Paga el IBI y la comunidad con parte de las pagas extra. Y cuando no llega a fin de mes echa mano de la Visa, “el mejor invento”, dice con guasa. Se quiere retirar dentro de cinco años porque tiene 40 cotizados. “Pero ¿qué jubilación me va a quedar?”, se lamenta.
Adrián Pulido, técnico de laboratorio en Madrid: “35 euros ayudarán a muchos a pagar la factura de la luz”
Adrián Pulido, 27 años, dio muchas vueltas a su vida antes de llegar a ganar el salario mínimo interprofesional. Cuenta con un grado medio de electricista —que nunca utilizó porque se dio cuenta de que no era lo suyo— y luego se formó como técnico deportivo. Se mudó a Inglaterra para buscar trabajo en este sector y, para mantenerse, empezó a “fregar platos como un campeón”. Llegó a conseguir su objetivo, pero la pandemia cambió sus planes y lo obligó a volver a Madrid, donde vive ahora.
“Cuando llegué lo único que encontré fue un trabajo en una residencia de mayores, en plena covid. Fue muy duro psicológicamente. Tenía limpiar las habitaciones de las personas fallecidas”, recuerda. Cuando terminó su contrato, empezó a trabajar como técnico de recogida de muestras en un laboratorio por 960 euros al mes. “Nunca está de más tener 30 eurillos más en el bolsillo. A lo mejor con ese dinero puedo pagar la gasolina para el coche, o una factura. Lo usaría más para cubrir ciertos gastos puntuales que para ahorrar, que es extremadamente complicado con este trabajo”, reflexiona.
Todo su sueldo se va en el alquiler y en los gastos del piso. En tono de broma, afirma que paga 300 euros por “un cuarto y poco más” en el barrio del Pilar, que tiene la suerte de “no compartir con nadie”. El resto se lo gasta en la compra y en la matrícula del grado de turismo que está a punto de terminar. En su tiempo libre —no es mucho de salir a cenar, dice—, prefiere hacer una buena compra y cocinar algo rico en casa. “Ahora que están subiendo prácticamente todos los gastos, creo que, aunque la subida del salario mínimo sea de solo 35 euros permitirá que muchos puedan pagar la factura de la luz”, cuenta.
Amaia Miguéns, empleada del hogar en A Coruña: “Vivir con 1.000 euros es vivir en la miseria”
La coruñesa Amalia Miguéns, empleada de hogar de 50 años, lo tiene claro: “Vivir con 1.000 euros es vivir en la miseria. Yo tengo la suerte de que en casa también entra la pensión de mi marido. Si no, estaría pidiendo ayuda en Cáritas, porque tengo dos hijas a mi cargo”. Ahora está de baja, pero cuando estaba en activo alcanzaba ese salario trabajando en tres viviendas un total de ocho horas al día.
Miguéns imparte lecciones de economía real. Un millar de euros vuela en 30 días pagando casa, gastos y comida. Obliga a olvidarse de comprar pescado o carne. “No me he podido permitir unas vacaciones en mi vida. Tampoco sé lo que es darse un capricho”, ilustra. La cifra es tan ajustada que la cuenta bancaria se queda a cero a final de cada mes, explica. Cualquier imprevisto no solo genera deudas, sino que las multiplica.
Las exigencias que imponen las entidades financieras a los más necesitados tienen mucho que ver con esa angustia que supone vivir vaciando el saldo cada mes. “Si un mes te faltan 10 euros para pagarlo todo y el banco es tan bueno que te los adelanta mientras no vuelves a cobrar, al final acaba recuperando eso y cobrándote 20 euros por la comisión del descubierto”, ejemplifica. Esta trabajadora del hogar paga a su entidad financiera 60 euros cada semestre por no disfrutar en su cuenta de un ahorro de 300 euros al mes: “Esto a los que tienen millones no les pasa. ¿Acaso creen que yo no tengo ahorros porque no quiero?”.
Miguéns responde a quiénes desdeñan lo que supone un aumento de 20 euros en un sueldo o una pensión: “¿Qué implica 20 euros más? Pues sumar. Puede significar comer carne o no tener que devolver una factura y pagar luego un recargo. A mí me ha pasado de quedar a deber al banco solo siete euros y ver cómo se convertían en 27 por culpa de la comisión”.
Con información de Ginés Donaire, Mikel Ormazabal, Cristina Vázquez, Sonia Viizoso y Clara Angela Brascia.
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