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Philippe Aghion: “Hay Einsteins perdidos en familias sin educación”

El economista francés ha recibido esta semana el Premio Fronteras del Conocimiento, concedido por la Fundación BBVA

Álvaro Sánchez
El economista francés Philippe Aghion, en la sede de la Fundación BBVA en Bilbao, este martes.
El economista francés Philippe Aghion, en la sede de la Fundación BBVA en Bilbao, este martes.Fernando Domingo-Aldama

Philippe Aghion teme a las alturas más que a cualquier cataclismo financiero. Cuando el fotógrafo le dirige hacia la puerta de la habitación, cercana a un balcón interior, aminora el paso hasta casi detenerse, tuerce el gesto, y aduce vértigo para no aproximarse a menos de un metro de la barandilla. El economista francés, hijo de un matrimonio de inmigrantes judíos egipcios —ella una importante diseñadora de moda, él activista político y galerista de arte—, camina sin vacilar por cotas muy elevadas en lo profesional: enseña en el Collège de France, la London School of Economics y Harvard; la edición en español de su último libro, El poder de la destrucción creativa (Ed. Deusto), se publicó en junio; y este martes recibió en Bilbao el Premio Fronteras del Conocimiento concedido por la Fundación BBVA. Le reconocen haber realizado “contribuciones fundamentales al estudio de la innovación, el cambio tecnológico y la política de competencia”.

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Cada vez más precedentes indican que el galardón supone entrar en el selecto club de candidatos a obtener el Nobel algún día, pero Aghion (París, 1952) elude la llamada de la vanidad con prefijo sueco. “No pienso en eso. Para mí este premio es magnífico y suficiente”, afirma desde la sede del banco en la capital vizcaína. Se repartirá 400.000 euros con el otro premiado en la categoría de Economía, su colaborador Peter Howitt.

Sus aportaciones más reconocidas giran en torno al concepto de destrucción creativa. “Es la idea de que las nuevas innovaciones destruyen las tecnologías anteriores volviéndolas obsoletas”, resume. A partir de esa premisa popularizada por el economista austriaco Joseph Schumpeter, que inyecta savia nueva a la economía y ahora parece tan obvia —hay múltiples ejemplos, como el tránsito de las cámaras de fotos a los teléfonos inteligentes, o los cambios en los formatos en que escuchamos música— , Aghion ha articulado una nueva teoría del crecimiento en el que la innovación es el elemento central.

Uno de los obstáculos más claros que encuentra al desarrollo tecnológico es el abrumador dominio de un grupo reducido de actores. “EE UU creció mucho entre 1995 y 2005 de la mano de las grandes plataformas que emergieron con la revolución tecnológica, como Google, Amazon, Facebook y Apple, pero al volverse hegemónicas, esas empresas están bloqueando el crecimiento de otras. Las desincentivan a competir porque saben que si entran en el mercado les pueden hacer dumping [vender un producto por debajo del precio de mercado]. El problema de EE UU es que la política de Competencia no está adaptada a la era digital, el único criterio es la cuota de mercado, y no si dificultan la aparición de nuevas firmas”.

Aghion, amigo desde hace más de una década del presidente francés, Emmanuel Macron—años antes de llegar al Elíseo mantenían en casa del economista extensas charlas sobre economía, e incluso le pidió consejo sobre su fichaje por el banco Rotschild—, con el que intercambia mensajes de móvil a menudo y al que envía algunas de sus investigaciones ocasionalmente, cree que Francia y Europa han visualizado sus carencias durante la pandemia. “La covid ha sacado a la palestra un gran problema: la desindustrialización. Y la culpa es de la falta de innovación. Hay que invertir en la reindustrialización a través de la innovación, pero el capital riesgo no está lo suficientemente desarrollado, ni hay un ecosistema fuerte de inversores institucionales. Debemos crear los equivalentes europeos de organismos estadounidenses de defensa (Darpa), energía (Arpa) y biotecnología (Barda)”.

EE UU es un modelo recurrente para Aghion. No solo porque desde hace décadas cuenta con firmas tecnológicas mucho más potentes que las europeas, sino por el papel fundamental de farmacéuticas norteamericanas como Pfizer y Moderna en la carrera por encontrar un antídoto contra el virus. “La crisis ha revelado que Europa no es tan buena como EE UU para la innovación. Es un hecho. Las vacunas han surgido sobre todo en EE UU. Y eso pese a que el ARN mensajero es una tecnología desarrollada antes en Europa”.

Sobre el tercer gigante global, China, opina que muchos la subestimaron durante años equiparándola con países africanos en vías de desarrollo. “Invierten en investigación masivamente, dan medios enormes que en Europa no damos. Son muy buenos para imitar o mejorar tecnologías, pero no han hecho innovaciones fundamentales, en parte porque la falta de libertad tiene consecuencias. El poder político tiene miedo de que las empresas sean demasiado poderosas y cuestionen su poder, como ha sucedido con Alibaba”.

“Podemos ser innovadores e inclusivos”

Durante la conversación, Aghion se muestra muy interesado en rebatir lo que considera dos falsas ideas. La primera, que para frenar el cambio climático es necesario dar marcha atrás e ir hacia una política de decrecimiento, como pregonan algunos expertos y colectivos ecologistas, dado que el PIB cayó con mucha más fuerzas que las emisiones durante los confinamientos. “La clave es promover la innovación verde. Las empresas que en el pasado innovaron en tecnologías contaminantes van a querer innovar en esas tecnologías en el futuro. La destrucción creativa es buena para la innovación verde porque las nuevas empresas no tienen ese problema”. Cree que los Estados, con iniciativas como las subvenciones al coche eléctrico y las restricciones e impuestos a los coches contaminantes, buscan romper esa inercia redirigiendo los cambios tecnológicos con criterios distintos a la búsqueda de beneficios.

La segunda creencia que Aghion cree extendida de manera errónea es que Europa es menos innovadora que EE UU porque dedica más recursos a su sistema de protección social. “No estoy de acuerdo con eso. Podemos ser a la vez más innovadores y más inclusivos”, insiste. Como ejemplos, cita el caso de Dinamarca, donde despedir es más barato pero el Estado paga durante dos años el 80% del salario al trabajador que pierde su empleo, le forma y le ayuda a encontrar un nuevo destino, lo cual facilita que la mano de obra pase de los sectores en decadencia a aquellos en auge, la base de la idea de destrucción creativa. Otro ejemplo que usa para desmentir el supuesto de que más social significa menos innovación es la importancia del aprendizaje. “Si durante muchas generaciones pones en marcha una educación accesible para todo el mundo, va a crear el doble efecto de tener más innovadores y más inclusión. Hay Einsteins perdidos de familias sin educación, gente muy inteligente que podrían ser innovadores en potencia”.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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