El reto de la sostenibilidad
No podemos mantener las tasas actuales de desempleo mientras las empresas no encuentran trabajadores
Dijo Albert Einstein que cada vez sabemos más y entendemos menos. Es cierto que lo vivido en este último año y medio ha enfatizado las incertidumbres que nos plantea un mundo cambiante. Pero también es verdad que ha ayudado a reforzar dos certezas: la innovación es hoy el gran activo de las economías y las sociedades; y ya no tiene sentido si no es sostenible, si no observa una innegociable implicación con el planeta, las personas y las conductas. Innovación y sostenibilidad son ahora dos caras de la misma moneda. Una no podrá ser sin la otra.
Es también cierto, por otro lado, que el término sostenibilidad está hoy en boca de todos. Nos referimos a los criterios ESG —ambientales, sociales y de gobernanza—, pero también a lo que siempre significó, hacer cosas que se puedan mantener en el tiempo. Muchos tenemos clara su trascendencia y que apela a lo que nos jugamos como civilización. Pero, tal vez, uno de los retos actuales sea, valga la aparente redundancia, hacer sostenible la propia sostenibilidad.
En cualquier caso, debemos interiorizar que ha llegado el tiempo de actuar de manera diferente. Ya no importa tanto el “qué” sino el “cómo”. Para las empresas, los criterios ESG tienen que estar en el centro del modelo de negocio, porque así lo demandan los clientes, los inversores, los cambios regulatorios y los propios empleados. Y si la innovación es el factor diferencial de una empresa, ahora debe tener además un propósito, una contribución tangible en términos de mejora del ámbito, global y local, en el que va a impactar.
Es un deber para las empresas, pero lo es también para los países, los gobiernos y las sociedades. En España, más allá de las directrices que la Unión Europea nos marca, estamos en el momento crucial de desarrollar el proyecto de país sostenible que nos sitúe en el mapa del mundo avanzado del siglo XXI. No será cuestión de ponerle el adjetivo a las políticas y estrategias que se formulen, sino de hacerlo realidad. El Plan de Recuperación y Transformación que afrontamos, apoyado en la llegada de los fondos europeos, supone una oportunidad como quizás no hayamos tenido y no volvamos a tener. Y no deberíamos perder la perspectiva. El proyecto que construyamos no tendrá visos de sostenibilidad —en todos los aspectos— si no contempla la innovación al servicio de la sociedad, la industria y la formación.
La innovación será sostenible si asegura una verdadera transferencia a la sociedad y contribuye al Estado del bienestar. Es necesario invertir más en I+D y alcanzar el 3% del PIB, como marca el Pacto por la Ciencia. Pero, además, esa inversión pública y privada deberá tener un propósito, lo que implica fortalecer las instituciones científicas, estimular a los investigadores, fomentar la ciencia básica como base para proyectar la ciencia aplicada… Y estimular a las empresas, a fin de que sus proyectos innovadores no solo generen riqueza, sino que sean transformadores y arrastren a otras empresas y a otros sectores a innovar.
Nuestra industria será sostenible si materializa la transformación de las empresas y de los trabajos para modernizar nuestro tejido productivo. Aspiramos a que su peso en la economía alcance el 20% del PIB, pero además necesitamos que base su capacidad de producción en la investigación, la innovación y la tecnología, que sea capaz de subirse a las olas de la digitalización y la transición energética y que cumpla con todos los criterios de eficiencia, resiliencia en las cadenas de valor y compromiso con el entorno y las personas. Hablando de sostener, una industria fuerte es el sustento de una economía robusta. Ahora, además, necesitamos que sea inteligente, verde y revitalizadora de los territorios.
Nuestro mercado laboral será sostenible si aseguramos la formación que van a necesitar los nuevos empleos. No podemos mantener las actuales tasas de desempleo juvenil y sénior, mientras las empresas no encuentran a los profesionales que necesitan y, por ejemplo, dos millones de puestos para mayores de 45 años podrían quedarse sin cubrir en 2030. Además de promover la FP dual y las formaciones técnicas, urge desarrollar capacidades digitales y habilidades para el empleo, así como inculcar la noción de que nos formaremos y aprenderemos durante toda nuestra vida. Sólo así cimentaremos una sociedad del conocimiento, base de un ecosistema empresarial eficiente, en el que las personas sean de verdad el principal activo, sin brechas ni techos de cristal. Cumpliremos así la promesa de no dejar a nadie atrás.
Los proyectos que acometamos dentro del Plan de Transformación deberán tener muy presentes estas ideas. En este sentido, la formulación de los que podrán acceder a fondos europeos (PERTE) es alentadora en cuanto a los requisitos que demandan: potencial de arrastre, cohesión territorial, colaboración público-privada, alto valor en I+D, alcance a toda la cadena de valor industrial, favorecedores del crecimiento empresarial… Pero, otra vez, será fundamental el “cómo”. Debemos articular esos proyectos con rigor, visión estratégica y luces largas. Y evaluarlos constantemente. Será buena noticia que muchos salgan adelante, pero debemos cuidar que sólo lo hagan aquellos que de verdad tengan músculo transformador y un propósito, que no puede ser otro que hacer una contribución sostenible… a nuestro país y al mundo.
También, con una perspectiva transversal, merecería la pena aprovechar las fortalezas que nos diferencian. Somos el país del mundo con más reservas de la biosfera, cuartos de Europa y entre los diez mundiales en capacidad de producción de energías renovables, con sol y viento para generar hidrógeno verde… Conectémoslas con otra fortaleza: España ha sido y es polo atractor de inversiones de empresas que están desarrollando grandes proyectos innovadores en campos como la movilidad, la impresión 3D, la industria química o del acero, las telecomunicaciones… Si somos capaces de multiplicar esa capacidad de atracción y orientarla a los sectores que van a liderar la innovación sostenible, no sólo crearán riqueza y empleo; contribuirán, volviendo al ejercicio anterior, a que nuestro proyecto de sostenibilidad sea sostenible.
Debemos, por lo tanto, ver este momento crucial como la oportunidad de refundar un país ilusionante para las próximas generaciones. El desafío es inmenso, pero en primer lugar pasa por creérnoslo, y en segundo, por “hacer fácil lo difícil”, como me gusta decir. Esto significa trabajar todos juntos —instituciones, empresas, entidades científicas y educativas— conscientes de que este proyecto y ese futuro nos unen. Que nunca entendieron de colores ni siglas. Tampoco ya de beneficios meramente contables. Y que el mundo ya no admite otra aritmética: si no suma para todos, no será sostenible. Pero si no se sostiene, no será real.
Helena Herrero es presidenta de la Fundación I+E y de HP Sur de Europa.
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