Tomarse en serio las finanzas sostenibles
Con los pasos de los últimos días, la financiación verde deja de ser una industria de nicho para ser una parte central
Suele ocurrir que mientras una práctica se mantiene en el ámbito discursivo, las contradicciones existentes en la misma no afloran. Estas lo hacen cuando tomamos las políticas como un elemento sustantivo de cambio. Y esto es lo que está ocurriendo con las finanzas sostenibles y la incorporación de criterios de gobernanza, sociales y ambientales (denominados criterios ESG) en el escenario de los mercados financieros globales. Según Morningstar, existen cerca de 4.000 fondos de inversión sostenible que suman 1,7 billones de dólares en activos gestionados, cifra a la que habría que añadir los 1,5 billones de dólares negociados anualmente en el mercado de bonos verdes. Las cantidades siguen siendo pequeñas comparadas con las necesidades detectadas (hasta 3,8 billones de dólares anuales hasta 2050), pero sus tasas de crecimiento se aceleran notablemente, particularmente en Europa y en Estados Unidos.
No obstante, es difícil distinguir el grano de la paja, lo declarativo de lo efectivo. De acuerdo con un estudio desarrollado por Elmalt, Igan y Kirti para el FMI, la intensidad en el uso de criterios ESG en las inversiones ha tenido, hasta el momento, una relación muy débil con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. De acuerdo con el observatorio recién inaugurado por MSCI, de seguir las tendencias actuales, las grandes compañías —incluyendo las que se han comprometido a tener cero emisiones en 2050— habrán emitido, en menos de seis años, los suficientes gases de efecto invernadero como para superar los 1,5 grados de calentamiento global, y en 2042 se alcanzará el límite de emisiones para sobrepasar los dos grados, objetivo del Acuerdo de París de 2015. En definitiva, es necesario intensificar los esfuerzos y pasar de las palabras a los hechos. La multiplicidad de estándares y métodos de reporte ESG no ayuda, pues incrementa la confusión y dificulta la comparabilidad entre diferentes activos y, por lo tanto, la formación transparente de precios en el mercado.
Para contrarrestar esta tendencia a disociar las declaraciones de la realidad son necesarios nuevos pasos. La Comisión Europea acaba de aprobar su estrategia de finanzas sostenibles, un plan integral que incluye el uso de la taxonomía de inversiones sostenibles para establecer claridad, el establecimiento de herramientas y estándares en el ámbito de los activos financieros verdes, y la regulación sobre la publicación de información financiera y no financiera vinculada al impacto climático, entre otras medidas de calado. Se espera de esta manera evitar el denominado greenwashing, o el convertir en verdes inversiones que en esencia no lo son. La implementación de la estrategia permitirá tener un marco impulsor estandarizado, comparable y efectivo de las inversiones sostenibles en el continente.
Tan relevante como la estrategia de la Comisión, el Banco Central Europeo ha aprobado de manera casi simultánea su hoja de ruta para establecer una dimensión climática en su política monetaria, un ambicioso plan de trabajo para incorporar los criterios climáticos en su política de compra de bonos, en las condiciones macro prudenciales en los bancos supervisados —ponderando los riesgos climáticos en los futuros test de estrés— y en los requerimientos de colateral en sus operaciones de política monetaria. El banco se alinea así con las reflexiones de otros bancos centrales y contribuye a los objetivos de política económica expresados en el green deal europeo, de acuerdo con sus estatutos y con la función asignada en los tratados, ampliando de esta manera el set de políticas climáticas de la Unión.
El tiempo se agota y las dificultades para situar a la economía global en la senda del compromiso de París son evidentes: las grandes empresas industriales europeas acaban de publicar una carta abierta dirigida a la Comisión Europea señalando la enorme distancia existente entre las capacidades actuales de energía renovable y las necesidades de electrificación de la industria. Con los pasos dados en los últimos días, la financiación sostenible deja de ser una industria de nicho para convertirse en un elemento central en la estructuración de nuestro sistema financiero. Tendremos que ver en cualquier caso si este nuevo marco es capaz de desbloquear todos los obstáculos existentes, pero si el sistema financiero funciona como acelerador de la transición hacia una economía baja en carbono, habremos dado un paso de gigante.
José Moisés Martín es economista y consultor
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